Europa, tan cerca pero tan lejos

Tenía razón Jean Monnet cuando escribió: «Nada es posible sin el hombre, pero nada permanece sin las instituciones». La Unión Europea ha construido sobre unas sólidas instituciones un modelo de gobernanza supranacional único en el mundo: los países miembros ceden cada vez más sus decisiones a los ámbitos comunitarios. Sin embargo, el ciudadano europeo vive alejado de esos espacios de decisión.

Desde comienzos de los años 90, ante las dificultades del Tratado de Maastricht, las élites políticas han puesto su atención en el llamado déficit democrático del que adolece la Unión. Como sugirió Jacques Delors, el proyecto europeo había tratado de convencer a las élites nacionales; el reto desde entonces ha sido fomentar y legitimar el proceso ante los ciudadanos. Y en eso estamos todavía. El camino ha sido el progresivo aumento de poder del Parlamento Europeo, única institución que los ciudadanos eligen directamente y que es de primer nivel; su poder no es menor que el que tiene el Consejo, e incluso que el de la Comisión Europea.

La fórmula no ha terminado de funcionar, a la vista de los crecientes niveles de abstención registrados en las elecciones europeas y de la falta de información y de interés de los ciudadanos acerca de lo que se discute en Europa. Según el último Eurobarómetro, la confianza en las instituciones europeas cae en picado. El 34% de encuestados respondió que «seguramente» acudirá a votar el 7 de junio, mientras que en nuestro país solamente un 27% de los encuestados aseguraron que «probablemente» votarán.

El Parlamento Europeo, mediante su elección directa y su aumento de poder, ha logrado dotar a la UE de una legitimidad procedimental, pero no la ha dotado de legitimación material: las políticas comunitarias no gozan de contestación ni de debate entre los ciudadanos, que no se sienten vinculados como, sucede con los parlamentos nacionales.
El primer vídeo electoral del PSOE muestra imágenes de la campaña electoral norteamericana para animar a los electores a participar en la europea. Esto sugiere una interesante paradoja: en Europa hemos seguido con gran atención una campaña esencialmente ajena, en la medida que no podemos ejercer el voto –con mitin incluido del presidente Barack Obama en Berlín–, y todo indica que seguiremos con más pasividad nuestras propias elecciones, que se celebrarán el 7 de junio.

Para acercar la UE a los ciudadanos son necesarias unas elecciones en clave y con contenidos europeos. No parece que los partidos vayan por ese camino. Se pudo comprobar en las pasadas elecciones generales, en las que en los dos debates entre los aspirantes a la presidencia no hubo mención alguna a la política exterior y ni siquiera Europa ocupó un lugar destacado en sus propuestas.

La justificación que dan los partidos a la falta de contenido europeo es bien sencilla: las competencias sobre las que deciden las instituciones europeas no logran movilizar a los ciudadanos. Esta es la gran paradoja del sistema europeo que hemos ido construyendo: al tiempo que las decisiones que nos afectan se van tomando cada vez en circuitos más externos, no se produce un seguimiento de las mismas por parte de los ciudadanos, que las siguen considerando ajenas.

Si bien es cierto que la Unión Europea se ha construido sobre la base de políticas de contenido más técnico, en las que no había espacio para un gran debate de carácter político, ahora se está produciendo un cambio de tendencia. El Consejo, que reúne a representantes de cada uno de los estados miembros, comienza a ver en su seno más alineamientos ideológicos que las tradicionales alianzas de carácter geográfico. Lo mismo ocurre en el Parlamento Europeo: el eje derecha-izquierda define cada vez más las votaciones, que son cada vez menos en clave nacional. Podemos decir que lo político ha comenzado a desplazar a lo técnico, hasta el punto de que, poco a poco, la Unión va articulando incluso su propia política exterior, lo que pone todavía más de manifiesto la necesidad de vincular a los ciudadanos con las políticas comunes.

Llama la atención que en tiempos de la peor crisis económica que ha vivido Europa desde la segunda guerra mundial los partidos españoles no nos expliquen el modelo económico europeo por el que van a luchar. En ese sentido, para contrarrestar los efectos del «voto económico» (los electores castigan al partido que está en el Gobierno en tiempos de crisis y viceversa), los socialistas deberían explicar a los electores qué modelo económico alternativo al neoliberal, desencadenante de esta crisis, van a proponer para Europa.

El sueño europeo, aquel que ha hecho posible un sistema de paz en Europa construido por antiguos enemigos históricos, no se puede dar por asegurado; requiere de la complicidad ciudadana. La campaña electoral del próximo 7 de junio es una buena ocasión para comenzar a curar la falta de legitimidad material de la que adolece la Unión. Está en la mano de los candidatos que esta campaña se juegue en tono europeo, y contribuir así a que se vaya cerrando la brecha entre lo que se decide en Bruselas y lo que se discute en casa. Sin ciudadanos, no hay Europa, y sin Europa, no tenemos un espacio en el mundo del siglo XXI.

Carlos Carnicero Urabayen, máster en Relaciones Internacionales de la UE, London School of Economics.