La guerra de Rusia en Ucrania ha dejado al descubierto las debilidades estructurales de la Unión Europea en un sector tan crítico como el de la energía. Una situación que describe bien la célebre frase de Warren Buffet: "Sólo cuando baja la marea, se sabe quién nadaba desnudo".
Ahora comprobamos el tremendo impacto que tiene la energía en la vida cotidiana y en la economía, y también lo dependiente que es la UE. Durante años, en lugar de caminar hacia una mayor autonomía estratégica, se ha ido incrementando la dependencia energética. Siendo comisaria de Energía Loyola de Palacio, la Comisión ya describió a la UE como un Gulliver encadenado, un actor de peso en el mundo, pero sometido por la dependencia energética exterior. Hoy seguimos en una situación similar.
Urgía dar una respuesta al problema de los altos precios de la energía que asfixian día a día a los hogares, el campo, las manufacturas, el transporte... En suma, a todos los sectores económicos. Para paliar esta situación, hay Gobiernos que rápidamente tomaron decisiones, como Francia, Italia, Portugal, Irlanda o Polonia. Desgraciadamente, no ha sido éste el caso de España. Un Gobierno paralizado, y sin criterio, ha producido una gran incertidumbre y ha contribuido a incrementar el malestar social. La unidad en el ámbito europeo es algo positivo, pero un Gobierno no puede quedarse parado, esperando a que la Unión Europea le dé la razón.
En el ámbito europeo, el Gobierno ha centrado su actuación en conseguir cierta autonomía regulatoria temporal para la Península Ibérica en su condición de isla energética. A nivel nacional, el nuevo plan de choque es un listado de bonificaciones, ayudas y medidas que no recoge los compromisos sobre rebajas fiscales alcanzados en la Conferencia de Presidentes de La Palma. No ha rebajado los impuestos al uso del gas para calefacción e industria. Además, se ha centrado exclusivamente en el corto plazo.
Volviendo a la UE, a medio plazo tiene que diversificar el suministro de gas, hoy dependiente de Rusia en más de un 40%, al mismo tiempo que se asegura el abastecimiento para el próximo invierno. Es urgente incrementar el volumen de gas que procede de suministradores fiables. Esto significa que hay queconstruir nuevas terminales de gas natural licuado (que en el futuro puedan utilizarse también para hidrógeno), así como acordar una política común para el almacenamiento y las compras conjuntas de gas. En esta línea está ya moviéndose la Comisión Europea.
También hay que dar un nuevo impulso al déficit de las interconexiones de gas entre la Península Ibérica y Francia. En un momento en el que la UE necesita diversificar los orígenes y rutas de suministro, España y Portugal no pueden usar sus capacidades de regasificación para inyectar gas en el sistema de la UE debido a la falta de interconexiones en los Pirineos. Lamentablemente, la Comisión excluyó de la lista de proyectos de interés común financiados por la UE, el proyecto MIDCAT, un proyecto no apoyado en su día por el actual gobierno de España. Ahora resulta imperativo recuperarlo y que pueda ejecutarse en el menor tiempo posible. Hay que acelerar.
Tampoco hay que olvidar las interconexiones eléctricas que son esenciales para desarrollar el mercado único de la energía, que introducen una mayor competencia, fortalecen la seguridad del suministro, dan flexibilidad al sistema y contribuyen a bajar los precios. Necesitamos una Europa interconectada que permita la libre circulación del gas y de la electricidad. Con una tasa de solo el 2,8%, estamos a día de hoy débilmente conectados con el resto del continente. El anterior comisario de Energía Miguel Arias Cañete impulsó un objetivo para todos los Estados miembros del 15% en 2030 partiendo ya entonces del reconocimiento de España y Portugal como una isla energética.
La interconexión submarina del golfo de Vizcaya entre Bilbao y el norte de Burdeos podría entrar en funcionamiento en 2027 y elevaría la tasa de interconexión al 5%, muy lejos del objetivo del 15%. Aquí también hay que acelerar.
Es cierto que el desarrollo de las energías renovables y la capacidad tecnológica e industrial para producir hidrógeno a gran escala son piezas clave de la política energética europea. Pero no se debe olvidar la contribución de otras fuentes, como la energía nuclear. ¿Queremos que siga formando parte de nuestro mix energético y contribuyendo a bajar los precios de la electricidad? Estoy convencida de que la respuesta es afirmativa y de que nuestro país debería apostar por prorrogar la vida útil de las centrales. En cualquier caso, éste no debería ser un tema tabú. No olvidemos que la propia Comisión Europea ha señalado a la energía nuclear y el gas como fuentes energéticas necesarias en la transición hacia la descarbonización.
Resolver el trilema de precios energéticos, seguridad energética y política medioambiental no es tarea sencilla, pero todavía lo hace más difícil el seguir alimentando la hoguera del precio del CO2 con anuncios constantes de más ambición. Solo conseguirá aumentar los costes de nuestra industria en el peor momento. Más bien, habría que ir en sentido contrario e intentar estabilizar el precio del CO2 mediante la inyección en el mercado de parte de los derechos que hay embalsados en la reserva de estabilidad.
El covid y la guerra rusa han colocado a la UE ante el espejo, poniendo en evidencia sus limitaciones para llegar a ser un actor relevante en el tablero geoestratégico mundial. En la pandemia ya se comprobó la importancia de actuar conjuntamente: para la compra de vacunas y material sanitario o para garantizar el suministro y la no interrupción de las cadenas de producción. Y también la necesidad de acelerar la transformación digital. Ahora, a la guerra hemos respondido con voluntad, determinación y dignidad pero, si no tenemos una política energética que favorezca nuestra autonomía estratégica, seguiremos siendo un gigante encadenado.
Pilar del Castillo es eurodiputada, miembro de la Comisión de la Industria y Energía (ITRE) y vicepresidenta del European Energy Forum (EEF).