Europa no es feliz

Por Benigno Pendás, profesor de Historia de las Ideas Políticas (ABC, 21/02/05):

«Nuestro continente se juega su destino con increíble ligereza», decía en 1924 el manifiesto de «Paneuropa». Hermoso texto, como tantos otros en la prehistoria del proceso de integración. Pasó el mal trago. Alivio general: ni vanguardia posmoderna ni ejemplo peligroso para los escépticos. Todo a medio camino. Los ciudadanos castigan la inmadurez de los políticos, aunque algunos se conforman con cualquier cosa, pero cumplen con su deber hacia el Espíritu de la Época. ¿Quedan ganas de otro referéndum? Antes del propósito de la enmienda habría que asumir una verdad incómoda: la sociedad española está desquiciada después del 11-M y sus secuelas, esto es, cambio traumático de Gobierno y sensación de peligro real ante el chantaje nacionalista. Contexto difícil, sumado a la ruptura unilateral del equilibrio con la iglesia y con los medios de comunicación. Menos mal que la economía resiste porque la despensa estaba llena, y las cuentas en orden riguroso. Dadas las circunstancias, resulta absurdo convocar una consulta innecesaria, prematura y viciada por el partidismo. Menos mal que la gente ha sabido distinguir entre lo esencial y lo accesorio: este Tratado constitucional, con sus luces y sus sombras, es la única opción razonable que nos ofrece la historia. Por el contrario, sonrisas, vanidades y miserias particularistas sólo sirven para alimentar pasiones coyunturales. Reflexión adicional sobre la democracia plebiscitaria. Alguien debe tomar buena nota antes de promover una reforma constitucional sobre la sucesión a la Corona, que abre una vía incontrolable para el debate más inoportuno que cabe imaginar aquí y ahora.

Lectura en clave doméstica. Zapatero, campeón de un europeísmo ingrávido, sigue complacido en exhibir las carencias. Sin embargo, el «demos» europeo no existe, pero vale la yuxtaposición eficaz de múltiples Estados soberanos. El tinglado comunitario y los líderes nacionales en apuros pretenden una y otra vez ganar para la Unión Europea una legitimidad popular que no le corresponde. Algún día lo pagarán caro.Concebida como sociedad por acciones, Europa reporta beneficios para todos. En cambio, la retórica plagada de falso progresismo no resiste un análisis racional. El PSOE ha sido desleal a su propia causa: sólo apuesta por ejercer de locomotora continental para reforzar su victoria precaria y ganar simpatías centristas. Al tiempo, busca las vueltas al adversario atizando la discordia interna. Se notaba demasiado. Al caer bajo mínimos el nivel de autoexigencia, se muestran satisfechos incluso de una participación que bate marcas negativas. Ha resistido bien Rajoy, promotor de un «sí» galaico, jugando con prudencia una partida envenenada. Sin citar a Kant y su «paz perpetua», el PP ha cumplido con el imperativo categórico: actuar con sentido de la responsabilidad sirve como regla válida para la moral universal. Que alguien se lo explique al presidente del Gobierno. Porque, en puro análisis político, la oposición ha defendido el interés general de España a la vez que trasladaba el riesgo al adversario. Por el contrario, el Gobierno ha cambiado un éxito seguro -no exento de brillantez- en sede parlamentaria por un resultado mínimo en las urnas. Todavía tendría que dar las gracias y pasar página corriendo: podía haber sido mucho peor.

Sigamos en el foro. El mundo acelera el paso mientras aquí discutimos sobre esencias. La cifra de participación es muy pobre, aunque el que quiera puede engañarse a sí mismo. Además del poco interés por los asuntos europeos, el Gobierno sufre un voto de castigo en forma de abstención activa. Nadie puede atribuirse, por el contrario, el monopolio de los escasos votos en contra. Desvarían Esquerra Republicana e Izquierda Unida, socios parlamentarios que van a causar, más pronto que tarde, la ruina del Gobierno socialista. Allá cada cual con sus amigos. La opción por el «no» desde la derecha expresa la fractura social derivada de las últimas elecciones. Quienes la agitan o la promueven (de buena fe, supongo) deben meditar ahora, por razón de patriotismo, acerca de su colaboración inestimable en la creación del escenario preferido por el PSOE: la izquierda sólo es feliz cuando le sirven en bandeja el tópico de la derecha agreste y montaraz. Habrá que examinar con detalle el desglose de los datos; pero parece claro que en el País Vasco y en Cataluña, secuestrados por nacionalistas de todos los partidos, aparece un porcentaje importante de voto negativo. ¿Quién es y quién no es moderno?

Reflexión personal después de votar «sí». No confío en la vocación de nuestro tiempo para el ejercicio del poder constituyente genuino. Un proyecto ambicioso e ilusionante no puede surgir de una sociedad anquilosada y dominada por valores mezquinos. El centro de gravedad de la historia se desplaza desde el Atlántico al Pacífico: la imagen de Europa en América, sea justa o injusta, se encuentra en los libros de Kissinger o de Fukuyama y no en las páginas melifluas de algún articulista de moda. Hay que ser serios. Incluso esta entidad confusa y este documento prolijo (alma de Constitución en cuerpo de Tratado) merecen la adhesión racional de la mayoría de los ciudadanos. En España, por supuesto, y también en el conjunto de la Unión. ¿Por qué no lo han explicado mejor? El nuevo orden geopolítico ofrece opciones limitadas. La supervivencia pasa por una integración más o menos ficticia, que permite acaso guardar las apariencias. Queda un fondo valioso de prestigio histórico-espiritual: más o menos el mismo que tenía la Grecia decadente respecto de la Roma pujante. Todavía es útil para la agenda de Bush girar visita a Bruselas. Tal vez dentro de dos generaciones ya no será imprescindible. Léase a los analistas solventes, desde Boston a California: lo más importante del viaje es la entrevista con Putin en Bratislava. El otro gran asunto internacional, en plano muy destacado, es la doble decisión de Sharón sobre Gaza y el muro. Ahora tocan palabras de cortesía para los europeos, aunque no para todos. A medio plazo, la soberbia, la envidia o la ingratitud de la alianza carolingia frente a la única superpotencia conducen al fracaso colectivo. Al fin y al cabo, como bien sabía Platón en su madurez, «la injusticia es hija del exceso».

Europa, continente sin nombre, decía el clásico, sigue su camino, con paso vacilante, muy a su estilo. Vive, una vez más, al borde del precipicio. Tiene que aprender a defenderse de sus falsos amigos, porque la eurocracia, los reglamentos y las directivas han destruido la emoción cívica. Para el historiador de las ideas, esta Unión, heredera de las viejas Comunidades, es hija legítima de la democracia cristiana y el socialismo democrático, con alguna pincelada liberal, más bien aislada. Resulta antipática sin remedio para conservadores rocosos, comunistas reconvertidos y nacionalistas románticos. Vivimos por eso en una Europa infeliz, la Europa de la sospecha recíproca. Unos desconfían de otros, y todos (menos Zapatero) del eje franco-alemán. Antiguos y modernos se miran con recelo, al modo de patricios y plebeyos, querella propia de cualquier aristocracia decadente que abre las puertas del club antes selecto. Tiempo de paradojas. Los Verdes alemanes construyen el paraíso de los mercaderes. La derecha centralista francesa se apunta al jolgorio supranacional. Tony Blair aplaza cuanto puede el conflicto entre los intereses y la ideología de la Britania profunda. Los españoles hemos jugado con fuego. Menos mal que ya pasó. Guardemos la estrategia infantil para experimentos más sencillos. Ahora, a trabajar. Recelo, deslealtad, confianza perdida... Europa no es feliz porque la obligan a ser lo que no es ni puede llegar a ser. Sin embargo, enseña la historia que estamos mejor que nunca. Así empezaba W. Churchill su célebre conferencia de Zurich, el 19 de septiembre de 1946: «Hoy me gustaría hablarles a ustedes del drama de Europa...»