Europa nació en Waterloo

Un poema de Víctor Hugo que conocen bien algunos franceses comienza así: «Waterloo, sombría llanura… ¡A un lado Europa, y al otro Francia!». Muy pocos recuerdan los versos siguientes. Ocurrió hace dos siglos, el 18 de junio de 1815: al sur de Bruselas, una coalición de prusianos, ingleses y rusos puso fin a la epopeya de Napoleón. Su Ejército imperial contaba con tantos suizos, italianos y polacos como franceses. Víctor Hugo se equivocó. 200.000 combatientes se enfrentaron, 50.000 murieron en un solo día. Y ya desde el día siguiente, los turistas británicos visitaban el campo de batalla de Waterloo, conscientes quizá de la importancia del lugar y del momento.

Europa nació en WaterlooDos siglos después, la batalla de Waterloo se conmemora en toda Europa salvo en Francia. Curiosamente, Napoleón sigue siendo un ídolo. ¿Qué deberíamos celebrar exactamente? Los historiadores y las opiniones públicas siguen divididos. Son testimonio de ello las obras sobre Napoleón, unas 10.000, registradas y coleccionadas en la Biblioteca Marmottan de Boulogne-Billancourt, cerca de París. La colección no deja de enriquecerse, pues el bicentenario de Waterloo ha suscitado una nueva oleada, en todos los idiomas de Europa. Si la controversia continúa se debe a la ambigüedad del personaje. Napoleón era un ogro cuyos ejércitos provocaron en diez años seis millones de víctimas. Pero también era el portador de los ideales de la Ilustración, que liberó a los pueblos (Polonia, Países Bajos, Italia) de sus colonizadores extranjeros e instauró en todas partes repúblicas y constituciones. En todas partes, empezando por Francia, sustituyó las costumbres feudales y la voluntad de la aristocracia por el Estado de Derecho y la tolerancia religiosa. Por eso Napoleón asustaba a los príncipes, a veces más que a los pueblos: los polacos lo acogieron como un liberador, mientras que los españoles perfeccionaron la guerrilla para desembarazarse de los ocupantes franceses.

En Waterloo, la coalición de príncipes reaccionarios no venció al Napoleón ilustrado, aunque aún se les enseñe eso a los escolares franceses. Aquel día, el Emperador fue vencido principalmente por su megalomanía: sus adversarios habían comprendido hacía mucho tiempo la estrategia de sus antiguas victorias, en concreto la de Austerlitz, basada en el efecto de masa y el efecto sorpresa. Pero Napoleón, afectado por la patología de los dictadores, la hybris [desmesura], era incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos: si no hubiera sido derrotado en Waterloo, lo habría sido inevitablemente en otro lugar. Más allá de las consideraciones militares, se observa una razón más profunda para el fracaso ineludible del Imperio francés, cuyo sepulturero fue Napoleón. Cuando tomó el poder absoluto en 1801, Francia era el país más poblado y más rico de Europa. Cuando partió hacia el exilio en 1815, los franceses estaban desangrados por las guerras y el empobrecimiento económico, una consecuencia directa del bloqueo occidental, la prohibición de comerciar con los ingleses y sus aliados. Napoleón odiaba a los «emprendedores» (un término francés creado por Jean-Baptiste Say, a quien Napoleón prohibió publicar y enseñar) y el libre intercambio, que percibía como patologías inglesas. Enemigo de los «economistas» (el término en su boca era una injuria), identificaba el genio francés con la gloria del Estado, detrás de las fronteras cerradas.

Pues bien, exactamente dos siglos después de Waterloo, tenemos una Europa unida, como soñaba Napoleón, pero según principios completamente opuestos a los suyos. Él habría querido que fuera francesa, y es multinacional e incluso multirregional: todos nosotros somos europeos, pero cada uno en su idioma y a su manera. Nos hemos vuelto globalmente prósperos porque el empresario es reconocido como el motor de toda la economía –incluso en Francia, donde un centenar de institutos llevan el nombre de JeanBaptiste Say– y gracias también al libre intercambio que beneficia a todos los socios. En lugar de una Europa dominada por un poder imperial, estamos en paz entre nosotros, porque Europa es una federación de gobiernos independientes.

Guy Sorman

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