La crisis del coronavirus, como sabemos, está lejos de haber terminado. Pero tenemos el deber y la responsabilidad de extraer las primeras lecciones. Comprender lo que ha funcionado y evaluar lo que hay que corregir en nuestro enfoque, nuestras estructuras, nuestros métodos de toma de decisiones y, por lo tanto, nuestra gestión. Es tanto más necesario cuanto que, desde las hipotecas subprime hasta el Brexit, desde la crisis de deuda soberana hasta el riesgo de terrorismo, Europa está experimentando choques brutales para los que no estaba o estaba mal preparada. «La gente acepta el cambio sólo en la necesidad y ve la necesidad sólo en la crisis». Haciéndose eco de Jean Monnet, Europa está demostrando hoy su espíritu de iniciativa, su capacidad de reacción y de adaptación a las circunstancias sin precedentes del coronavirus. Es aún más urgente continuar por este camino, ya que los vientos contrarios que barren el planeta conllevan riesgos múltiples y sistémicos. Sabemos que vendrán otras crisis. Sanitarias, financieras, sociales, geopolíticas, climáticas, migratorias o demográficas: ya sean secuenciales o paralelas, todas ellas son consustanciales a un mundo que ha dado la espalda al orden de la posguerra.
¿Qué hemos aprendido ya de la crisis de la Covid? En primer lugar, que no hay una solución nacional para un terremoto de tal magnitud, sino que la respuesta apropiada es a nivel del continente. En segundo lugar, que Europa es más fuerte al mostrar la expresión de una solidaridad franca y total. La solidaridad es uno de los mayores logros en la gestión de la crisis del virus, junto con la capacidad de respuesta, Ahora debe formar parte del ADN europeo.
Europa ha sabido reaccionar, y hacerlo rápidamente y de manera solidaria en un contexto de ansiedad y peligro. Lo demostró al suspender los criterios fijados en Maastricht en cuestión de pocos días. También es prueba de esta capacidad de reacción y de solidaridad que los 27 Estados miembros acordaran en pocas semanas el poderoso plan de recuperación de 750.000 millones de euros propuesto por la Comisión presidida por Ursula von der Leyen. Europa se endeuda como tal por primera vez y suspende sus reglas de gobierno financiero. ¿Quién lo habría dicho? Estos actos, estos hechos, son la prueba de que Europa sabe encontrar la voluntad y los recursos para superar circunstancias excepcionales.
Lo que se ha hecho para proteger a nuestros ciudadanos, para preservar nuestro mercado único y para impulsar la economía, ha sido en estricto cumplimiento de nuestros valores. Europa ha gestionado la crisis sobre la base de sus principios democráticos, poniendo fin a las tentaciones autoritarias. Cuando se trató de rastrear la propagación de la Covid-19 se dibujó instantáneamente una línea roja: sí al enfoque de la salud, no a la vigilancia y el control de las personas. Este ejemplo, entre otros, muestra una determinación común, en tiempos de crisis y en la preparación del futuro de Europa, de no comprometer los fundamentos de nuestros valores democráticos y del Estado de derecho. Tampoco cederemos en las reglas de funcionamiento y reciprocidad en el comercio, la inversión y las ayudas de Estado que a veces reciben las empresas no europeas para conquistar nuestro mercado único.
Esto es el fin de una cierta ingenuidad europea. Es la comprensión de que debemos proteger nuestros intereses estratégicos. La crisis nos recuerda, si es necesario, cuán cruciales son las nociones de autonomía, independencia o soberanía en el mundo emergente. La lección de la diplomacia de las máscaras será un hito. Del mismo modo, las presiones y el chantaje inherentes a la guerra comercial. Nuestro continente no pretende convertirse en el foco de grandes choques geopolíticos, geoeconómicos y tecnológicos entre grandes bloques. Y, ciertamente, no debe exponerse al riesgo de debilitarse o incluso degradarse.
Esta lección ya la estamos aplicando. Por ejemplo, la Comisión Europea acaba de presentar un plan de acción para un suministro más seguro y sostenible de las materias primas esenciales para que Europa lidere la transición ecológica y digital, y siga siendo el continente líder en industria en el mundo. Solo para las baterías de los coches eléctricos y el almacenamiento de energía, Europa necesitará hasta 18 veces más litio en 2030, y hasta 60 veces más en 2050. No podemos permitirnos depender completamente de terceros países y, en algunos casos, incluso de un solo país. Por eso vamos a diversificar el suministro y a desarrollar la propia capacidad de la UE para la extracción, el tratamiento, el reciclado, el refinado y la separación de tierras raras, de forma respetuosa con el medio ambiente.
Los retrasos en los comienzos de la crisis del coronavirus han puesto de relieve, en cierta medida la necesidad, de adaptar los mecanismos de cooperación y toma de decisiones de Europa a los tiempos de crisis. La Comisión continúa su labor de coordinación. Acabamos de proponer criterios comunes para los Estados miembros a la hora de decidir si se introducen restricciones a los viajes, una cartografía de criterios comunes utilizando un código de colores acordado y un marco común para las medidas aplicadas a los viajeros procedentes de zonas de alto riesgo.
Pero debemos ir más allá y, aunque es imposible anticipar todos los choques, tenemos que prepararnos para una década que será como mínimo azarosa. Teniendo esto en cuenta, estoy convencido de que Europa se beneficiaría, por ejemplo, de adoptar una capacidad de análisis, coordinación y toma de decisiones rápidas. Tal mecanismo proporcionaría una base operativa para lo que podría denominarse estado de emergencia europeo. Declarada sobre la base de una crisis identificada, su activación generaría procesos de cooperación obligatorios. Gestionados conjuntamente, estos mecanismos evitarían la toma de decisiones aisladas contrarias al interés general.
El estado de emergencia, por qué no, podría autorizar, con carácter temporal, a tomar las decisiones necesarias por mayoría cualificada, en cumplimiento de los Tratados. Por supuesto, el Parlamento Europeo debería participar plenamente en la utilización del mecanismo de estado de emergencia europeo. Una cosa es cierta, los 100 días que han cambiado Europa nos han enseñado que el statu quo ya no es una opción.
Thierry Breton es comisario europeo de Mercado Interior.