Europa no se hace sola

Hace ya 30 años que el Parlamento Europeo (PE) es elegido por sufragio universal directo. En este tiempo su papel ha cambiado radicalmente. En 1979 era una asamblea consultiva, hoy es la institución clave de la Unión Europea, y si mañana entra en vigor el Tratado de Lisboa lo será más todavía. Pero vivimos una extraña paradoja: a medida que crecía su importancia, la participación en las elecciones ha ido disminuyendo. Creo que es así porque los ciudadanos no son bastante conscientes de la importancia de lo que se decide en el PE, desde lo que afecta a la vida cotidiana, como la calidad de los alimentos, la seguridad de los juguetes o las tarifas telefónicas, hasta los grandes temas que van a decidir nuestro futuro, como la emigración o el cambio climático.

La mayor parte, más del 60%, de la legislación que nos afecta se vota en el PE. Y la respuesta que Europa sea capaz de dar a la crisis económica o el papel que vaya a jugar en el mundo dependerán de su composición. Si fueran conscientes de esta realidad, los ciudadanos se preocuparían de elegir a los que toman estas decisiones en su nombre tanto o más que cuando votan en las elecciones nacionales.

Ahora ya no es tiempo de pedir el voto para tal o cual formación política ni para las distintas formas de entender la construcción europea. Pero todavía lo es de pedir la participación en unas elecciones de las que va a salir la institución democrática supranacional más importante del mundo, que es una de las dos bases de la legitimidad de la UE: la de los estados representada por sus Gobiernos en el Consejo, y la de los ciudadanos representados directamente en el Parlamento. En el momento en que Obama rinde homenaje a los muertos en las playas del desembarco, conviene recordar la importancia de la integración europea, que ha permitido que enemigos ancestrales aprendan a construir progresivamente un interés común ampliándose hasta reunir a la casi totalidad del continente. Para ello ha hecho falta inventar instituciones originales, como el Parlamento Europeo, verdadero laboratorio de democracia supranacional donde las diferencias ideológicas y los intereses nacionales se confrontan para definir el interés general europeo.

Los españoles siempre hemos sido favorables a la construcción europea, de la que durante tanto tiempo fuimos excluidos. No hace falta insistir en lo positiva que ha sido nuestra participación en Europa; los que lo duden, que imaginen cuál sería nuestra situación ante la crisis si no tuviésemos el euro. Pero tengo la sensación de que cada vez más adoptamos una actitud pasiva, como si Europa se hiciese sola y no necesitase del compromiso activo de los ciudadanos. Creemos que Europa está bien y que bien está que avance, como si fuese algo natural que ocurrirá sin que ni siquiera tengamos que expresar nuestras preferencias políticas a través del voto. Es un grave error. Europa no se va a hacer sola. Necesita el apoyo de los europeos para superar la crisis en la que vive, que no es otra que la del agotamiento del método que le permitió nacer y crecer. Superados los antagonismos identitarios, incorporados y anclados en la democracia los países del sur y del este, la naturaleza política del proyecto europeo necesita que los ciudadanos lo hagan suyo antes que muera de su propio éxito.

Hoy, ante un Consejo dividido, donde unos quieren avanzar en la integración política y otros quieren quedarse como una zona de cooperación que se extienda geográficamente, ante una Comisión cuando menos indecisa que no juega plenamente su capacidad de iniciativa, el papel del PE ha sido fundamental. Fue capaz de construir compromisos legislativos sobre los temas más controvertidos, como la directiva sobre liberalización de servicios propuesta por el comisario Bolkenstein, que era una amenaza para la cohesión social al posibilitar que los emigrantes pudiesen trabajar bajo las leyes laborales del país de origen y no del de destino. O el reglamento Reach sobre productos químicos y protección del medioambiente. O la duración de la jornada de trabajo, o el acceso a internet, la competencia en los mercados energéticos, la liberalización del transporte ferroviario o el desarrollo de las energías renovables para hacer frente al cambio climático. Y en la siguiente legislatura tendrá que resolver cuestiones igualmente importantes como el futuro de la agricultura europea, el presupuesto comunitario, la regulación del sistema financiero para evitar que vuelva a producirse otra crisis, o el control de la emigración. En estos temas tendrá igual peso que el Consejo, será colegislador a parte entera y nada podrá decidirse sin él.

Señalar la importancia del PE no es incurrir en una actitud eurobeata cantando las excelencias de la UE como si cualquier crítica fuera una invitación al desinterés del elector. No, hay muchas cosas que se deben criticar de la forma en que Europa se construye y funciona, pero la crítica debe ir acompañada del compromiso para encontrar alternativas mejores. No tiene sentido condenar el carácter burocrático de la UE, ni lamentar que sea lejana, distante y ajena, si cuando tenemos la oportunidad de participar directamente en su construcción nos quedamos en casa creyendo que se hará sola o dejando que otros la hagan como no quisiéramos que fuera.

A pesar de que las campañas electorales europeas acaban lamentablemente planteándose en clave nacional, es el momento de recordar que el voto es una forma de aportar dimensión democrática a la construcción europea, que necesita el impulso de sus ciudadanos.

Josep Borrell, ex presidente del Parlamento Europeo.