Europa: 'to be or not to be'

Medio siglo después de la firma del tratado de Roma su éxito es indiscutible. En lo político, se ha hecho impensable una nueva guerra entre países de Europa Occidental, en primer lugar entre Francia y Alemania, poniendo fin a una historia milenaria de conflictos. La democracia, la libertad y el respeto por los derechos humanos florecen. En lo económico, el éxito no ha sido menos rotundo. Sin embargo, la obra que se propusieron los padres fundadores está a medio hacer: Europa carece de una política exterior y de seguridad, y la unión política no está en el horizonte. Los países miembros sólo han cedido su soberanía a órganos supranacionales en algunos campos concretos, como el comercio exterior, la política agraria, o, para los integrantes del euro, la política monetaria, de modo que la concepción intergubernamental prevalece, hasta ahora, sobre la federalista.

Las tendencias en curso dibujan, para mediados del siglo XXI, un mundo multipolar con potencias de escala continental, como EE. UU., China, India o Rusia. En ese contexto, si los países europeos no son capaces de unificar su política exterior y de seguridad están condenados a la irrelevancia. Incluso los mayores países de la UE, con sus asientos en el Consejo de Seguridad de laONUo en el G-8, o sus modestas fuerzas nucleares, no serán, uno a uno, más que potencias de segunda fila, con escasa influencia a nivel global. Ya lo veía así, en 1954, Jean Monnet: "Nuestros países se han hecho demasiado pequeños para el mundo actual, por la escala de los modernos medios técnicos, por la medida de Estados Unidos y Rusia hoy, de China y la India mañana".

He tenido ocasión, como embajador de España, de desempeñar en una ocasión la presidencia de la CEE y en otra la de la UE en China. A este país, partiendo de la rígida vertical de poder de la tradición confuciana, le cuesta entender a un grupo de estados independientes que han puesto en común partes de su soberanía y retienen otras. Piensan que Europa atraviesa aún la etapa de los estados combatientes previa a la unificación de China, veinticinco siglos atrás. Cuenta Felipe González que un día Deng Xiaoping le dijo: "Ustedes los europeos, tan poquitos que son, ¿cómo no se ponen de acuerdo?". China sólo empezó a tomar en serio a la UE con el euro, la creación de la Fuerza de Despliegue Rápido y del Alto Representante de la PESC, el proyecto de Constitución. El rechazo de este último por Francia y Holanda la ha dejado perpleja. Aunque le cueste comprenderla, China tiene un enorme interés en que la UE avance hacia la unificación de su política exterior y seguridad, si no la plena integración política, y se convierta en uno de los polos del mundo multipolar que auspicia. En una ocasión oí comentar a Chris Patten en Pekín, con humor muy inglés: "A veces los chinos parecen creer más en Europa que nosotros". Es cierto que, como decía Monnet, "la construcción europea, como todas las revoluciones pacíficas, necesita tiempo. Tiempo para convencer, tiempo para adaptar las mentalidades y ajustar las cosas a grandes transformaciones". Por primera vez en la historia un grupo de países ha iniciado un proceso de integración pacífica a base de ceder partes de su soberanía a órganos de naturaleza supranacional creados por ellos. Está por ver si este proceso se extenderá a la política exterior y de seguridad, si culminará algún día en la plena integración de sus soberanías o si, por el contrario, se detendrá en un gran espacio económico con cesiones de soberanía limitadas. Es obvio que algunos países no desean ir más allá de esta última opción. La guerra de Iraq, por otra parte, puso de manifiesto diferencias insalvables respecto a cuestiones centrales en política exterior. Hoy por hoy, si algunos países miembros quisieran avanzar en este terreno tendrían que utilizar fórmulas como las cooperaciones reforzadas,dejando de lado las demás. Tal vez dentro de algunos años, o de otro medio siglo, las posiciones de los países miembros ahora renuentes hayan madurado lo suficiente para aceptar que la integración en una soberanía común europea es preferible a la conservación de la vieja soberanía nacional al precio de la irrelevancia. "Aún serán necesarias muchas pruebas - escribió Monnet- antes de que los europeos comprendan que no tienen más alternativa que la unión o una larga decadencia". Por el momento, ante el euroescepticismo, no cabe más que la europaciencia.

En el fondo, pues, los países europeos han de decidir si tienen la voluntad de tomar en sus manos su propio destino o si se resignan a ser mero objeto de las decisiones de otros; si, fatigados por medio milenio de dominar el mundo, dimiten de la historia o les queda aún energía vital suficiente para acometer una nueva singladura como protagonistas a escala global. Es la cuestión existencial. To be or not to be, that´s the question.

Eugeni Bregolat, embajador de España en la RP China de 1987 a 1991 y de 1999 a 2003. Director político (responsable de la coordinación de la Política Exterior y de Seguridad Común con los socios de la UE), de 1977 a