Europa, los refugiados y el bazar turco

Lo que para Europa es desesperación, para Turquía es una oportunidad. Hasta ahora hemos asistido a un bazar entre los gobiernos europeos en el que las promesas de solidaridad en forma de reubicación de refugiados han acabado quedando en papel mojado. Por poner un ejemplo cercano, España solo ha acogido a 18 de los casi 17.000 que había prometido. Pero ahora hemos entrado en otro bazar: el turco. También se habla de cuotas y de paquetes financieros, pero sobre la mesa hay mucho más.

En la negociación cada parte busca cosas distintas. Y los europeos no comparten necesariamente el mismo objetivo: los hay que quieren salvar Schengen o incluso la construcción europea; otros buscan salvar a sus gobiernos o, si no tienen elecciones a la vista, salvar la cara; y algunas voces del populismo centroeuropeo incluso hablan de salvar la cristiandad. En todo caso, lo de salvar a los refugiados ha quedado supeditado a todo lo demás.

Pero en el bazar no basta con que unos quieran comprar; la otra parte tiene que querer vender. Y aunque disimulando mejor sus urgencias, Turquía ha puesto precio a su colaboración. Una visión superficial podría llevarnos a pensar que lo que está buscando es más dinero, más flexibilidad en materia de visados o reactivar las negociaciones de adhesión. Todo esto está sobre la mesa, pero son instrumentos y no un fin en sí mismo. El objetivo último se resume en tres conceptos: reconocimiento, respaldo y no injerencia.

Empecemos por el reconocimiento. Durante décadas, Turquía se ha sentido humillada por la Unión Europea. Lleva más de 50 años llamando a la puerta de Europa, pero por primera vez ahora son los europeos los que llaman a su puerta. Y es desde esta posición de supuesta fortaleza y entablando un diálogo de igual a igual que Ankara quiere articular a partir de ahora sus relaciones con la UE.

Para Turquía, ese estatus tiene que ir acompañado de un respaldo nítido en los distintos frentes que tiene abiertos, dentro y fuera del país. Internacionalmente quiere alejar el fantasma del aislamiento, que tiene mucho que ver con el resultado de las primaveras árabes y la deriva de la guerra en Siria. Turquía ha pasado de la ilusión de que iba a ser el líder de un nuevo Oriente Próximo a la pesadilla de verse rodeada de problemas y enemigos. Y en Siria Bashar al Asad y los kurdos del PYD (Partido de la Unión Democrática) han ido ganando posiciones en el terreno político y militar.

Esto coincide con una crisis de confianza entre Turquía y sus aliados occidentales. Estos reprochan en privado a Ankara no haber hecho más para frenar al Estado Islámico. Y Turquía está visiblemente indignada por el apoyo de Estados Unidos y varios países europeos al PYD, calificado como la franquicia siria del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán). Pero tanto o más importante que superar esta crisis de confianza es la búsqueda de cobijo ante el enfrentamiento abierto entre Ankara y Moscú, especialmente desde que el Kremlin respondiera al derribo en noviembre del 2015 de un cazabombardero ruso con sanciones en materia de turismo, visados y comercio y también con apoyo directo a distintos grupos kurdos.

Esto nos lleva al frente interno. En menos de un año se han roto las negociaciones de paz iniciadas en el 2012 entre los servicios de inteligencia y el PKK, y además Turquía se ha convertido en un objetivo del Estado Islámico. El país ha sufrido una ola de atentados contra grupos de manifestantes pacifistas, turistas extranjeros, soldados y fuerzas policiales. Y el enfrentamiento entre el PKK y las fuerzas de seguridad del Estado se ha trasladado de las montañas a las ciudades. Algunas localidades del sur y del este del país están sometidas a toques de queda desde hace meses y algunos estiman en 200.000 personas las que habrían abandonado sus hogares huyendo de la violencia.

Este clima de excepción se superpone al altísimo nivel de crispación y polarización política. Lo vimos con la gestión de las protestas de Gezi en el 2013, y más recientemente con el hostigamiento a periodistas y académicos críticos con las políticas del Gobierno. El último episodio ha sido la intervención por orden judicial de Zaman, el periódico de mayor tirada del país, solo tres días antes de la cumbre. Y ahí es donde entra el principio de no injerencia. Aunque no se ponga por escrito, a cambio de su colaboración en materia de refugiados Ankara espera que la UE contenga sus críticas en materia de libertad de expresión, derechos humanos o Estado de derecho.

Una de las artes del bazar es el regateo. Y en esta negociación Europa tiene dos problemas. Que se está regateando con personas, principios y valores. Y que, haciendo tan evidente su desesperación, ha reducido su margen de maniobra.

Eduard Soler i Lecha, coordinador de investigación del CIDOB.

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