Europa se asoma al mar Negro

En Bucarest y Sofía, entre fuegos artificiales, conciertos y actos solemnes en los que la bandera de la UE se izaba con honores militares, asistí, en uno de mis últimos actos oficiales como presidente del Parlamento Europeo, a las celebraciones del año nuevo en Europa. Y mañana daré la bienvenida en el pleno de Estrasburgo a los 53 nuevos eurodiputados. Con la adhesión de Rumanía y Bulgaria se cierra el proceso que se inició hace 17 años con la caída del muro de Berlín y que ha ampliado la UE hasta 27 miembros. Es la reunificación de un continente que ha superado la división de Yalta y la triste herencia de Hitler y Stalin.

A partir de ahora rumanos y búlgaros son ciudadanos europeos. También lo son las cinco enfermeras búlgaras condenadas a muerte en Libia, cuya dramática situación empañó la fiesta en Sofía. También existe el temor a que el exceso de expectativas se transforme en frustración, sobre todo entre los agricultores o los consumidores que temen subidas de precios. Hay otros temores: la prensa belga anunciaba que con Bulgaria llegan a la UE un millón más de musulmanes. Y Gran Bretaña, rompiendo con su anterior política, ha puesto límites a la circulación de trabajadores rumanos y búlgaros.

Atrás queda la discusión sobre si estos dos países estaban ya lo suficientemente preparados para ingresar en la UE. Sin duda les queda mucho por hacer, sobre todo contra las malas prácticas administrativas y la corrupción, en el funcionamiento del sistema judicial y lucha contra el crimen organizado. Pero rumanos y búlgaros han hecho un gran esfuerzo para cumplir con las exigencias comunitarias y será mas fácil seguir impulsando las reformas desde dentro de la UE, evitando la frustración que hubiese producido un año más de espera. Este proceso ha pauperizado a una parte importante de su población. El 44% de los rumanos viven con menos de cuatro dólares al día. Y en Bulgaria, donde el proceso de ajuste ha sido menos violento, son casi el 20%. Ante este panorama, muchos han emigrado. Se estima que más de dos millones de rumanos trabajan ya en otros países de la UE, muchos de ellos en España, lo que representa el 20% de su fuerza laboral. Aquellos que no han podido emigrar, han buscado dos vías de subsistencia: el regreso al campo y a la economía informal, con conexiones con el crimen y la corrupción organizadas.

En Rumanía la agricultura emplea al 35% de la población activa y en Bulgaria, al 25%. La productividad agrícola se ha hundido por el reparto de las tierras de las antiguas explotaciones colectivizadas. En Bulgaria el 87% de las propiedades tienen menos de una hectárea.

El retraso actual de Bulgaria y Rumanía tiene sus raíces en la pesada herencia que supusieron los regímenes de Zhivkov y Ceaucescu, cuyo atroz legado material es el inmenso palacio que se hizo construir en Bucarest, mientras el país vivía en la miseria y a costa de destruir gran parte del en otro tiempo llamado París de los Balcanes. Es el segundo edificio civil más grande del mundo y actualmente es sede del Parlamento. Sus desmesurados salones de mármol blanco se alquilan para las fiestas de fin de año.

El 2007 marca para Rumanía y Bulgaria una nueva etapa en su historia. Para la UE representa un cambio importante porque la hace más heterogénea y más desigual, le da una ventana a la gran área estratégica del mar Negro y demuestra que las razones económicas pierden peso frente a las políticas para decidir la integración de nuevos miembros. La renta de Bulgaria y Rumanía es inferior al 35% de la media comunitaria. El desnivel de riqueza era de 1 a 5 entre la región más pobre y la más rica en la Unión de los Quince. En la Unión de los Veinticinco, la proporción pasó a un 1 a 9. Ahora, en la de los Veintisiete , es de 1 a 13. Una heterogeneidad inédita.

El eje de la desigualdad en la UE ya no es Norte-Sur sino más bien Este-Oeste. Desde el este de Polonia al sur de Grecia, la UE integra ahora una gran zona oriental atrasada que será la gran receptora de los fondos regionales y de cohesión.

Cuando cayó el muro de Berlín era difícil imaginar que nueve de los antiguos países satélites o repúblicas de la URSS serian miembros de la UE y de la OTAN. Pero el entusiasmo que siguió a la caída del Muro ha sido sustituido por un cierto cansancio que afecta a las futuras ampliaciones y al propio proyecto de integración europea. En el 2007, la Unión Europea hará balance de sus 50 años de vida, y a pesar de haber conseguido todos sus objetivos, sufre una suerte de desencanto consigo misma. Podríamos decir que la UE, como muchos hombres y mujeres en su evolución psicológica, sufre la crisis de cumplir 50 años.

¿Qué hemos hecho? ¿Qué nos queda por hacer juntos? ¿Por qué, para qué y frente a quién estamos unidos? El fin de la reunificación del continente debería, en buena lógica, impulsar la dimensión política del proyecto europeo, o contribuir a su dilución, si, pasados los 50, no se consigue encontrar un nuevo impulso.

Josep Borrell, presidente del Parlamento Europeo.