Europa-Estados Unidos: la gran apuesta

El resultado más tangible de la reciente cumbre del G-8 en Irlanda del Norte es la decisión de abrir las negociaciones sobre un gran pacto transatlántico comercial, que incluya no solo eliminación de aranceles aduaneros, sino también armonización de los estándares regulatorios en campos tan sensibles para el comercio transatlántico como las telecomunicaciones, la energía, la industria manufacturera, los automóviles, o —sin duda, más complejo— los niveles de protección medioambientales o fitosanitarios. La primera ronda de negociaciones arrancó ayer en Washington. Ambas partes esperan concluirlas a finales del año que viene, coincidiendo con el término del periodo de la actual Comisión Europea y las elecciones legislativas parciales en Estados Unidos.

Es obvio que si se llega a cerrar un Acuerdo de Libre Comercio lo más amplio posible entre las dos partes del Atlántico sus consecuencias no serán solo comerciales o económicas, sino de enorme trascendencia geopolítica. La imparable emergencia del Pacífico, impulsado por la potencia de China, podría ser equilibrada con un reforzamiento de la alianza atlántica basada en la realidad tangible de que Europa y Estados Unidos juntos suponen ya hoy en día el 50% del comercio mundial. Las expectativas oficiales cifran en un aumento del 1% anual del PIB europeo, unos 120.000 millones de euros hasta el año 2027, los beneficios del acuerdo. Ello supondría un ingreso adicional de 545 euros para cada familia anualmente. Los beneficios para Estados Unidos serían aún mayores.

El nuevo responsable de Comercio de la Administración norteamericana, Michael Froman, anunció recientemente que se solicitaría del Congreso la autorización para negociar el acuerdo de forma privilegiada, a través de la Trade Promotion Authority, esto es, limitando las competencias del Congreso para su aprobación o rechazo. Con ello la Administración de Obama está enviando una señal clara sobre la seriedad con la que aborda el proceso, pues esta vía impide que se trocee la negociación.

¿Y por parte europea? Aunque las primeras escaramuzas no hayan sido precisamente alentadoras, es obvio que la Unión Europea no puede dejar pasar esta extraordinaria oportunidad para relanzar su maltrecha economía con el impulso en innovación, inversiones y cooperación industrial que supondría el acuerdo. Ya en la actualidad las empresas estadounidenses y europeas encuentran en ambas orillas del Atlántico un mercado prioritario y crean un buen número de puestos de trabajo. El estrechamiento de los lazos económicos con Estados Unidos deja entrever la visión de una nueva industrialización o reindustrialización en Europa, impulsada por la mayor capacidad financiera y la innovación tecnológica norteamericanas.

Sin duda, las dificultades no serán menores. Si en Europa, la armonización de normas y estándares en el mercado interior ha llevado más de 20 años, no es de esperar que en relación con Estados Unidos ese periodo tarde menos de 10. Conforme vayan avanzando las negociaciones, comenzará a hacerse también más audible la oposición de los intereses de sectores particulares, temerosos de perder derechos o privilegios solidificados. Algunas áreas son particularmente complejas, como los seguros o la contratación pública en Estados Unidos, las telecomunicaciones, la energía o la agricultura, sector fuertemente subvencionado a ambos lados del Atlántico, al que se añade la prohibición europea frente a los alimentos genéticamente modificados y la carne tratada con hormonas. La protección de los consumidores en sus muy diferentes variantes será sin duda uno de los grandes terrenos de batalla.

Hay dos áreas de gran actualidad, en los que la sensibilidad de cara a un compromiso van a ser máximas: los medios audiovisuales e Internet, y la protección de datos. Aún con la exclusión de los productos culturales, lograda por Francia antes incluso de iniciarse las negociaciones, la cuestión que sigue y seguirá abierta atañe al dominio de Internet y de la revolución digital. Por lo que respecta a la privacidad, las revelaciones de las últimas semanas sobre el espionaje gubernativo refuerzan la necesidad de aumentar y armonizar los niveles de protección.

Pero, de nuevo, el gran desafío del acuerdo es sobre todo de naturaleza política. Se trata no solo de la capacidad de los países occidentales de poder influir sobre los estándares de producción y en definitiva de calidad de vida de los ciudadanos en la gran “aldea global”, sino de lograr que la democracia se reafirme frente a las tendencias autoritarias de determinados países emergentes o las dudas que suscitan algunas primaveras árabes. El desafío es también poder extender el acuerdo comercial y sus beneficios a los vecinos, como Canadá y México.

Alexis de Tocqueville, el gran analista de diferencias y convergencias entre Estados Unidos y Europa, observó con intuitiva presciencia que, en el futuro, estadounidenses y europeos no podrán vivir los unos sin los otros, si desean preservar su modo de vida y el avance de la democracia. La firma de un Acuerdo de Libre Comercio entre ambas orillas del gran lago podría significar la apertura de una nueva página de la historia común.

José María Beneyto es catedrático de Derecho Internacional y Comunitario y portavoz del PP en la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso de los Diputados.

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