Europa no sabe qué quiere ser

Por Sami Naïr, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad París-VII (EL PERIÓDICO, 17/01/06):

Europa está en la encrucijada. Tras los nos francés y holandés, el proceso de construcción está paralizado: las élites europeas, responsables del fracaso por haber negociado un muy mal texto constitucional, se han quedado petrificadas. No han digerido la intrusión de los pueblos en sus cálculos, no saben qué hacer para escapar al callejón sin salida en el que se metieron. La presidencia británica, después de los nos, fue presentada como el fin de la prepotencia de Francia: seis meses después resultó un fracaso humillante. Tony Blair perdió su apuesta de cambiar la política agrícola común (PAC), de reducir drásticamente el presupuesto europeo y, más duro aún para Gran Bretaña, se enfrentó con los países del Este, sobre todo Polonia, por la reducción de los fondos estructurales. Intentó aislar a Francia, provocar una ruptura del equilibrio con Alemania. Pensaba que tendría éxito con el cambio de Gobierno en Alemania y la llegada de los cristianodemócratas dirigidos por Angela Merkel. Pero, en julio del 2005, en Bruselas, y en los meses que siguieron, el eje francoalemán resistió y Alemania se comprometió a seguir financiando de modo tan significativo como antes al presupuesto europeo. Francia apoyó a las reivindicaciones de los países del Este sabiendo que para ellos también la PAC significa más fondos. No hubo acuerdo. Y Gran Bretaña fue responsabilizada por este fracaso. Los europeos tuvieron que esperar el cambio de presidencia en diciembre del 2005. El acuerdo conseguido bajo la nueva presidencia austriaca es mejor, más aceptable, pero gestionar una Europa de 425 millones de habitantes con un presupuesto del 1% del producto interior bruto (PIB) europeo es bastante ridículo --e increíble--. Pero es así. Ahora, ¿qué va a pasar? ¿Qué hacer? Nadie puede dar respuestas a esas preguntas, porque en realidad, no hay acuerdo sobre lo que debe ser Europa hoy en día en el mundo. Los padres fundadores, los Monnet, Schuman y Spinelli, querían una Europa mercado para llegar a una Europa política. La historia demuestra que la construcción de la Europa mercado, desde el Tratado de Roma hasta el Tratado de Maastricht, pasando por el Acta Única, ha provocado la imposibilidad de la Europa política. Es una evidencia. Los británicos y algunos de sus aliados en los países del Este no quieren una Europa política fuerte, que actúe como potencia estratégica a nivel regional y mundial. Sólo quieren una Europa como espacio de librecambio, integrada en el mercado globalizado y sometida políticamente a Estados Unidos.

LOS FRANCESES, los alemanes y sus aliados quieren algo más que una Europa mercado, pero no comparten la misma idea de lo que deben ser las instituciones políticas europeas. Fundamentalmente, Alemania busca una Europa institucional federalista, comparable al federalismo de su propio país, mientras Francia prefiere un modelo más o menos confederal, preservando el concepto unificador del Estado-nación francés. Acepta dejar sectores enteros de su soberanía en manos de Europa en cuanto a la economía, pero quiere también unas instituciones políticas basadas en el equilibrio de los estados-naciones. Es esencial esa divergencia entre los dos principales socios europeos. No se podrá resolver rápidamente. No es un problema sencillo, porque el modelo constitucional implica no sólo un proyecto común, sino la realidad del proceso de cada país dentro del marco europeo. Aquí, nadie quiere renunciar a sus intereses nacionales, puesto que no existe una identidad de pertenencia común sino sólo, en la realidad del proceso europeo, una identidad de intereses comunes. Y no es lo mismo. Hoy, Alemania quiere relanzar el proyecto constitucional. Corresponde a sus intereses, especialmente porque permite una redistribución de la financiación del proceso europeo por sus länder. Quiere modificar poco el Tratado Constitucional, y votarlo. Propone a Francia introducir algunas modificaciones institucionales, quizá quitar la tercera parte (sobre las políticas económicas liberales, integrada en el texto por Blair con la ayuda de José María Aznar) y, sobre todo, no someter el nuevo texto a ratificación popular (referendo). Pero Francia no puede hacer nada antes de las elecciones presidenciales y legislativas del 2007. El proceso está parado. Jacques Chirac intenta insuflar un contenido nuevo, para dar la impresión de que algo ocurre. Habla de la Europa de los ciudadanos, del conocimiento, de las nuevas tecnologías y de los proyectos. Pero todo parece vano.

DE HECHO, los nos, como escribí en esas mismas páginas, han abierto la caja de Pandora de la UE. Salen ahora todos los diablos --y cada uno de los socios busca primero su interés--. Dos vías parecen claras. Por un lado, Blair quiere destrozar todas las políticas comunes para reemplazarlas por las leyes del libre mercado y la competencia entre europeos (todo el mundo está de acuerdo en reformar la PAC, pero él la quiere borrar del mapa). Considera Europa como un gran espacio de librecambio y nada más. Por otro lado, se está desarrollando un eje empírico, que reagrupa coyunturalmente a España, Francia, Alemania y Polonia, para llevar a cabo las reformas presupuestarias y dibujar un cuadro de integración realista para los países del Este, sobre todo en cuanto a la distribución de los fondos estructurales. Es casi una Europa de cooperaciones reforzadas la que se está poniendo en marcha entre estos cuatro países. El futuro dirá cuál, de estas dos dinámicas, es la que va a prevalecer. Lo seguro es que Europa debe darse tiempo para pensar su futuro: cualquier huida hacia delante puede resultar dañina.