Europa tras el atentado de Copenhague

Una vez más, los yihadistas atacaron, esta vez en Copenhague. Una vez más, asesinaron a personas inocentes. Una vez más, su objetivo han sido los valores democráticos —la libertad de expresión y de prensa— y una minoría: la judía. Y una vez más, Europa ha tenido que recordar que está en el centro, no en la periferia, de este desafío mundial.

En consecuencia, todos haremos los gestos simbólicos que corresponden, y que no pretendo minimizar. Se visitarán sinagogas, se celebrarán actos de solidaridad, se harán declaraciones angustiadas y se proclamará la voluntad y la determinación colectivas. Pero, ¿acaso esas cosas cambian realmente la situación real? Habrá que verlo.

Cada vez que ocurre una sangrienta atrocidad como esta, deseamos de todo corazón que se aprenda alguna lección, porque no queremos creer que la historia deba continuar repitiéndose con su ya manido ciclo de asesinatos, vigilias y actos de duelo. Sin embargo, después de 15 años relacionándome con los dirigentes europeos para captar su atención, ayudarles a comprender lo que tienen delante y presionarles para que tomen medidas sostenidas, no estoy del todo dispuesto a apostar las joyas de la familia a que pasado mañana vaya a ser todo diferente a como fue anteayer.

Pese a todo, me empeño desesperadamente en creer que Europa, con los deslumbrantes éxitos logrados desde el final de la II Guerra Mundial, aún puede fortalecer su determinación, apretar los puños y comprender en toda su extensión lo que está en juego, aunque ya se haya perdido mucho tiempo.

Esto es lo que me gustaría que ocurriera:

En primer lugar, la Unión Europea debería organizar con rapidez una conferencia de alto nivel para analizar el ascenso del antisemitismo, que dejan patente los repetidos atentados terroristas, las encuestas que en la UE indican que cunde el miedo entre los judíos y las estadísticas de países como Francia y Reino Unido, que evidencian picos importantes de episodios antisemitas. La UE debería discutir y adoptar un plan de acción global, para después aplicarlo y supervisarlo con atención.

En segundo lugar, los dirigentes europeos deben comprender, como ya ha hecho el presidente del Gobierno francés, Manuel Valls, que el antisemitismo no es solo un ataque contra los judíos, sino una embestida contra Europa y sus valores. Ambas cosas no pueden separarse. Es algo que quedó absolutamente patente en los atentados de París del mes pasado y en los de Copenhague de este mes. Al final, si no hay otra alternativa, los judíos abandonarán Europa, pero ¿adónde irá Europa, a no ser, claro está, que esté dispuesta a sucumbir a la amenaza yihadista?

En tercer lugar, digamos las cosas claras. Muchos europeos no dudan en identificar el origen del antisemitismo cuando procede de extremistas de derecha. Pero cuando el antisemitismo, y también la violencia homicida, provienen de un sector de la población musulmana, la acrobacia verbal es algo demasiado frecuente. Si no se puede nombrar al adversario, ¿cómo vamos a combatirlo con eficacia?

Evidentemente, no estamos ante un problema únicamente europeo. En Estados Unidos asistimos al ridículo espectáculo de que la masacre de Fort Hood se calificara de “violencia laboral” y no de violencia yihadista, que es lo que evidentemente era, y nuestro Gobierno se negó a hablar de terrorismo “islamista” o “yihadista”, a pesar de que los propios verdugos utilizaran esos términos.

En cuarto lugar, hay que dejar de vincular el antisemitismo con la islamofobia, como si uno y otra fueran hermanas siamesas. La oficina en Bruselas del AJC (Comité Judío Estadounidense) lleva meses intentando promover que el Parlamento Europeo dedique una sesión al antisemitismo, una iniciativa que solo ha topado con la insistencia en que esa reunión aborde también la islamofobia. ¿Por qué esa exigencia de unir ambas cosas, cuando la mayoría de los ataques los sufren los judíos, cuando Europa tiene un historial de antisemitismo especialmente desagradable y cuando los principales agresores de los judíos apelan a la fe musulmana?

En quinto lugar, hay que reconocer que nos enfrentamos a una amenaza que nos acompañará a corto y a largo plazo y que ni siquiera superarán los discursos más elocuentes y los actos más simbólicos. Más bien será precisa una ofensiva a gran escala, un esfuerzo constante de cada uno de los Gobiernos (y, por supuesto, de la UE) para utilizar todos los recursos a su alcance, uniéndose a las decididas iniciativas de la sociedad civil.

En sexto lugar, hay que relacionar las lecciones del Holocausto con la amenaza que hoy en día pesa sobre los judíos. He asistido a demasiados actos relacionados con el Holocausto en los que se llora a judíos asesinados —a los que, por desgracia, no se puede devolver la vida—, pero que no prestan ninguna atención a los peligros que sufren los judíos vivos. Francamente, la negativa a relacionar ambas cosas priva a esas conmemoraciones de gran parte de su significado y su sinceridad.

En séptimo lugar, Europa no debe disculparse por tener valores como la democracia, la dignidad humana, la apertura y el pluralismo. Europa ha construido algo de lo que debe estar orgullosa y que merece la pena defender. Después de todo, es en Europa donde los refugiados y los inmigrantes intentan entrar por todos los medios para escapar de sociedades fallidas o muy deficientes, y no al revés. Ya es hora de alzar la voz para defender esos nobles valores y de hacer todo lo posible para que los recién llegados también los hagan suyos.

Por último, algo absolutamente crucial: debemos comprender que la barbarie yihadista que Europa ha sufrido en sus propias carnes no es muy diferente de la que Israel tiene ante sí desde hace décadas. Entonces, ¿por qué continúa Europa estableciendo diferencias cuando, en realidad, no hay ninguna? Los mismos yihadistas que odian a Europa detestan a Israel y los mismos yihadistas que ansían la aniquilación de Israel aspiran a condenar del mismo modo a Europa, tal como la conocemos.

Como la esperanza mana eterna, esperemos que, a partir de ahora mismo, comience a alborear un nuevo día.

David Harris es director ejecutivo del Comité Judío Americano (www.ajc.org). Traducción de Jesús Cuéllar Menezo

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