Europa en su laberinto

El verano del 2012 fue muy duro para los que estábamos en el Gobierno porque la zona euro estaba haciendo aguas por todas partes. Por fortuna, en julio, Mario Draghi, el entonces presidente del Banco Central Europeo (BCE), anunció su voluntad –whatever it takes– de intervenir en el mercado secundario de la deuda pública para salvar la moneda común. Para que no se le acusase de atribuirse competencias no expresamente cedidas por los países miembros (artículo 4 del Tratado de la Unión Europea) estableció dos salvaguardias importantes: el BCE no podría comprar más de un tercio de cada emisión y los bancos nacionales, que son los que compran por cuenta de aquel, no podrían comprar por encima de su clave de capital.

El Tribunal de Justicia Europeo (TJE) avaló la legalidad del paquete Draghi (sentencia Gauweiler) pero eso no calmó a los alemanes que volvieron a la carga en cuanto pudieron. El Tribunal Constitucional alemán ha dictado hace unos días una sentencia que exige al BCE que en el plazo de tres meses justifique la proporcionalidad del programa de compra de bonos públicos (PCPP), incluyendo un análisis no solamente de los efectos sobre la política monetaria sino también de los efectos sobre la política económica, que de acuerdo con Karlsruhe son competencia de los estados. Si el BCE no justificara suficientemente el programa de compras, el Bundesbank no podría participar en él, e incluso se vería forzado a liquidar su cartera actual. Si el BCE se aviene a acatar la sentencia de Karlsruhe estaría admitiendo que el TJE no es el intérprete último del derecho europeo que prima por definición sobre los derechos nacionales. Las consecuencias serían gravísimas: ¿qué pasaría si el Constitucional polaco no acatase las decisiones europeas sobre la independencia judicial? ¿Y qué pasaría si los húngaros cerrasen sus puertas a los refugiados que no les gustan? Pero si prevalece la razón europea nos encontraríamos con otro conflicto. ¿Cómo va el Bundesbank a acatar las decisiones de su Tribunal Constitucional y al mismo tiempo sus obligaciones como miembro del BCE? Solo se me ocurre que el BCE se explique ante la Comisión y que sea esta la que transmita estas explicaciones a las instituciones alemanas, pero esto solo funcionará si el Tribunal de Karlsruhe se da por satisfecho.

Europa en su laberintoSi el conflicto institucional es grave, más grave sería la deserción del Bundesbank de los programas de compra del BCE. Decepción sobre la decepción que ha provocado la respuesta de Bruselas, que se ha limitado a decir que hará la vista gorda si los países miembros gastan más de lo que ingresan y a arbitrar préstamos para ayudar a las empresas (BEI), a los trabajadores (SURE) y a los países miembros (MEDE) en dificultades. Medidas que están bien si tienes hucha y margen de endeudamiento, pero que no sirven para los que ni tienen dinero ni pueden contratar prestamos para recuperar sus economías (España o Italia). El caldo de cultivo ideal para la extensión del virus iliberal que se extiende como una mancha de aceite. Pero vayamos por partes.

Después de la caída del Muro de Berlín creímos que los valores occidentales, la democracia representativa y la economía de mercado, se iban a exportar por todo el mundo como el Nescafé soluble. Xi Jinping, Putin, Erdogan, empezaron a presumir de un modelo que promete prosperidad a cambio de sacrificar la libertad. El America first de Trump o el Take back control de Johnson son expresiones de ese pensamiento nacionalista, proteccionista y xenófobo que ya han llegado a casa de la mano de los partidos populistas, de derecha e izquierda. «El orden internacional basado en reglas está siendo cuestionado. Sorprendentemente no por los sospechosos habituales sino por su principal arquitecto y garante, los Estados Unidos de América» (Donald Tusk, 8 de junio de 2018). «El sistema socialista chino ofrece una nueva opción para las naciones que quieran acelerar su desarrollo y preservar al mismo tiempo su independencia» (Xi Jinping, octubre 2017). En este mundo cambiante la Unión Europea parece, o mejor, parecía, como el mejor defensor de la democracia liberal por oposición a las democracias iliberales.

Pero las reticencias de los países ortodoxos (Alemania, Holanda, Austria y Finlandia) para arrimar el hombro y los postulados en los que se funda la sentencia que estamos comentando demuestran que el proteccionismo ya está amenazando el proceso de construcción europea. Una construcción que ha avanzado hasta Maastricht con un manual de instrucciones muy preciso. Cuando en Roma hubo que elegir entre las distintas fórmulas de regionalización posibles se optó por la más audaz: un mercado unificado en que la libre circulación de personas, mercancías, capitales y servicios fuese una realidad y donde se aplicase un arancel común frente al exterior. Cuando la integración de las economías fue más intensa, el mercado común se convirtió en un mercado interior, se consagró la cohesión como el basamento del mercado interior y se pusieron los raíles hacia una unión económica y monetaria. Es lo que decía el manual de instrucciones. En Maastricht se deja en la mesilla el manual y se apuesta por una unión cambiaria y monetaria sin establecer al mismo tiempo una unión bancaria y una unión fiscal; algo tan ilusorio como criar tigres vegetarianos. Tarde o temprano el tigre acaba atacando y eso es lo que nos pasó con la crisis financiera y ahora con la crisis del coronavirus.

¿Qué hacer ahora? Pues recuperar el manual de instrucciones y hacer lo que la ciencia económica nos enseña: las uniones monetarias que funcionan son las uniones federales porque cuentan con dos cosas que nosotros no tenemos: la movilidad de los trabajadores y un presupuesto federal que en caso de crisis permite transferir fondos de las regiones que menos han sufrido a las más dañadas. A nosotros nos toca hacer lo mismo, avanzar hacia la unión política basada en la solidaridad. Sin solidaridad el proyecto económico europeo podría subsistir, lo que no subsistiría es la unión política, el único proyecto que nos permitiría sobrevivir en un mundo dominado por China y Estados Unidos, las dos superpotencias del siglo XXI. Lo sabe muy bien la canciller Angela Merkel, que en la Conferencia de Múnich de 2020 dijo algo que yo hago mío: «Ante las presiones que estamos sufriendo, hay que preguntarse si queremos resolver nuestros problemas cada uno por su lado. Como canciller alemana yo contesto: si hacemos eso nuestras posibilidades son muy pobres». (Conferencia de Múnich de 16 de febrero 2020). Ojalá los políticos y jueces alemanes le hagan caso.

Y hablando de alemanes, quiero recordarles que intentar salir solos de una depresión no funciona nunca, como ellos saben mejor que nadie. El Tratado de Versalles les impuso unas reparaciones inasumibles (Keynes, Las consecuencias económicas de la paz) y propició el crecimiento de los totalitarismos del siglo XX: el comunismo y el fascismo. Después de la Segunda Guerra Mundial hubo quien –Hans Morgenthau es el ejemplo más conocido– tuvo la ocurrencia de hacer de Alemania un país de agricultores para evitar que volviesen a las andadas. Por fortuna se siguió exactamente el camino contrario: un Plan Marshall que salvó a Alemania y a todos los demás países afectados. Por cierto, que lo más importante del Plan Marshall no fue tanto el dinero sino las reglas (economía social de mercado, apertura de fronteras, cooperación entre los europeos) que llevaba aparejadas, que fueron las que permitieron relanzar la economía europea. Aprendamos de esa lección.

José Manuel García-Margallo y Marfil es eurodiputado del PP y ex ministro de Asuntos Exteriores.

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