Europa no necesita solidaridad

Aunque en realidad Gran Bretaña y Estados Unidos nunca fueron (como ironizó cierta vez George Bernard Shaw) dos países divididos por un mismo idioma, no hay duda de que la Europa contemporánea está dividida por una sola palabra, presunta piedra angular de la Unión Europea: la solidaridad.

Un genio maligno que quisiera maximizar la desunión europea no hubiera podido calibrar mejor el daño que la COVID‑19 le hizo a Europa. En Italia (que una década después de la crisis del euro sigue siendo la economía más afectada de la UE, con el potencial de crecimiento más reducido, la mayor deuda pública, el menor margen de maniobra fiscal y el entorno político más frágil), la pandemia provocó una cifra de muertos terrible, y la posterior implosión económica extenderá todavía más el sufrimiento.

Asimismo, España, cuyo pueblo soportó después de la crisis del euro niveles terribles de desempleo y desahucios desgarradores, se ha vuelto epicentro del coronavirus. En cuanto a Grecia, si bien la cifra de muertes ha sido felizmente baja, la caída del ingreso por turismo del que depende la economía se suma a una década de crisis que ya nos hundió en una depresión insoportable.

En tanto, los países con finanzas más sólidas han sufrido menos daños en los frentes sanitario y económico.

Cuando el brote en Europa empeoró, nueve jefes de gobierno de la eurozona pidieron la emisión de «coronabonos», para que haya un reparto europeo más parejo del endeudamiento adicional que necesitarán los gobiernos en sus intentos de reemplazar la pérdida de ingresos privados. A diferencia de Japón, el Reino Unido y Estados Unidos, Europa no tiene un banco central que pueda financiar directamente a los gobiernos afectados, de modo que la emisión de eurobonos serviría para que la carga de las nuevas deudas no caiga sobre aquellos que menos capacidad tienen de soportarla.

El concepto de emitir eurobonos no es ni nuevo ni complicado. La novedad es que en esta pandemia se lo presentó como una cuestión de solidaridad con los países meridionales afectados.

Pero (como algunos anticipamos antes de las cruciales reuniones del Eurogrupo de ministros de finanzas de la eurozona) era una propuesta destinada al fracaso. Como era de prever, en la reunión del 9 de abril el Eurogrupo descartó emitir «coronabonos», de modo que la idea de los eurobonos quedará relegada por años (o para siempre).

La explicación de lo sucedido es sencilla. Los nueve jefes de gobierno apostaron a que presentar los bonos como la materialización financiera de la solidaridad europea sería un argumento indiscutible, pero apostaron mal.

Mucho se ha hablado de la feroz resistencia a los eurobonos de Wopke Hoekstra, el ministro de finanzas neerlandés, que en la reunión se opuso a cualquier idea que implicara emisión común de deuda europea, por pequeña que fuera. Una mayoría de comentaristas al oeste del Rin y al sur de los Alpes acusaron a Hoekstra de ser un noreuropeo desalmado para quien la solidaridad nada significa. La división geográfica y emocional de Europa nunca había estado tan clara.

El problema es que Hoekstra tiene razón: la solidaridad es un mal argumento para la emisión de eurobonos o para cualquier otra forma de mutualización de deudas. Al ver personas o comunidades que sufren puedo sentirme obligado a darles dinero, ofrecerles refugio o concederles un préstamo cuantioso con condiciones flexibles que ningún banco les daría. Eso es solidaridad. Pero la solidaridad no me obliga, ni puede obligarme, a endeudarme con ellas.

Al apelar a la solidaridad como argumento para los eurobonos, los nueve jefes de gobierno perdieron la discusión antes de empezar. Juan no tiene derecho a exigir que María, por solidaridad, vaya al banco y saque un préstamo con él. María tiene todo el derecho a negarse, y hasta Juan se dará cuenta de que no hay en ello injusticia alguna.

Así que el Eurogrupo descartó los eurobonos. En su reemplazo, se ofreció a los países afectados ayuda directa por valor de 27 700 millones de euros (30 100 millones de dólares, o sea el 0,22% del ingreso de la eurozona) y préstamos por un volumen inferior al billón de euros.

Los críticos de los «frugales» gobiernos noreuropeos señalan algunas disparidades asombrosas. El plan nacional de estímulo fiscal del gobierno alemán asciende a nada menos que el 6,9% del PIB, incluso más que el de Estados Unidos (5,5% del PIB). En cambio, los gobiernos italiano y español, con sistemas sanitarios y economías que han sido mucho más afectados, apenas pudieron permitirse un estímulo fiscal del 0,9% y el 1,1% del PIB, respectivamente. ¿No es esto prueba de falta de solidaridad?

Tal vez sí. Pero supongamos por un momento que, movida por la solidaridad, Alemania decidiera compartir su paquete de estímulo con los países sureuropeos que no tienen el mismo margen de maniobra fiscal. El beneficio macroeconómico sería insignificante, porque la ayuda alemana, al repartirse por toda la eurozona, se diluiría. En síntesis, la solidaridad no es sólo mal argumento para los eurobonos; también es una política macroeconómicamente irrelevante. Peor aún, los pedidos de más solidaridad pueden ser contraproducentes al aumentar la división europea y destruir la solidaridad allí donde la haya.

Mucho antes de la aparición de la COVID‑19, los noreuropeos temían que los sureuropeos endeudados estuvieran buscando excusas para meterles mano en los ahorros. Y oír sermones sobre la importancia de la solidaridad no puede sino reforzar esa sospecha. De modo que el mejor servicio que puede hacerse a la tarea de unificar Europa y evitar su desintegración es dejar de hablar de solidaridad y apelar en cambio a la racionalidad.

Los ahorristas neerlandeses y alemanes tienen que darse cuenta de que sus ahorros serían muy, muy menores si los endeudados italianos, griegos y españoles no estuvieran con ellos dentro del sistema del euro: el déficit de los países meridionales mantiene un tipo de cambio del euro suficientemente bajo para que Alemania y los Países Bajos puedan sostener sus niveles de exportación neta. De modo que las razones para emitir eurobonos no tienen nada que ver con la solidaridad. Al transferir endeudamiento de los países deficitarios a una Unión fuerte y, en el proceso, reducir la deuda total de la eurozona (ya que la mejor calificación crediticia de la UE permite obtener tasas a largo plazo más bajas), los eurobonos mantendrán a un país como Italia dentro del sistema del euro, y evitarán así que los ahorros neerlandeses y alemanes se evaporen.

Nadie lo expresó tan bien como Adam Smith en 1776: «No es la benevolencia del carnicero, el cervecero, o el panadero lo que nos procura nuestra cena, sino el cuidado que ponen ellos en su propio beneficio». Del mismo modo, jamás se logrará emisión de eurobonos y un cambio de las ridículas reglas de la eurozona amparándonos en la «benevolencia» de los países con superávit. Para evitar el veto de los países del norte a estas propuestas hay que apelar a su (en palabras de Smith) «amor propio», aclarando que tampoco se dejará a esos países seguir políticas que los perjudicarían.

Yanis Varoufakis, a former finance minister of Greece, is leader of the MeRA25 party and Professor of Economics at the University of Athens. Traducción: Esteban Flamini.

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