Europa, si quieres la paz…

Pareciera imposible pero, una vez más, la guerra estremece Europa. La invasión rusa de Ucrania amenaza con amputar del viejo continente una nación soberana. El desequilibrio de fuerzas es tan grande que pocos creen en la posibilidad de resistir del pueblo ucraniano que clama ayuda al resto del mundo para poder defender su libertad.

Pero Ucrania no se rinde, ha decidido luchar, combatir al invasor, pelear por su soberanía e independencia, consciente del sacrifico que ello implica. Miles de civiles ucranianos han sido movilizados para unirse a su ejército e intentar frenar las ambiciones de Putin. Otros muchos compatriotas, que habían emigrado a otros países en busca de un futuro mejor, vuelven, sin dudarlo, a defender su patria, abandonando las comodidades de las que disfrutan para ir a la guerra. Todos ellos, con su valor y su entrega son, en estos momentos de incertidumbre, la primera línea de defensa de una Europa temerosa de mostrarles con absoluta firmeza, aunque solo fuera por egoísmo, el apoyo incondicional que necesitan.

El hedonismo que impregna las sociedades más desarrolladas hace que para muchos resulte incomprensible la respuesta heroica del pueblo ucraniano. Por ello, desde nuestra atalaya pacifista deberíamos preguntarnos si estamos preparados para afrontar una guerra que amenaza a toda Europa. Porque lo que vemos y oímos en televisión no es una serie de ficción, ni un videojuego, es la guerra en toda su crudeza, donde se va a matar y a morir.

Nadie, en su sano juicio, desea la guerra, pero siempre puede surgir algún loco y hay que estar dispuesto a hacerle frente con todos los medios a nuestro alcance, sin fisuras y con la fortaleza moral que da el luchar por unos ideales de justicia y libertad. En esa lucha, los ejércitos serán, sin dudarlo, la punta de lanza, pero necesitarán, ineludiblemente, el compromiso y la participación de todos.

El prolongado periodo de paz que afortunadamente disfrutamos nos hace ver la guerra como algo lejano, imposible de imaginar en el suelo de nuestros superdesarrollados países europeos. En este tiempo hemos logrado las más altas cotas de bienestar y resulta muy difícil admitir que las podamos perder de la noche a la mañana. Y es ahí, probablemente, donde radica nuestra mayor debilidad, en no ser capaces de, llegado el caso, aceptar la muerte y la repentina destrucción de nuestro próspero estilo de vida como tributos a pagar por defender la libertad. Porque para una sociedad acomodada, como la de la Europa Occidental, regida por criterios de búsqueda permanente del placer que transforman a sus miembros en adultos adolescentes por su incapacidad de asumir responsabilidades incómodas, es demasiado sacrificio. Y si nuestros ideales no son firmes y anteponemos lo material a lo moral, ¿cuánto tardaríamos en negociar la cesión de los derechos más básicos con tal de acabar con la guerra?

Muchos pensarán que se trata de una visión descarnada, incluso alarmista, pero mirando para otro lado y edulcorando las cosas no afrontamos la realidad. La amenaza está en nuestra puerta y, por tanto, el riesgo es cierto. Conservaremos la paz, siguiendo la máxima romana, preparándonos para la guerra. Si la preparación es óptima a todos los niveles: militar, político y social, la disuasión será el arma que evite el conflicto. Si no…

Jesús M. Prieto Mateos es teniente coronel del Ejército de Tierra y secretario de la asociación profesional militar «Tercios Viejos españoles»

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