Europa llega tarde al Sahel

Hace algo más de tres años España y Francia llevaron al Consejo de Asuntos Generales de la Unión Europea una iniciativa conjunta y propusieron a los Estados miembros una “estrategia europea para el Sahel”. En aquel entonces ambos países sufrían en primera persona las amenazas y los chantajes de un AQMI todavía incipiente, que secuestraba a ciudadanos e iniciaba toda una serie acciones desestabilizadoras en el cinturón amarillo saheliano. Ni la elocuente intervención de Francia ni el apoyo decidido de España lograron convencer a nuestros socios europeos; y el documento elaborado por ambos países durmió el sueño de los justos en los cajones de la burocracia europea.

Hemos tenido que esperar a marzo de 2012 para que el Consejo de Asuntos Exteriores apruebe de manera urgente la estrategia que propusimos. Hasta esta fecha nuestros argumentos sobre la amenaza terrorista, que se extendía desde Afganistán hasta el Atlántico, no convencían a los socios europeos. Los Estados de la Unión parecían ignorar estas amenazas y consideraban que los grandes retos y desafíos de la seguridad europea, como casi siempre, procedían del este.

A pesar de nuestra permanente insistencia sobre los retos del sur, los países europeos del norte y del este aprobaron otras estrategias como la del Cáucaso, Asia Central o los Balcanes, e ignoraron, una vez más, los intereses políticos y estratégicos del sur, percibido como el patio trasero de Europa.

Los acontecimientos del Sahel nos causan ahora una gran conmoción y podemos constatar su influjo cuando el primer ministro británico, David Cameron, ha pospuesto su gran alocución sobre el futuro de Reino Unido en la Unión Europea para hablar del sur porque, paradójicamente, los “intereses británicos” han sido gravemente afectados.

Tras el nefasto balance de muertos y el sufrimiento en la toma de rehenes en In Amenas se hace más patente la “hipocresía” y la falta de solidaridad mostrada por los europeos, en general, con la acertada decisión del presidente francés, François Hollande, que ha apostado por poner punto final a la extensión de las fuerzas islamistas al norte de Malí.

Europa se despierta y empieza a comprender cuáles son los verdaderos retos que nos presenta el Sahel: retos de seguridad, no solo porque afectan directamente a la vida de nuestros ciudadanos, sino porque toda la región puede bascular hacia una inestabilidad permanente. Y retos que apuntan a un recrudecimiento de la polarización entre el islam y Occidente. Estos riesgos señalan una evidente falta de visión histórica y estratégica que nos puede conducir a la pérdida de toda esperanza en el desarrollo futuro de una zona tan vital para nuestros intereses. También retos económicos y financieros, porque el Sahel sigue siendo una región rica en materias primas y productos energéticos que, bien gestionados, podrían garantizar la prosperidad de estas naciones y de sus pueblos.

La situación actual debería permitirnos extraer algunas lecciones que pasan por reformular de manera urgente la estrategia de seguridad de la Unión Europea y priorizar esta región. Y recuperar la acción tradicional de la UE en las operaciones poscrisis. Siempre se ha reconocido que, aunque la UE no ha sido capaz hasta el momento de resolver crisis, al menos ha tenido éxito en la consolidación de los procesos posconflicto: Balcanes, Oriente Próximo… Es la acertada afirmación the EU doesn’t play but they pay.

En los últimos años este aporte de valor de la UE no se ha puesto de manifiesto. Ha habido carencias de seguimiento y actuación para que, tras la legítima intervención en Libia de la alianza internacional y de los europeos, se pudiese consolidar la estabilidad del país y de toda la región garantizando el control de fronteras del sur de Libia, con el fin de evitar el contrabando con el arsenal militar de Gadafi. Este cayó como agua de mayo en manos de las katibas y de los grupos insurgentes del Sahel, lo que les ha permitido el rearme para el ataque al norte de Malí. Cualquier nueva intervención militar en la zona no puede olvidar el mal ejemplo de Libia y debería prever de antemano el día después.

Esta crónica anunciada de la crisis en el Sahel tiene su origen, en gran parte, en la falta de estabilidad y de cooperación en el norte de África, y por la ausencia de un acuerdo argelino-marroquí para consolidar el Magreb unido. Hay que saludar que ante el conflicto de Malí, por primera vez, argelinos y marroquíes se encuentren en el mismo bando y apoyen la legítima intervención francesa. A partir de ahora habrá que esperar que Argel y Rabat extraigan la misma conclusión al compartir el mismo enemigo y los mismos desafíos de futuro. Ya es hora de abrir las fronteras entre ambos países y de alcanzar la reconciliación y, sobre todo, de encontrar una solución definitiva al problema del Sahara Occidental.

El Sahel no puede convertirse en el refugio del islamismo radical y de la violencia, porque de su estabilidad depende la seguridad europea y el progreso de los países de la región, que no han contado con el respaldo de la UE cuando su situación era, más que una realidad previsible, una crónica anunciada.

Miguel Ángel Moratinos y Bernard Kouchner fueron ministros de Asuntos Exteriores de España y Francia, respectivamente.

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