Europa se mueve al oriente

Recientemente Madrid y Varsovia lucían aspectos muy similares: ambas ciudades se tornaron en lugares donde se congregaban manifestaciones masivas. Pero las miles de personas reunidas en el extremo occidental y el oriental de Europa tenían en mente agendas muy diferentes.

En España, los ciudadanos estaban unidos por la desesperación económica y social. Salieron a las calles para expresar su rechazo a una política de austeridad impuesta por la Unión Europea que ellos creen que les está llevando a un abismo. Quieren empleos, y la dignidad y los salarios que traen consigo dichos empleos. La indignación de algunos tenía un tono claramente anti-capitalista y anti-globalización.

En la capital polaca, los partidos conservadores y católicos, junto con el Sindicato “Solidaridad”, inspirados por “Radio María”, una reaccionaria red radial cristiana, se reunieron no por razones económicas, sino por razones políticas y culturales. En nombre de la defensa de la libertad de prensa, salieron a denunciar a un gobierno que según ellos es demasiado “centrista” y poco “polaco”.

Hace diez años, el entonces secretario de Defensa de los Estados Unidos, Donald Rumsfeld, realizó su famosa distinción entre la Europa “antigua” y la Europa “nueva” sobre la base de las actitudes hacia los Estados Unidos y la guerra en Irak. La nueva Europa (al menos sus gobiernos), entendiendo la necesidad de ejercer poder, era de Marte, mientras que la antigua Europa (con Gran Bretaña como la principal excepción), tras haberse visto deteriorada hasta llegar a una cultura de debilidad, era de Venus.

Las diferencias entre las manifestaciones en Madrid y Varsovia sugieren que la distinción entre la Europa antigua y la nueva sigue siendo válida, aunque no en la forma en que Rumsfeld las caracterizó.

Por supuesto, no sería correcto contrastar a una próspera Polonia frente a una España en colapso. Dada la crisis general europea, incluso la economía de Polonia ya no está en pleno auge. El desempleo se sitúa en alrededor del 10% (aún sólo llega a la mitad de la tasa en España), y el crecimiento del PIB anual es de alrededor del 1% (la tasa de crecimiento de España es negativa). Sin embargo, los estados de ánimo en los dos países, así como sus percepciones sobre Europa y el papel que desempeña en este continente, difieren de manera marcada.

Polonia, que aún no es parte de la eurozona, no ve otra alternativa que no sea la UE. El país ha llegado a entender de manera plena el desplazamiento estratégico de Estados Unidos cuya atención se alejó del continente europeo; sin embargo, los polacos, tal como siempre lo han estado, se mantienen obsesivamente temerosos de Rusia. ¿Y podría alguien culparlos, teniendo en cuenta que Rusia parece estar, más que nunca, nostálgica por su tradición imperial?

Pero, dada la evolución política de Ucrania, para no hablar de la de Bielorrusia, Polonia ya no puede soñar con un futuro en el oriente. El único camino para Polonia es el occidente – pero el occidente europeo más que el estadounidense.

Polonia se beneficia del crecimiento económico y la prosperidad de Alemania, su vecino occidental más próximo y su aliado más cercano. La reconciliación entre los dos países ha sido uno de los mayores logros de Polonia, y este país podría estar, por primera vez en su historia, en el lugar correcto – es decir cerca de Berlín – en el momento adecuado.

Por el contrario, España parece estar desplazándose hacia el sur, en sentido figurado, o quizás hasta en sentido literal (lea sobre la desertificación que afecta a algunas partes de Andalucía en el siguiente enlace: desertification affecting some parts of Andalusia). Pero España de manera categórica – y legítima – se niega a ser comparada con Grecia. Si se toma en consideración su moderna infraestructura, el dinamismo de sus jóvenes empresarios, y la calidad de reconocimiento internacional de sus bienes culturales, los españoles tienen toda la razón.

Asimismo, España se convence cada vez más de la aseveración que señala que Europa es más un problema que una solución. Este convencimiento no llega a extremos como para que la población desee dejar de ser parte de la eurozona (o, si consideramos el caso, que muchos quieran que sus regiones dejen de ser parte de España), sino que el país quiere seguir siendo él mismo – es decir, desea mantener un estilo de vida que en gran medida es producto de su clima.

Para los polacos, la UE continúa siendo una herramienta para la modernización, mientras que entre los españoles crece más la idea que afirma que la UE es sinónimo de un ataque a su dignidad, e inclusive a su esencia. ¿Cómo se puede unir a países miembros que se encuentran en posiciones emocionales tan diferentes? ¿Y cómo puede Europa caminar hacia adelante con sentimientos tan intensos sobre jerarquías? Los españoles se sienten ofendidos cuando se los compara con los griegos, los polacos se sorprenden cuando se les compara con los españoles, los franceses se niegan a ser comparado con los italianos, y así sucesivamente en una espiral infernal. Sin embargo, no hace mucho tiempo atrás – durante el periodo posterior a la caída de Franco – los polacos miraban a España con envidia.

Me viene a la memoria una conversación que sostuve el año 1978 con el historiador, estadista y político polaco Bronisław Geremek, cuando compartíamos una oficina en Washington, D.C. En su opinión, Polonia y España habían tenido durante mucho tiempo una historia que de alguna forma era paralela. Ambos países eran incapaces de integrar la modernidad en sus instituciones, y ambos habían caído en decadencia después de un brillante período histórico entre finales del siglo XV y principios del siglo XVIII. Polonia, inclusive, desapareció del mapa de Europa – víctima de la virulenta codicia de sus vecinos más cercanos.

La democracia volvió a España en el año 1975, y el país recuperó pronto su lugar en Europa, justamente en el momento que Polonia parecía atrapada en su historia trágica. Sin embargo, once años después de la conversación con Geremek, el comunismo se derrumbó en Polonia, y en el año 2004 se concretó el “retorno” de este país a Europa.

Los polacos de hoy en día no creen que Europa les hubiese engañado. Casi en todas partes, se pueden ver señales tangibles del apoyo que reciben de la UE: un puente por aquí, una escuela por allí. En España, por el contrario, la desilusión con la Unión ha sustituido al entusiasmo inicial que primaba durante el periodo del cambio de mentalidad en España, denominado como el periodo de la “movida”. Si ello continúa siendo cierto o no será lo que con mayor probabilidad determine el futuro de Europa.

Dominique Moisi is the founder of the French Institute of International Affairs (IFRI) and a professor at Institut d’études politiques de Paris (Sciences Po). Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

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