Europa ha de ser audaz

Hay quien afirma que, en política, un día puede ser mucho tiempo. Y en un año da tiempo a que todo se transforme. El pasado invierno yo seguía teniendo que convencer a los ciudadanos - políticos, empresarios, la población en general- de la amenaza que representaba el cambio climático. Doce meses más tarde, ese escepticismo se ha evaporado y ningún científico o comentarista serio alberga dudas acerca de la magnitud y la inmediatez de ese peligro. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas ha presentado los hechos tal como son y pruebas indiscutibles, y ahora se espera que reaccionen los políticos de todo el mundo y, por su puesto, de Europa.

El Consejo Europeo que se celebra hoy y mañana constituye un momento decisivo. Puede representar el tránsito desde la detección del problema por parte de la humanidad y la toma de conciencia a la cooperación y la adopción colectiva de las medidas que se precisan. Sobre la mesa está un conjunto de propuestas y objetivos concretos, ambiciosos y, si se cuenta con la necesaria voluntad política, alcanzables. Esas propuestas pueden ser eficaces no sólo frente a la cada vez mayor inestabilidad climatológica, sino también ante la creciente incertidumbre que se cierne sobre nuestro suministro de energía, algo que constituye un motivo de inquietud de primer orden para todos y cada uno de los gobiernos y de los ciudadanos.

Todavía se continúa negociando los pormenores de esas propuestas y objetivos, pero sé cuál es el desenlace que personalmente me gustaría: un compromiso, en el marco de un posible acuerdo internacional, de reducción de las emisiones en un 30% antes del 2020; el empeño, en cualquier caso, de adoptar el objetivo, vinculante para toda la UE, de recortar las emisiones en, al menos, un 20% antes del año 2020; la declaración inequívoca de la UE de la necesidad de que las emisiones mundiales disminuyan, antes del 2050, hasta un 50% de los niveles de 1990; un objetivo de reducción de una quinta parte del consumo energético para el año 2020 a través de medidas de eficacia energética; y la aspiración expresa de que todas las centrales de generación de energía alimentadas con combustibles fósiles dispongan de sistemas de captación y almacenamiento de carbono no más tarde del 2020.

Son tres las razones por las que Europa debe aprovechar esta oportunidad de influir. La primera de ellas es la de mayor calado: si no comenzamos a actuar con resolución, pronto resultará demasiado tarde. La propia vida humana descansa en una climatología estable, la cual determina qué alimentos podemos cultivar, qué suelos podemos utilizar, y qué agua podemos beber. Esa climatología estable ya está transformándose y continuará haciéndolo, obligándonos a adaptarnos. No obstante, la adaptación tiene sus límites y es preciso que actuemos para reducir las emisiones si queremos evitar las situaciones más catastróficas. En el caso de los gobiernos, exige esto ofrecer a empresas y consumidores la seguridad necesaria, a largo plazo, para comenzar a desviar inversiones hacia productos y procedimientos que generan menos emisiones de carbono. Ya se dispone de los medios económicos, pero los ciudadanos han de tener la certeza de que nos tomamos en serio el cambio climático. Las propuestas de la UE evidencian que sí lo hacemos.

La segunda razón está ligada a la primera. La seguridad climática supone un asunto en el que la UE puede demostrar su capacidad de liderazgo, no sólo dentro de sus fronteras geográficas sino a escala mundial. Por su propia naturaleza, es éste un problema que el mundo sólo puede resolver actuando unido: las emisiones que se producen en cualquier punto generan contaminación en el resto del planeta. Y sin embargo nos hallamos ante lo que, en ocasiones, se denomina el dilema del prisionero o, más comúnmente, el problema del gorrón.Nadie muestra disposición a actuar el primero en pro del bien común.

Europa puede liberar al mundo de esa trampa. Podemos dar los pasos iniciales en la construcción de la primera economía mundial competitiva con bajas emisiones de carbono y con seguridad energética, y, puesto que nosotros, en el mundo desarrollado, hemos sido responsables hasta ahora de la mayor parte de las emisiones, deberíamos dar ese paso. Una actuación tal poseería una enorme carga simbólica y sería, además, sumamente útil. Nick Stern, antiguo economista jefe del Banco Mundial, es autor del análisis más exhaustivo realizado hasta la fecha de la dimensión económica del cambio climático. Dicho estudio ha puesto de manifiesto que, si intervenimos ahora, los costes de hacer frente al cambio climático son asumibles; si nos demoramos, esos costes serán cada vez menos tolerables; y si no actuamos, la economía mundial se verá paralizada.

Europa puede, incluso, refutar el dilema del prisionero demostrando que dar el primer paso no supone una desventaja, sino lo contrario. Un distanciamiento de las tecnologías obsoletas e ineficaces, la inversión en tecnologías renovables y avanzadas, la creación de un mercado de derechos de emisión de gases de efecto invernadero con un funcionamiento satisfactorio y la intensificación de nuestra eficiencia energética nos brindan posibilidades de conseguir un ahorro económico, de favorecer el crecimiento de nuestras economías y de garantizar el suministro energético previsible y fiable que precisamos para mantener activas nuestras economías. Superar la falsa dicotomía entre crecimiento económico, de una parte, y seguridad climatológica y energética, de otra, será esencial si deseamos convencer al mundo en vías de desarrollo de que nos imite.

El último de esos motivos tiene que ver menos con la seguridad climática y energética y más con la propia Europa. Este año la UE cumple 50 años de existencia. Si bien durante los próximos 50 años su cometido será el mismo - aportar prosperidad y seguridad más allá de la prosperidad y la seguridad que pueden garantizar los gobiernos-, los desafíos serán otros. Siendo audaces frente al cambio climático demostraremos que la UE está en disposición y es capaz de actuar eficazmente en un asunto que preocupa seriamente a los europeos y que podría acabar afectando a la vida de cada uno de nosotros de un modo directo y profundo.

Margaret Beckett, ministra de Asuntos Exteriores y de la Commonwealth (Reino Unido). Traducción: Carlos Gómez Bautista.