Europa: esperar y actuar

Por Josep Borrell, presidente del Parlamento Europeo (EL PERIÓDICO, 13/06/06):

El "periodo de reflexión" iniciado hace un año no ha generado ningún consenso sobre el futuro del tratado constitucional rechazado por franceses y holandeses. Insuficiente para algunos y demasiado para otros, la suma de rechazos antagónicos embarrancó Europa. Y el famoso plan B, cuya presunta existencia justificó el no, no aparece por ninguna parte.
Por eso, el jueves el Consejo Europeo decidirá que es urgente esperar.
Aunque algo se ha movido. Desde el pasado junio, Chipre, Bélgica, Estonia y Luxemburgo, este por referendo, han ratificado el proyecto de Constitución. Finlandia lo hará al principio de su próxima presidencia. Pero es poco y no basta. Y algunos estados miembros que aún no lo han hecho, no parecen tener ninguna intención de ratificarlo. Y ni Francia ni Holanda van a re-votar el mismo texto. Ni antes ni después de sus próximas citas electorales.
Seguiremos reflexionando. El Consejo Europeo no pondrá límite al nuevo periodo de reflexión porque la fecha de las presidenciales francesas limita la capacidad de acción de la presidencia alemana de la UE en el primer semestre del 2007.
Pero no es solo Francia. El impasse institucional se acompaña de inestabilidad e incertidumbre política en los grandes países europeos. Con la notable excepción de España, cuyo Gobierno debiera trasladar a Europa su capacidad de impulso interior.
Alemania e Italia tienen gobiernos de coalición. La crisis de Irak ha impedido a Blair jugar un papel motor en la construcción europea. Y su delfín laborista puede protagonizar una escalada antieuropea con el nuevo líder conservador. En Polonia, los conservadores escépticos ante la Constitución han formado un Gobierno con dos formaciones de corte antieuropeo. Sin embargo, su opinión pública es cada día más proeuropea debido a la aplicación de políticas de la UE como la agrícola.
Nadie sabe cómo evolucionarán esos grandes países con respecto al proyecto europeo. Ni los menos grandes, pero influyentes, como la República Checa, donde los euroes-
cépticos han ganado las pasadas elecciones por la mínima. Ni los nórdicos, recelosos de su identidad amenazada por la apertura de fronteras, el excesivo coste de las políticas de cohesión o la nueva geopolítica de la energía.
En estas circunstancias es urgente esperar, pero también actuar. Los países que ya han ratificado el tratado constitucional no pueden permanecer inactivos. Deben empezar a actuar como grupo y apoyar al Parlamento europeo cuando pida al Consejo que el proceso de ratificación continúe. Porque al final, tarde o temprano, habrá que contar cuántos países han ratificado y cuántos no, para saber a qué atenerse. Y según las previsiones del propio tratado constitucional, no es lo mismo que sean más o menos de cinco.

ADEMÁS, TODOS sabemos que será difícil encontrar soluciones institucionales mejores que las propuestas por la convención y aceptadas por unanimidad. Por eso no se puede decir que la Constitución europea "está muerta". Ni la Unión Europea ampliada a 27 países miembros puede funcionar eficientemente con las instituciones y la estructura competencial heredadas del tratado de Niza, ni es posible imaginar que se parta de cero para encontrar algo radicalmente distinto de lo que la convención propuso.
Los ciudadanos lo saben, o por lo menos lo intuyen. El último Eurobarómetro refleja que la idea de la Constitución europea sigue contando con un fuerte apoyo en el conjunto de la UE, 63%, frente al 21% que se declara contrario a ella. Cierto es que la concentración de estas actitudes es muy diferente según los países, lo que impide sacar conclusiones operativas en un proceso regido por la unanimidad.
Mientras esperamos habrá que seguir actuando con lo que tenemos. Sacar lo máximo con las normas que nos rigen para que los europeos perciban los efectos positivos de su Unión. Lo que la Comisión llama la Europa de los proyectos, poniendo el énfasis en los resultados tangibles del valor añadido europeo frente a soluciones puramente nacionales.
Actuar en lo concreto es. sin duda, necesario. A fin de cuentas, así se empezó construyendo Europa. Desde solidaridades de hecho, con políticas muy concretas, pero sin un diseño de conjunto final.

LOS PROBLEMAS del tratado constitucional reflejan la dificultad de los europeos de pensarse globalmente, más allá de los aspectos concretos de su cooperación como buenos vecinos que han superado viejas rencillas. De concebirse como un demos sobre el que sustentar el ejercicio de la democracia. Como hizo Estados Unidos, cuya Constitución elaborada por la Convención de Filadelfia entró en vigor antes de que la ratificaran todos los estados de las excolonias. O como Alemania, cuya Constitución federal fue rechazada en Baviera y eso no impidió su aceptación y entrada en vigor.
En la Unión ampliada estamos muy lejos de esto. Y la heterogeneidad del conjunto ha aumentado con el número de sus miembros, porque sus historias son muy diferentes, y por tanto, también lo son sus visiones del mundo.
Pero la Europa de los proyectos no sustituirá a un proyecto para Europa que encauce su unión política. Sin ello no será posible definir una política económica que ninguno de sus países es capaz de imponer, hacer frente a los problemas energéticos y de emigración que nos afectan por igual, desarrollar centros de investigación con la dimensión adecuada y hacer frente a enemigos comunes, desde el terrorismo al cambio climático. Para ello habrá que superar muchas miopías y seguir compartiendo soberanía. No todos a la vez y esperando a que sea posible.
Siempre que no sea demasiado tarde.