Europa entra en una nueva era

Por Dominique de Villepin, ministro de Asuntos Exteriores de Francia (ABC, 09/11/03):

Europa regresa a la escena política. La futura Constitución europea suscita un amplio debate. Y debemos alegrarnos, pues Europa se adentra en una nueva era. Frente a los avatares de la historia reciente, la visión de los padres del Tratado de Roma debe enriquecerse y ampliarse. Y Francia, fiel a su vocación, pretende estar en primera fila.

Con la caída del Muro de Berlín y el final de la lógica de bloques surge una Europa distinta. Ayer, se trataba de construir un amplio mercado económico; hoy, de extender el proyecto europeo a todo el continente y colocarlo en el epicentro de este mundo globalizado. La Unión debe inventar nuevas reglas para organizarse a la vez que asignar nuevos objetivos a sus políticas internas y afianzar su lugar tanto en la escena internacional como a ojos de sus vecinos más próximos.

Por su naturaleza intrínseca, Europa está capacitada para hacer frente a esta difícil labor. Desde el principio, el «método comunitario» ha permitido erigir una original arquitectura institucional, a medio camino entre modelo federal y unión de Estados. Ahora, debemos llegar más lejos imaginando las vías con las que un mayor número de Estados puedan profundizar la construcción de Europa sin renunciar en absoluto a sus especificidades.

La ambición es inmensa, a la altura de los retos: por un lado, proponer un nuevo modelo basado en el derecho, la exigencia del diálogo y del intercambio y la atención a los más débiles y, por otro, ejercer las nuevas responsabilidades que requieren tanto la gestión de la economía mundial como la seguridad colectiva.

Contra la visión de una Europa sin voluntad real de acción, debemos aseverar nuestra capacidad para afrontar las crisis regionales y participar en la solución de los grandes problemas estratégicos. Bajo la égida del Alto Representante se está llevando a cabo una evaluación de las amenazas para establecer una estrategia de seguridad. Se trata de un importante paso en la toma de conciencia de nuestras responsabilidades. Asimismo, cuatro países europeos han presentado propuestas de cara a reforzar la defensa europea. Todo esto constituye los cimientos de una verdadera afirmación de Europa en la escena internacional.

Dos ejemplos dan la prueba de esta evolución. En el ámbito del mantenimiento de la paz, la operación autónoma desarrollada en Ituri por la Unión Europea ha permitido garantizar la estabilidad en la región. Y en materia de no proliferación, Alemania, el Reino Unido y Francia trabajan con las autoridades iraníes para llegar a un acuerdo. El método elegido merece que lo mantengamos: exigencia de acción pero también de capacidad de escucha unida a la necesaria firmeza a la hora de defender los principios y, por último una flexibilidad que ha permitido adelantar a las capitales europeas que ocupaban los mejores lugares para convencer a Teherán. Londres, Berlín y París se han movilizado sobre el problema iraní. Pero nada impide que suceda lo mismo el día de mañana, sobre otros asuntos, con, por ejemplo, Madrid o Lisboa en Latinoamérica, o Bruselas y Londres en África.

Debemos impulsar la paz, preciada conquista de Europa, más allá de nuestras fronteras comunes, en Afganistán, Oriente Medio, Asia y Latinoamérica, porque la amenaza ya no conoce fronteras. En cuanto a nuestra ambición de prosperidad, ya no puede limitarse a derribar las barreras o los obstáculos a los intercambios: para preparar el futuro, debemos integrar más nuestras economías, instaurar verdaderas estrategias industriales, recuperar el retraso de la investigación científica y de los sistemas educativos e inventar nuevas formas de solidaridad en beneficio de los nuevos Estados miembros.

Nuestro país ha hecho una serie de propuestas junto a Alemania de cara a lanzar una significativa reactivación del crecimiento mediante proyectos concretos, en particular dentro del ámbito del transporte y la investigación. Hace tiempo que aboga por que las reglas de la competencia no impidan la emergencia de industrias europeas, capaces de enfrentarse a sus competidores dentro de una perspectiva de desarrollo industrial y de defensa del empleo.

Éste es precisamente el tema central de nuestras negociaciones con la Comisión Europea. En primer lugar, el Pacto de Estabilidad: lejos de querer sustraernos a nuestros compromisos, pedimos que el respeto de la disciplina presupuestaria tenga en cuenta la coyuntura y admita la flexibilidad indispensable para no trabar la reactivación económica. A continuación, el asunto Alstom, donde el objetivo debe ser preservar el futuro de una gran empresa europea y de los empleos que ha creado por toda Europa: ¿no es hora de movilizar al poder público y a socios privados para preparar el terreno donde crezcan nuevas estrategias industriales?

Europa debe anclarse en la vida diaria. Para ello, es necesario que desarrolle políticas más próximas de nuestros conciudadanos.

No faltan ejemplos: la seguridad, ya sea la lucha contra la inmigración ilegal o la protección, frente al riesgo de epidemias, de la salud pública; la lucha contra el desempleo, mediante las reformas e inversiones que deben crear un nuevo entorno de crecimiento; la defensa de los derechos sociales que ya forman parte de la Carta Europea de los Derechos Fundamentales; o la educación, donde todavía queda mucho por hacer para asegurar la validación de los estudios y el reconocimiento de los títulos. Para que el medio ambiente goce de un elevado nivel de protección, la seguridad alimentaria esté garantizada y los derechos de los consumidores sean defendidos, la armonía entre los dispositivos de protección a nivel europeo debe ser plena.

Europa debe inventar el camino para los nuevos candidatos. Además, deberá intensificar aún más sus relaciones con sus vecinos tanto del este como del sur: Rusia, Ucrania, países del Magreb y resto del Mediterráneo. Debe proponerles a todos una nueva perspectiva, la de una Europa socia, más generosa y abierta, capaz de promover un espacio común de intercambios, de prosperidad y de paz.

Todas estas dimensiones contribuyen a promover un modelo europeo de desarrollo económico, con voluntad de equilibrio y justicia. Pero dejemos también que las tradiciones de cada país y de cada pueblo sigan brillando en el plano cultural o en la vida de cada día, en todos los ámbitos donde se puede aplicar el principio de subsidiariedad. Juntos, podemos ser más fuertes. Europa debe existir.

La Unión Europea debe desarrollar estas necesarias evoluciones con la ayuda de nuevas instituciones. Ahí reside el mérito de la Convención, presidida por Giscard d´Estaing, que ha elaborado un ambicioso proyecto que ofrece a nuestra Unión una oportunidad única: una dirección de los asuntos más centrada en torno al presidente del Consejo Europeo, de la Comisión y del ministro europeo de Asuntos Exteriores, y más votos por mayoría de acuerdo con una fórmula por todos legible. Todas estas innovaciones darán un nuevo impulso a nuestras instituciones.

Adoptar la futura Constitución es condición sine qua non para todo progreso posterior en Europa. Por esa razón, las autoridades francesas desean que se concluyan lo antes posible las negociaciones en curso: es necesario un nuevo pacto entre los Estados y pueblos del continente. La importancia de este envite justifica nuestra ambición. ¿Quién podría entender que nos contentásemos con un compromiso que no fuese más que el denominador común más pequeño de los Estados que actualmente participan en la negociación?

Este dispositivo deberá evolucionar, pero, ¿en qué sentido? Probablemente en el de una mejor definición de los diferentes ámbitos de intervención. En primer lugar, encontramos lo que debe constituir la base de nuestra organización común, a saber, el gran mercado interior. Cada Estado miembro de la Unión debe ser una parte integrante del mismo y participar en él con lealtad. No debemos olvidar las políticas de acompañamiento directamente relacionadas con este amplio mercado: por estar inspiradas por un deseo de solidaridad, como es el caso de la Política Agrícola Común o de las ayudas regionales, todos debemos compartirlas.

Por otro lado, ¿se deben imponer a todos los miembros mayores ambiciones en materia de investigación o de industria punta, o una verdadera autonomía en el ámbito de la defensa, corriendo así el riesgo de que se produzcan bloqueos y retrasos? Si algunos miembros tienen dudas, nada debería obligarles a participar en dichas acciones, como tampoco nada debería obligar a esperar a los que deseen lanzarse a ellas.