El sueño del presidente ruso Vladímir Putin se ha hecho realidad. Con Estados Unidos y Europa más divididos que en cualquier otro momento desde la Segunda Guerra Mundial, la OTAN ya no es un bloque unido y decidido a frustrar las ambiciones revanchistas de Rusia. Por el contrario, el gobierno estadounidense del presidente Donald Trump parece coincidir con Putin en que las superpotencias tienen un derecho natural a reclamar autoridad sobre esferas de influencia y que los países más pequeños y débiles deben someterse a sus vecinos más poderosos. Ahora depende de Europa defender la democracia, la soberanía y el Estado de Derecho en Europa, y eso implica defender a Ucrania.
Los líderes europeos parecen conscientes del desafío al que se enfrentan. En una reunión reciente en Londres, reiteraron su compromiso de apoyar a Ucrania y empezaron a trabajar en un plan para poner fin a los combates. Pero el éxito de un plan de paz europeo depende de convencer a Putin de que Rusia no podrá sostener el costo de seguir atacando a Ucrania.
Los fondos necesarios no pueden salir del presupuesto ordinario de la UE, ya que es muy pequeño (sólo alrededor del 1% del PIB) y la mayor parte de los ingresos están reservados con años de antelación. Pero hay mucho dinero sin gastar en el fondo de recuperación pospandemia NextGenerationEU, que puede redirigirse a Ucrania.
Otra opción sería que un grupo de países europeos (por ejemplo, los integrantes de la UE de mayor tamaño junto con Noruega y el Reino Unido) crearan un nuevo instrumento financiero para emitir deuda y cubrir la ayuda a Ucrania. Este método tiene una clara ventaja: al no depender del apoyo unánime de los miembros de la UE, no podría obstaculizarlo la oposición de figuras como el primer ministro húngaro Viktor Orbán, aliado de Trump, o de países miembros formalmente neutrales como Austria e Irlanda.
Pero sustituir la ayuda estadounidense «suspendida» (que ahora al parecer se va a reanudar) no es suficiente: Ucrania necesita más apoyo, ya que lo recibido hasta el momento sólo le ha permitido frenar el avance de Rusia, pero no cambiar el curso de la guerra. Aun así, es indudable que Europa tiene capacidad para aportar los fondos necesarios.
Dejando a un lado la cuestión financiera, Europa puede proveer la mayoría de los suministros militares que necesita Ucrania, como tanques, armas y municiones. Tal vez llenar el vacío dejado por Estados Unidos en defensa antiaérea lleve algo más de tiempo, ya que hoy Ucrania depende de sus sistemas Patriot. Pero existen alternativas europeas, como el franco‑italiano SAMP/T (Sol‑Air Moyenne Portée/Terrestre), el noruego NASAMS (National Advanced Surface‑to‑Air Missile System), de menor alcance, y el alemán IRIS‑T (infrared imaging system tail/thrust vector‑controlled). Estos sistemas ya han sido probados en combate y su costo al parecer es un poco menor que el de los Patriot.
Un ámbito en el que Europa no puede sustituir fácilmente a Estados Unidos es en capacidades satelitales y de inteligencia. Por eso la decisión de Trump de suspender el intercambio de inteligencia ha causado un grave perjuicio a las fuerzas ucranianas, que dependen de ella para atacar blancos rusos. Ojalá la administración Trump reanude pronto esos intercambios (que no cuestan nada a Estados Unidos), como parece dispuesta a hacer.
Además de ayuda militar directa, Europa debe aumentar el apoyo al desarrollo y la producción de drones ucranianos. El ingenio de Ucrania en este campo, con pequeños equipos de desarrolladores de drones que trabajan en estrecha colaboración con los combatientes sobre el terreno para idear soluciones innovadoras y en general baratas, le ha dado a menudo una ventaja en el campo de batalla.
Quizá la cuestión más espinosa sea la capacidad de Europa para ofrecer a Ucrania una garantía de seguridad creíble, en el caso (improbable) de que Putin acepte un alto el fuego. Sin el apoyo de Estados Unidos, Europa tendría que movilizar cientos de miles de soldados para defender no sólo Ucrania, sino todo el territorio de la OTAN.
Es por eso que los líderes de la UE acordaron hace poco un importante aumento del gasto en defensa. Ahora los ministros de la UE estudian propuestas de la Comisión Europea respecto de aumentar la flexibilidad fiscal de los estados miembros en lo referido al gasto en defensa y permitir un endeudamiento conjunto de hasta 150 000 millones de euros (160 000 millones de dólares), que se prestarían a los gobiernos de la UE para reforzar sus capacidades militares.
Algunas estimaciones indican que ni siquiera esto sería suficiente: según una proyección reciente, la seguridad europea demanda un incremento del gasto anual no inferior a 250 000 millones de euros (alrededor del 1,5% del PIB). Además, crear las estructuras y unidades de combate necesarias puede llevar años o decenios.
Aunque un rearme de esta magnitud convertiría a la UE en una gran potencia, es probable que no sea esencial, dada la extraordinaria fortaleza de las fuerzas armadas ucranianas. Mantener movilizada una buena parte del experimentado ejército ucraniano para la protección de su país costaría mucho menos que construir una fuerza europea de capacidad similar. Mientras tanto, Europa está bien equipada para ofrecer protección aérea contra Rusia. A Ucrania le han bastado unas pocas docenas de viejos aviones de combate occidentales para frustrar la superioridad aérea rusa, y las fuerzas aéreas europeas tienen cientos de unidades mucho más avanzadas.
De modo que lo único que tiene que hacer Europa para crear un fuerte poder de disuasión contra la agresión rusa es proveer a Ucrania suficiente apoyo financiero para que pueda mantener un gran ejército permanente, y dejar claro que cualquier ataque ruso provocará la creación automática de una zona de exclusión aérea sobre Ucrania. Esto sería mucho más rápido y barato que construir una fuerza de combate europea con cientos de miles de soldados.
Europa dispone de recursos para sostener a Ucrania en su lucha contra Rusia ahora y garantizar su seguridad futura. Debe utilizarlos.
Daniel Gros is Director of the Institute for European Policymaking at Bocconi University. Traducción: Esteban Flamini