Europa: unidos contra el miedo

Europa: vereint gegen Angst
"Geeint durch Angst wäre ebenso melodramatisch wie geeint durch Schuld oder schlechtes Gewissen, aber viel echter" ( Juan Carlos Onetti)

Europa: unidos contra el miedo
"Unidos por el miedo; sería tan melodramático como unidos por la culpa o por el remordimiento pero mucho más verdadero" (Juan Carlos Onetti)

La pandemia azota al planeta y, en especial, a Europa, cebándose en algunos países. Las consecuencias en términos de mortandad y de dolor están siendo insoportables, y pueden serlo todavía más. Las graves consecuencias económicas y sociales ya se dejan sentir, y no han hecho más que empezar. El horizonte se presenta de lo más sombrío también en lo político. La crisis podría pasar factura a la Unión Europea si no consigue dar una respuesta que esté a la altura de las circunstancias.

Por ahora, los países europeos han tenido que hacer frente a la epidemia cada uno por su lado, muchas veces sin planes de contingencia ni de prevención. Frente a esto, las instituciones de la Unión han respondido con lentitud, cicatería, ineficacia. La respuesta en serio solo ha empezado a perfilarse con las conclusiones del Eurogrupo del 9 de abril.

Se salva el BCE, única institución que respondió rápidamente, el 18 de marzo, adoptando un programa de inyecciones a la economía de la zona euro de 750 millardos de euros. Su impacto ha sido eficaz pero será insuficiente si no viene acompañado de medidas de gasto. De lo contrario, el beneficio de la decisión del Banco será asimétrico, por el estrecho margen fiscal de varios Estados a la hora de utilizar esa liquidez. Lo mismo sucede con los préstamos que el Mecanismo Europeo de Estabilidad ofrecerá a ciertos Estados. Esos 240 millardos a repartir en la zona euro podrían no ser suficientes, aparte del estigma que supondría recurrir al conocido como mecanismo "salva-Estados".

Por el lado del gasto, el panorama no es más alentador. El proyecto de Reglamento SURE completaría lo anterior en materia de protección a los desempleados. Pero su volumen de 100 millardos de euros podría quedarse corto. Además, incluye una cláusula (su artículo 12) que implica que cualquier Estado miembro y parlamento nacional podrían oponerse al mismo (y no se pondría en marcha hasta que todos los Estados participantes hubiesen depositado su parte correspondiente). Lo mismo sucede con los 37 millardos que ya se han movilizado en distintos fondos de cohesión: no es dinero nuevo, y, en todo caso, es insuficiente. El nuevo fondo de garantía del BEI que se pretende crear, de 25 millardos de euros, y que podría suponer, con el esperado (aunque incierto) efecto palanca, una financiación de empresas de hasta 200 millardos, puede tener un efecto mayor.

Al mismo tiempo, el pacto de estabilidad ha quedado medio en suspenso, abriendo la puerta al gasto público de los Estados por encima de sus límites, y se han suavizado, como nunca antes, las reglas sobre las ayudas estatales. Estas medidas, muy positivas en un principio, pueden entrañar ciertos peligros: los Estados que tienen mayor capacidad de gasto han adoptado paquetes de ayudas mucho mayores, en términos relativos, que los más endebles. Así, el dinero movilizado por Alemania representa cerca del 40 % del total europeo mientras que la economía alemana "sólo" representa el 28% del PIB de la Unión. Esta disparidad conduciría a graves alteraciones del libre mercado entre los Estados y sus sectores productivos. Los eslabones más débiles del sistema saldrían muy perjudicados.

En los puntos 19 y 20 del informe del Eurogrupo queda apuntada la posibilidad de crear un fondo de recuperación, dotado con recursos apropiados para financiar la "descongelación" de la economía tras el más o menos largo parón o parones que pueda haber, así como la revisión del Marco Financiero Plurianual, que debería ser bastante más ambicioso que el inicialmente propuesto por la Comisión y que encalló hace unas semanas en el Consejo Europeo. El alcance de ese fondo permitirá juzgar si la Unión ha sabido estar a la altura o se ha quedado en medias tintas. El Consejo Europeo actúa hoy como furibundo cancerbero de los intereses de algunos Estados y no como un prudente guardián de la casa común europea. Más que dar a la Unión "los impulsos necesarios para su desarrollo", como rezan los Tratados, parece estar ahí para frenarlos.

La respuesta adoptada por la Unión hasta ahora resulta exigua en términos relativos, comparada con el volumen de recursos movilizados por el conjunto de los Estados. Es, además, poco solidaria y descoordinada, pues no se han impuesto límites claros que garanticen el respeto de las bases del mercado interno con libre competencia. La situación amenaza con socavar el fundamento mismo de la Unión y el proyecto de integración. Una respuesta más eficaz es aún posible si el MFP se dota de recursos suficientes y se crea un fondo de recuperación financiado con coronabonos o con otro tipo de deuda de la Unión. El primer instrumento de solidaridad es -y debe ser- hoy el presupuesto comunitario. Y mañana, aún más. Si la respuesta de la Unión falla y ésta se hunde en una recesión peor que la anterior es probable que el sistema político termine de romperse, que los partidos nacionalistas y populistas crezcan como la espuma, que el Estado de Derecho siga agrietándose... arriesgando incluso el colapso de Europa.

Frente a esto, algunas voces autorizadas llevan semanas clamando en pro de los coronabonos, la manera más rápida de mancomunar el riesgo y de aunar el esfuerzo de mantenimiento y reconstrucción de la economía europea, multiplicando exponencialmente sus medios y efectos. El mejor modo de reducir el dolor y el sufrimiento de los ciudadanos europeos de los países hoy más severamente afectados. Conviene no confundir los coronabonos, medida temporal, específica y excepcional, con los eurobonos, instrumento de mutualización permanente de la deuda para financiar los presupuestos nacionales. Si los coronabonos o un instrumento de financiación similar -que permitirían generar unos montantes globales suficientes a disposición de la Unión para encarar la crisis- no llegan a ver la luz, se deberá, sin duda, a la ceguera de algunos dirigentes tristemente enrocados en su dogmatismo financiero. Por desgracia, algunos líderes parecen incapaces de pensar en términos europeos y de ver más allá de sus nacionales narices. Ese posible bloqueo sería el triunfo del método intergubernamental, que domina la política de la Unión desde hace tiempo. La integración, ese noble concepto que subyace en el proyecto europeo desde sus inicios, solo podrá sobrevivir a la pandemia si el método adoptado es, por el contrario, el comunitario.

De hecho, la única institución que por ahora ha actuado con decisión y envergadura es el BCE, órgano independiente y supranacional, realmente integrado y con capacidad de acción. En cambio, en esta crisis y desde hace algún tiempo, la Comisión y el Parlamento se han visto prácticamente neutralizados por el Consejo Europeo y el Eurogrupo, que deciden por consenso y que son los focos principales de la parálisis y de la impotencia. Su discurso se centra más en lo que los poderes hegemónicos no quieren que se haga, es decir, en bloquear esto o aquello, que en formular soluciones concretas, que sólo pueden surgir allí donde se sigue el método comunitario: con la iniciativa autónoma de la Comisión, y la adopción de decisiones por el Parlamento y el Consejo con mayoría cualificada, sin que ningún Estado, por poderoso que sea, pueda bloquearlas.

Si algo nos enseña esta crisis, seguramente la mayor de nuestras vidas, y que cambiará la Historia, es que está en peligro un modelo de civilización. "Pensar europeo" es actuar a través del método que corresponde: aquel que deja de lado los intereses meramente nacionales y formula respuestas comunes, aceptando la posibilidad de quedar en minoría.

Desde el Tratado de Lisboa en 2009, todo lo que se refiere al dinero ha quedado aherrojado: los recursos "propios" se adoptan por unanimidad y deben ratificarse por todos los Estados. El Mecanismo Financiero Plurianual también se aprueba por unanimidad. Y el tan poco valorado presupuesto de la Unión -el único que sigue el método comunitario- queda casi asfixiado por esas otras dos decisiones, expuestas al veto de cualquier país. En esta situación excepcional, los coronabonos pueden y deben ser el remedio provisional a esas limitaciones; pero en un futuro próximo habría que repensar todo el sistema financiero de la Unión, para que pueda dotarse de recursos y capacidades suficientes para lo que los ciudadanos esperan y exigen de ella.

El proyecto de integración, todavía abierto, no puede dejarse al albur del interés particular de una nación, por poderosa e importante que sea, ni de la ceguera de unos pocos. El Brexit ha sido un ejemplo reciente de adónde conducen los repliegues identitarios; ese nacionalismo también circula en la Unión y la mantiene atenazada. Hace una década, Merkel pronunció en Brujas un discurso que muchos pretenden olvidar pero que ha conformado toda su actuación desde entonces. Defendía el método intergubernamental, relativizando las virtudes del comunitario. Desde entonces hemos asistido al reforzamiento del primero, con su impotencia e inercia, y al debilitamiento progresivo del segundo. Se impide así ese "pensar europeo" del método Monnet, y la forja de un interés común que no sea el mínimo común denominador, allí donde exista. Y si no existe, cada uno irá por su lado y ello supondrá a la postre la desintegración.

No se puede querer lo mejor para el propio país sin pensar si es lo mejor también para Europa. Alemania, y otros países que la secundan, han de entender que ponerse en contra de los que quieren dar una respuesta ambiciosa a la crisis actual no es algo que los debilite. La decisión de poner en común el esfuerzo de la reconstrucción se hace también por uno mismo: de qué servirá haber salido mejor parado de la pandemia y ser el último en naufragar si tus socios, pero también proveedores y, básicamente, clientes y consumidores andan maltrechos por los márgenes de la Historia. Alemania se hundiría inevitablemente, con el resto del continente.

De esta catástrofe colectiva mundial cabe extraer una enseñanza: Europa no ha sabido responder de forma conjunta y solidaria al primer embate. De que sepa hacerlo ahora dependerá su futuro. Como ha dicho Macron, es la hora de la verdad para Europa. Si queda reducida a una mera noción geográfica, sin contenidos, incapaz de actuar, encerrada con sus fantasmas del pasado, sufrirán también Occidente entero y el mundo libre. El futuro de la democracia no es concebible hoy en Europa sin el modelo integrador de la Unión.

El lector habrá notado que ninguna noción ideológica, llámese izquierda, centro o derecha, conservadora, liberal, socialdemócrata o marxista, ha sido mencionada. No es casualidad: lo único admisible en estos tiempos aciagos es el discernimiento, que no conoce fronteras. El que nos transmitieron los verdaderos padres de Europa, desde la Magna Grecia. El que debe llevar a hacer hoy lo correcto.

Tadeu es columnista de EL MUNDO y Francisco Sosa Wagner es catedrático universitario y ex eurodiputado.

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