Europa, Israel y Palestina

Hace poco tuve un encuentro con el embajador en Israel de un importante país europeo que en breve deja su cargo. No daré el nombre del país porque no es un dato relevante para lo que voy a exponer en este artículo ya que es válido para referirse a otros embajadores europeos en Israel.

La conversación giró en torno a los últimos intentos del secretario de Estado norteamericano, John Kerry, de reunir a representantes israelíes y palestinos para negociar un borrador de acuerdo de paz. Yo me mostré pesimista con relación a la capacidad de Obama de reabrir unas negociaciones muertas. Le dije al embajador que desde 1967 había visto a muchos secretarios de Estado norteamericanos y enviados especiales expertos en el conflicto de Oriente Medio que, pese a sus esfuerzos, no habían logrado detener la construcción de asentamientos por lo que se había continuado con el peligroso proceso hacia un Estado binacional. Le volví a explicar al embajador lo que ya he comentado en varias ocasiones: cómo la relación sentimental y casi mitológica de EE.UU. con el Estado de Israel hace que sea incapaz de imponerle la paralización definitiva de la construcción de colonias judías en territorios palestinos. Por eso le dije que sólo Europa podía hacer algo, y el hecho de que Europa y especialmente los cuatro países más poderosos –Francia, Reino Unido, Alemania e Italia– no hicieran nada contundente era para mí un signo de negligencia no sólo política sino también moral. Ante esto último, el embajador se enojó. Tampoco compartía mi aseveración de que el 70% de los israelíes se oponen a la construcción de asentamientos, pues por su experiencia diplomática de varios años en Israel creía que la oposición a las colonias no es tanta. Pero a lo que más se opuso fue a la obligación que yo imponía a Europa de implicarse más a fondo en el conflicto israelo-palestino y sobre todo en la cuestión de los asentamientos de colonos. “Eso es problema vuestro” –me insistía–, “si no sois capaces de resolverlo, no os quejéis, nosotros no tenemos que hacer la paz por vosotros”. Y añadió con razón: “Mira cómo cuando llegasteis a un acuerdo con Egipto en 1979 no tuvisteis que contar ni con Europa ni con EE.UU.; y lo mismo pasó con los acuerdos de Oslo”. En definitiva, no estaba de acuerdo con que Europa tuviera ninguna obligación y mucho menos moral de implicarse con más empeño en el conflicto israelo-palestino y en la paralización de asentamientos.

Hace poco leí un libro muy interesante del mejor investigador israelí sobre el holocausto, Yehuda Bauer. El libro se llama El pueblo imposible, y en él analiza al detalle el grado de profundidad de la obsesión irracional de Hitler por los judíos y sobre todo de su absoluta convicción de que los judíos iban a destruir a Alemania, razón por la que había que acabar antes con ellos. Incluso en el famoso testamento que escribió en el búnker tres días antes de suicidarse, vuelve a insistir en que no son los rusos ni los americanos quienes han derrotado a Alemania sino los judíos, que además son los que han provocado la guerra. Por eso, Bauer dice que en cierto sentido se desprende que los millones de no judíos muertos en la guerra se deben al problema judío. Suena muy fuerte, pero conociendo como conozco al profesor Bauer sé que lo que ha escrito no es una provocación sino fruto de una concienzuda reflexión.

Comento esta conclusión sin querer hacer una analogía simplista pues son muchas las cosas que han cambiado desde entonces, pero las fantasías sobre las intenciones destructivas de los judíos aún existen en amplios círculos tanto dentro como fuera del mundo árabe. En las recientes manifestaciones de los sectores liberales y laicos de Egipto en contra del gobierno de los Hermanos Musulmanes vi algo sorprendente: unos manifestantes llevaban una imagen enorme del odiado presidente Morsi estampada en una bandera de Israel; es decir, que esos sectores supuestamente racionales asociaban a Morsi con los judíos sionistas tan odiados por ellos.

Es verdad que puede tratarse de un hecho puntual en medio del caos general, pero la historia nos ha enseñado que en medio del caos también surgen peligrosas fantasías. Y en esta época en que grupos fanáticos pueden apropiarse de armas de destrucción masiva es necesario intentar solucionar el largo conflicto palestino-israelí. En la Europa de entre guerras algunas personas sensatas se percataron del peligro del antisemitismo, por lo que decidieron apoyar el movimiento sionista con el fin de lograr la normalización del problema judío a través de la emigración de los judíos europeos a un Estado propio. Por eso mismo ahora también Europa debería luchar por detener la creación de un Estado binacional, pues constituiría un caldo de cultivo permanente de conflicto.

No sé si ahora es posible poder alcanzar la paz entre Israel y los palestinos, pero lo que sí sé es que hay que parar la construcción de asentamientos judíos en territorios palestinos, ya que cada día que se sigue construyendo aleja la posibilidad de una solución siquiera parcial del conflicto israelo-palestino.

Europa, que durante tantos años dominó los pueblos de Oriente Medio y que fue el escenario del atroz holocausto, tiene la obligación moral de buscar una solución en este conflicto tan vital. Para ella no supondría demasiado esfuerzo.

Abraham B. Yehoshua, escritor israelí, impulsor del movimiento Paz Ahora.

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