Europa: llegó la hora

La Unión Europea es hoy una realidad necesaria pero inacabada. Se está produciendo, por la vía de los hechos e impuesta por el imperativo de los mercados, un desordenado proceso de más unión forzando un desapoderamiento de competencias de los estados soberanos en favor de Bruselas-Berlín. La precipitada reforma de la Constitución española al servicio de una política europea lo confirma. Los gobiernos de Atenas, Dublín, Madrid o Roma no mandan lo que quieren sino lo que pueden. El euro es una moneda virtual y era una maravilla cuando todo iba bien y abundaban las buenas noticias. Ahora limita políticas nacionales de quienes no lo han hecho bien. Por eso es tiempo de hacer de la moneda virtual una moneda real y toca ceder soberanía para ganar confianza.

Cuando se creó el euro hubo un gran debate en el gremio de los economistas y agentes de mercado. Decían que técnicamente no es viable la unión monetaria sin unión fiscal, ya que ante una crisis local la política monetaria y el tipo de cambio no serían armas utilizables, y la política fiscal se convierte en pro cíclica, profundizando la recesión y dificultando la recuperación de ese país. Tenían razón. Pero esos expertos, en su mayoría angloamericanos, no eran conscientes de la voluntad de los ciudadanos europeos, adecuadamente dirigidos por sus líderes, de continuar en un proceso de unión iniciado 50 años antes. El euro es una realidad que ha contribuido de forma decisiva a incrementar el sentimiento de unión europea, a dotar a Europa de un papel mucho más importante en la escena internacional, y a permitir el progreso sustancial de todos sus miembros. Desde este punto de vista ha sido un éxito, pero un éxito que no puede acabarse en sí mismo. Requiere que el proceso continúe en una verdadera unión en aspectos fiscales y políticos.

Los denostados mercados nos están recordando que el euro es la pieza de una Europa inacabada. Resulta cómodo e infantil pensar en ellos como los malos de la película sin reconocer su papel en las sociedades democráticas: son jueces imparciales de actuaciones económicas, integrados por decenas de miles de personas que representan el ahorro de millones de ciudadanos que con sus decisiones votan cada día dónde encuentran confianza y dónde no. Pueden cometer excesos, como los comete cualquier grupo humano en el que los sentimientos y las emociones juegan roles importantes. Pero ayudan a corregir situaciones que de no corregirse conducen a otras peores. La actual es una de ellas: si estos mismos mercados no estuvieran exigiendo una profundización de la Unión Europea, o en su defecto una ruptura del Euro, algunos países, entre ellos España, tardarían décadas en volver a una situación de empleo y crecimiento adecuada.

Si estas actuaciones no se producen no habrá forma de que España recupere el empleo perdido. Incluso aunque los tipos de interés de nuestra deuda, el ya popular diferencial con el bono, fuesen los alemanes. Nuestro problema de competitividad y nuestra actual tasa de paro del 20%, y juvenil del 46%, no podrán solucionarse. O podría sólo con una devaluación que permitiera recuperar la competitividad perdida. Y ésta es por tanto la alternativa: o más Europa, o una desintegración del euro.

A los líderes políticos europeos no les queda más opción que conducir a las voluntades colectivas en la dirección de hacer del euro una moneda real. La desintegración de la moneda única sería dramática, tanto en sus costes para la periferia como para Alemania, porque sería el inicio de una involución que llevaría paulatinamente a deshacer el camino andado de la unión, volviendo a unos nacionalismos exacerbados que tantas y tan dañinas consecuencias han tenido en la historia europea. Ahora bien, ¿cómo puede articularse esa opción con la presión continua de unos mercados que hoy son escépticos ante estos líderes políticos cuya mayor contribución ha sido únicamente verbal?

Hasta ahora se ha luchado contra el enemigo equivocado. Nuestros líderes han proporcionado soluciones para reducir las primas de riesgos, los tipos de interés de financiación de los Tesoros periféricos y calmar a los mercados. Pero es como tratar un cáncer conformándose con reducir la fiebre. La prima de riesgo es la fiebre. La infección es el inacabado diseño de la unión monetaria. Solucionar la financiación de Grecia, o de Portugal alivia la presión, pero no arregla la infección. El foco se traslada a otros lugares. La compra de bonos españoles e italianos por parte del BCE soluciona el nuevo foco, pero tampoco arregla la infección. Las burbujas siempre explotan. Una unión monetaria es sólo sostenible si va acompañada de una confederación fiscal, laboral y presupuestaria que permitan el adecuado tratamiento de shocks asimétricos. Lo inmediato es una solución que arregle los problemas de financiación de todos los países europeos durante varios años y para ello son imprescindibles los llamados eurobonos que respalden las necesidades de liquidez de los países del Euro, si bien únicamente hasta el 60% de su PIB.

Este paso requiere el compromiso activo de Alemania. La opinión pública alemana los rechaza. Manifiesta el cansancio de generaciones que se sienten los paganos en Europa desde que el prusiano Bismarck se convirtió de hecho en el primer primer ministro de Europa. Alemania, piensan los alemanes, ha costeado con su trabajo y ahorro los gastos de la Europa continental. Sucedió de manera incluso humillante tras la paz de Versalles. Los billetes de un millón de marcos para comprar una barra de pan en 1930 explican mucho de la locura en que luego se embarcó. Volvió a ocurrir tras Yalta y luego con la creación de la vieja Comunidad Económica Europea. Se repitió en el 89 con la caída del muro. En 2004 la incorporación de 12 nuevos estados aumentó la cuenta.

Los votantes alemanes le piden a Angela Merkel que su economía no financie a los países que viven por encima de sus posibilidades y requieren ahora el subsidio de la hormiga alemana. Pero Merkel sabe que ellos tienen parte de razón, pero no toda la razón. La canciller es consciente de que si se rompe el euro, Alemania -primer exportador del mundo- pierde. Sus 1.146.000 millones de dólares en exportación, un 12% más que sus importaciones, es la clave de su extraordinaria potencia económica. Y esa energía se concentra sobre todo en vender a quienes ayuda. A EEUU y China juntas sólo les exporta el 11% pero les importa el 14. Con ellos su balanza es deficitaria. Gran parte de los 154.300 millones de euros de balanza positiva en 2010 proceden de la Eurozona, son pagados en euros. Merkel no pierde de vista que a Alemania le compensa pagar el precio de salvar al euro.

Cuando Disraeli conoció a Bismarck en la embajada rusa de Londres advirtió a sus colegas: «Ojo con este hombre, que se propone hacer todo lo que dice». Y se pasó de la unión aduanera a crear una nación. Hoy la canciller alemana no puede decir todo lo que se propone hacer. Pero lo hará. Y si los intereses políticos internos se lo permiten, habrá eurobonos y pasaremos del euro virtual a una federación fiscal.

No hay motivos para pensar que unos bonos europeos sostenidos por todas las economías del euro, cuyos fundamentos son mejores que la de Estados Unidos, no podrán financiarse a tipos análogos a los norteamericanos, sobre todo si por tamaño y liquidez no existen diferencias sustanciales. Los eurobonos solos no solucionarán todo el problema de origen. Pero es cierto que permitirán que el BCE sea un banco central de verdad y desempeñe el papel de prestamista de último recurso, tal y como la Fed americana o el Banco de Japón hacen. Además, podrá asegurar una financiación razonable a los países que compense la imposibilidad de una devaluación y exigiría la creación de una autoridad suficiente para que la garantía común que conllevan no se convirtiera en una barra libre de gasto de determinados países. Un Tesoro común con un ministro del Tesoro Europeo con poderes para elaborar el presupuesto comunitario, para determinar las bases presupuestarias de los países, para controlar el ejercicio de los mismos, con capacidad de representación frente a terceros, e interlocutor frente al BCE.

Son también necesarias medidas estructurales de robustecimiento del presupuesto comunitario, dotándole de margen de actuación y de estabilizadores automáticos, que se hiciese cargo del seguro de desempleo a partir de una determinada tasa de paro en un país, o que pudiera financiar obra pública en determinadas circunstancias, crear una autoridad supervisora única del sector bancario y la unificación de los sistemas de protección de depósitos bancarios en uno de ámbito europeo, de manera que a una crisis bancaria en un país se hiciese frente con recursos de todos ellos.

Y antes de que lo reclamen de nuevo los mercados, habría que poner en marcha otras medidas de medio y largo plazo. Decisiones operativas que fomenten la circulación de personas en edad laboral, lleven a la armonización de políticas de jubilación, seguridad social y formación. Finalmente, hay que poner en marcha una euroeducación de calidad, que ponga a las futuras generaciones de europeos en condiciones de ganar la batalla de la globalización. Nunca podremos generar bienestar en una economía globalizada si mantenemos Europa como una necesidad inacabada. Ha llegado la hora de una verdadera Unión.

Por José María Michavila, doctor en Derecho Bancario y ex ministro de Justicia, y Daniel de Fernando, ex managing partner de JP Morgan y BBVA. Ambos son cofundadores de MdF Family Partners.

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