Europa tiene que tomar partido (y acercarse de nuevo a EEUU)

La política internacional no tiene piedad con las predicciones. Algunos de los acontecimientos más importantes del siglo XXI, como los atentados del 11S, la crisis económica de 2008 o la pandemia del coronavirus pillaron, desprevenidos al mundo y echaron por tierra años de estrategias cuidadosamente planificadas.

Pero otros cambios geopolíticos son fáciles de anticipar, a poco que sepamos leer el tablero que tenemos delante. La reciente alianza AUKUS entre Estados Unidos, el Reino Unido y Australia es uno de ellos, por más revuelo que haya causado en China y Europa.

Y es que la lógica detrás de esta alianza es cristalina: China ya es una potencia militar y política, además de económica, y su control creciente de las aguas y rutas marítimas de los océanos Pacífico e Índico preocupa cada vez más a sus vecinos. Siendo la única potencia con capacidad para mantener a raya las ambiciones chinas, es lógico que los países de la región busquen en Washington un contrapeso a Pekín.

Australia ha apostado por la alianza con Estados Unidos tras constatar, por la vía dura, que el precio de hacer negocios con China es la sumisión a sus intereses políticos. Y Reino Unido lo ha hecho, no tanto por sus intereses reales en Asia como por la necesidad de Boris Johnson de transmitir al mundo (y especialmente a los británicos) que hay vida más allá del Brexit.

Otros países del Indo-Pacífico ya han acogido con satisfacción la alianza, como la India y Japón, y Canadá podría sumarse a ella en el futuro.

La hostilidad de China ante esta alianza es comprensible, ya que AUKUS amenaza directamente a sus intereses. Lo que resulta más extraño es el enfado desproporcionado que el anuncio causó en Bruselas, y muy especialmente en París, habida cuenta de que los objetivos de la alianza en la región son coincidentes con los europeos.

Para entender la reacción europea debemos diferenciar la propia creación de AUKUS de uno de sus elementos accesorios, la pérdida por Francia de un cuantioso contrato para construir los submarinos de la armada australiana, en beneficio de los estadounidenses.

Que París perdiera el contrato era esperable, puesto que Australia ya no necesita los submarinos que Francia le ofrece. Si no hubiera elecciones presidenciales en abril, probablemente habríamos visto una respuesta más deportiva por parte del Elíseo.

Y es que, al tomar partido por Estados Unidos, Canberra ha dado un giro de 180% a su estrategia naval. Los submarinos convencionales como los que ofrecía Francia servirían para defender las costas australianas de un hipotético ataque chino, pero no para la proyección de poder en las vastas aguas del Pacífico que la nueva estrategia requiere. En cambio, los submarinos estadounidenses de propulsión nuclear se ajustan mejor a las nuevas necesidades de Australia, y ponen una guinda económica al acuerdo AUKUS. Si a ello le sumamos los sobrecostes que arrastraba la propuesta francesa, la decisión australiana parece comprensible.

La indignación francesa por la pérdida del contrato es uno de los motivos que explican que los líderes de la Unión hayan criticado la decisión australiana (Europa debía mostrar su solidaridad con Francia), pero no es el único.

Que el anuncio de la creación de AUKUS se hiciera a espaldas de la UE ha puesto a Bruselas en una posición incómoda, ya que evidencia nuestra irrelevancia a ojos de nuestro principal aliado en el escenario más importante de la geopolítica actual.

Y la culpa, en gran medida, es nuestra.

La UE no está ausente en el Indo-Pacífico. Al contrario, somos un importante socio comercial e inversor en la región. Pero en el juego que verdaderamente preocupa a nuestros socios (contener a China) Bruselas se ha negado a participar.

Peor aún, los líderes europeos han aprovechado cada oportunidad para criticar a Estados Unidos e insistir en que Europa debe ser más autónoma política y militarmente de Washington. La pregunta que sigue es lógica: ¿por qué iba a perder el tiempo EEUU en sumar a Europa cuando nos ponemos de perfil con China?

Este es el precio a pagar por querer ser más autónomos sin tener claro para qué: quedarse fuera de las alianzas que están configurando el siglo XXI, y de las ventajas económicas, tecnológicas y de seguridad que ellas conllevan.

Entonces, ¿qué debería hacer Europa? ¿Y España?

Asumir que la historia del siglo XXI la está escribiendo la rivalidad entre Estados Unidos y China sería un buen comienzo. Y después entender que, en ese juego, la equidistancia acarrea consecuencias.

Los australianos han aprendido a las malas que China no separa los negocios y la política, y han optado por alinearse con quien comparte sus valores y su forma de entender el mundo. Y con la alianza AUKUS, Europa ha constatado que ni Estados Unidos ni los países del Indo-Pacífico van a esperarnos para ponerse manos a la obra.

España estará lejos de Asia, pero nos equivocamos si creemos que este juego no va con nosotros. No sólo en lo económico, puesto que la armada australiana ha sido un cliente muy importante para Navantia. También porque la seguridad de España depende en gran medida de las buenas relaciones con Estados Unidos.

Por más que el wishful thinking, el pragmatismo y el cinismo (o una mezcla de los tres) lleve a Bruselas a querer desligar los negocios de la política en su relación con China, los europeos debemos hacernos (y rápido) la siguiente pregunta: ¿qué modelo de sociedad queremos que se imponga?

¿El Estado de derecho, la igualdad ante la ley y la democracia, o un sistema totalitario que somete a su control cada aspecto de la vida de sus ciudadanos y no duda en reprimir a sus minorías?

La UE y España deben preguntarse de qué manera una Europa separada de Estados Unidos hará del mundo un lugar más libre. La respuesta es clara, pero el siglo XXI no va a seguir esperando a que los europeos tomemos la decisión correcta.

José Ramón Bauzá es eurodiputado de Ciudadanos y miembro de la Comisión de Asuntos Exteriores y de la delegación para las Relaciones con EE UU del Parlamento Europeo.

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