Europa en un mundo multipolar

Un aspecto de la crisis en Ucrania que Rusia y Occidente tienen que entender es que el resto del mundo parece no interesarle el tema del todo. Aunque Occidente, junto con Japón, pueden considerar la crisis como un desafío al orden mundial, la mayoría de los demás Estados no se sienten en riesgo por la anexión de Crimea por Rusia u otros proyectos que tenga en ese país. En cambio, muchos perciben la crisis principalmente como la incapacidad de Europa para resolver sus propias disputas regionales –aunque un resultado exitoso podría dar un impulso a la influencia de Europa en el mundo como actor de mantenimiento de la paz.

A medida que la crisis en Ucrania se desarrollaba, en Rusia los responsables del diseño de políticas y comentaristas hablaban del “final de la era de la posguerra fría”, mientras que el viceprimer ministro ruso, Dimitri Rogozin, incluso parecía dar la bienvenida al comienzo de la nueva Guerra Fría. Dichos deseos se basan en la idea de que un conflicto entre Rusia y Occidente definiría una vez más todo el sistema internacional, lo que daría así nuevamente a Rusia su estatus de superpotencia.

Sin embargo, lo anterior no va a suceder. Como lo muestran las reacciones de las potencias emergentes a la crisis en Ucrania, la política mundial ya no está definida por lo que sucede en Europa, incluso cuando se está gestando allí un conflicto mayor. El sistema internacional se ha vuelto tan multipolar que ningún Estado no europeo puede ahora elegir velar por sus propios intereses en lugar de sentir la obligación de apoyar a Oriente u Occidente.

Solo unos cuantos dirigentes dudan que el uso de la fuerza de Rusia para poner en riesgo la integridad territorial de Ucrania, cambiar sus fronteras y anexarse Crimea violara el derecho internacional. La abstención de China en el voto subsecuente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas claramente mostró el malestar de sus dirigentes con la política del Kremlin. Sin embargo, casi un tercio de los miembros de las Naciones Unidas enviaron un mensaje igualmente contundente mediante su abstención o no participación en el voto de la Asamblea General para condenar las acciones de Rusia.

Incluso los gobiernos amigos de Occidente –incluido Brasil, India, Sudáfrica e Israel– no estaban preparados para apoyar a una u otra parte.  La periodista de India, Indrani Bagchi, consideró las abstenciones como una nueva forma de no alineación.

El cinismo y el schadenfreude también pueden tener una influencia. Raja Mohan, prominente estratega indio, señala que Europa “nunca ha dejado de dar lecciones a Asia sobre las virtudes del regionalismo”, pero ahora parece incapaz de lidiar con sus propios desafíos regionales de seguridad.

El mensaje implícito de la nueva tendencia de no alineación es directo: ¿Por qué nos debe importar el conflicto territorial en Europa cuando los europeos no logran actuar enérgicamente en Palestina, Cachemira o en las disputas territoriales por el Mar de China Oriental y el Mar de China Meridional? En cambio, muchos de estos países están llamando a Occidente a apaciguar la crisis y a, como se pidió en una declaración oficial china del Ministerio de Asuntos Exteriores, “mostrarse prudente y no provocar un aumento de las tensiones”.

Se trata de un buen consejo –y no es diferente de lo que los europeos recomiendan a otros en situaciones similares. Sin embargo, a diferencia de otras regiones del mundo, Europa, incluida Rusia, puede estar orgullosa de sus organizaciones de seguridad regional, como la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE); Europa necesita garantizar su funcionamiento.

Por ejemplo, la OSCE ganaría una gran fuerza si, mediante su amplio abanico de mecanismos diplomáticos (como mesas de negociación y apoyo durante reformas constitucionales) lograra mitigar la crisis en Ucrania, lo que por ende fortalecería la seguridad europea. Al llevarlo a cabo, también se ofrecería un ejemplo poderoso de regionalismo institucionalizado que podría servir de modelo de resolución de conflictos a otros países.

Alternativamente, si Europa es incapaz de resolver con diplomacia la crisis en Ucrania, su influencia global, y la de Rusia, sin duda desaparecerá. Rusia ha mostrado al mundo que es posible acosar a sus vecinos y robar su territorio mediante la fuerza bruta; pero en un sistema multipolar globalizado, esto no será suficiente para sumar otros países a su causa. Además, la UE, como un tigre de papel muy sofisticado, no sería más atractivo.

Los Estados miembros de la UE no tienen interés en dejar que el continente retorne al  nacionalismo étnico y la política del poder. La crisis en Ucrania es por ende un desafío y al mismo tiempo una oportunidad. Si Europa quiere seguir siendo un polo en el sistema internacional multipolar, tiene que probar que puede emprender una política exterior y de seguridad común, en especial en tiempos de crisis y conflicto.

Esto significa que la UE debe surgir de la crisis en Ucrania con un compromiso más fuerte hacia la defensa común y la planificación de contingencias conjunta, y una política energética unificada que garantice independencia de Rusia en cuanto al gas y el petróleo. Sin embargo, Europa también tiene que mostrar que tiene la capacidad y la decisión de defender los principios de las relaciones internaciones basadas en normas.

Mantener y fortalecer los pilares de defensa común de Europa no es una tarea sencilla, pero las organizaciones de seguridad multilaterales como la OSCE no están diseñadas para actuar en tiempos pacíficos. Tienen el objetivo de proteger a los miembros de la manipulación y la agresión, de una forma que permita reunir apoyo mundial. En este sentido, el principal deber de Europa ahora es potenciar sus considerables activos estratégicos.

Volker Perthes is Chairman and Director of Stiftung Wissenschaft und Politik, the German Institute for International and Security Affairs, Berlin. Traducción de Kena Nequiz

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