Europa y Africa, unidas contra la inmigración ilegal

Por Franco Frattini, vicepresidente de la Comisión Europea y comisario de Justicia, Libertad y Seguridad (EL MUNDO, 10/07/06):

Hoy y mañana martes, alrededor de 60 ministros -de otros tantos países de Europa y del Africa central y occidental- se reunen en Rabat, invitados por el Reino de Marruecos, para trazar unas líneas comunes de acción y un plan global sobre la inmigración, con el fin de aportar soluciones a los flujos migratorios irregulares. En esta conferencia euroafricana se prestará una especial atención a la denominada Ruta occidental: la que va del Africa central hacia Europa.

La de Rabat es una cumbre con objetivos políticos ambiciosos, promovida conjuntamente por primera vez por países europeos (Francia y España como impulsores) y africanos (Marruecos como anfitrión), y organizada en colaboración con la Comisión Europea y con la participación, también, de la Unión Africana.

En Rabat tengo previsto exponer las directrices comunitarias para una estrategia política global capaz de asumir y superar un reto -el de la inmigración- destinado a renovarse en los próximos años. Un gran reto que, por primera vez, todos los líderes europeos están decididos a afrontar, renunciando al fin a los mutuos recelos nacionales y sobre la base de la coordinación que la Comisión Europea puede facilitar a todos a través, sobre todo, del instrumento de la Agencia Europea para el Control de las Fronteras.

Son tres los pilares de esta estrategia en la que la Comisión está trabajando de forma concreta.

En primer lugar, se hace imprescindible establecer mecanismos para un control global europeo de las normas de ingreso de los inmigrantes. Debemos, en efecto, ofrecer -aun respetando las diversidades sociales y económicas de los diferentes Estados miembros- unas condiciones adecuadas de acogida y de efectiva integración a cuantos quieren trabajar y vivir en nuestros países, respetando las leyes.

En segundo lugar, es necesaria una prevención coordinada y una lucha sin indulgencia contra los traficantes de seres humanos. No cabe ninguna tolerancia con aquéllos que se aprovechan de la desesperación de los inmigrantes y a menudo los abandonan, en condiciones de gravísimo riesgo, en el mar o en las regiones desérticas del Africa sahariana.

Tampoco podemos dejar solos frente a la presión de la inmigración ilegal -dirigida por desalmadas organizaciones criminales- a esos países europeos que, por su posición geográfica, están más expuestos a ella, como son España, Italia, Malta, Chipre y Grecia.

Precisamente, está previsto para estos días que una misión europea, dotada de importantes medios y personal cualificado, llegue a España para ayudar a hacer frente, mediante la prevención y una acogida equilibrada, a la enorme presión de inmigrantes ilegales que se dirige hacia las islas Canarias desde las costas africanas. Desde la Comisión, dedicaremos este mismo esfuerzo a Malta, que nos lo ha solicitado. Y, lógicamente, si también el Gobierno italiano lo solicitara, la Unión Europea no podría sustraerse a su deber de solidaridad, en vista del drama cotidiano que se vive en la actualidad en las costas sicilianas.

Y en tercer lugar, gran parte de nuestro esfuerzo se dirige en estos momentos a reforzar el trabajo común con los socios mediterráneos -países del norte de Africa y de las regiones saharianas- para afrontar juntos las causas profundas del fenómeno migratorio, como son la situación de extrema pobreza, la destrucción del medio ambiente -y, por tanto, de la economía agrícola local-, o la carencia de inversiones y de servicios financieros en los países de origen. Cada vez es mayor, y a menudo insostenible, la presión que este fenómeno ejerce sobre los países de tránsito, utilizados como áreas de descanso (con frecuencia de larga duración) en la que es ya la larga marcha de la desesperación hacia el norte del continente (me refiero sobre todo a Marruecos, Libia, Argelia y Túnez).

La Comisión Europea ha iniciado un trabajo en profundidad, que tiene previsto presentar entre hoy y mañana en Rabat: debemos dirigir ayudas hacia las exigencias de desarrollo sostenible, promoviendo ocasiones de inversión en la mejora del medio ambiente, en las pequeñas y medianas empresas, en el turismo y en la artesanía. Y debemos, asimismo, tratar de contener la fuga de cerebros desde los países más pobres, que es otro factor de empobrecimiento de sociedades enteras. Y, desde luego, se hace obligado también luchar contra el trabajo no declarado. Aquéllos que, en los ricos países europeos tienen a un inmigrante trabajando en negro, de manera ilegal, no sólo lo explotan (porque le pagan menos y le impiden acceder a los servicios sociales, excluyéndolo de los circuitos de la solidaridad y la integración), sino que contribuyen a alentar nuevas llegadas, las de unos hombres desesperados dispuestos a todo con tal de embolsarse unos pocos euros.

También debemos lanzar campañas de comunicación en el origen del fenómeno, es decir, en los países de procedencia. Y en estrecha colaboración con los Gobiernos de esas naciones, hay que informar sobre cuáles son los requisitos necesarios para trabajar y vivir legalmente en Europa, combatiendo la tendencia a tolerar el trabajo no declarado aquí, precisamente en nuestros territorios. Un largo trabajo de investigación me llevará, en unos días, a publicar un documento estratégico sobre la inmigración ilegal. En él haremos hincapié, entre otras cosas, en la necesidad de colaborar con los países de origen en sus esfuerzos por luchar en la fuente del problema, precisamente, contra esos factores de atracción de los inmigrantes ilegales y, sobre todo, contra el trabajo no declarado.

En conclusión, debemos trabajar para que en esta conferencia de Rabat Africa y Europa, por primera vez, adopten decisiones comunes sobre el control de los flujos migratorios.

Una dimensión no sólo de policía y seguridad (necesaria, obviamente, para hacer cumplir las normas y repatriar a quienes no las respetan), sino también humanitaria y de solidaridad. Y algo más: con una gestión inteligente de los flujos de la inmigración económica, estaremos sirviendo al desarrollo de nuestros países europeos: tenemos, en efecto, una población media que envejece y que cada vez más selecciona tipos de trabajo agradables o específicamente solicitados. No hay inmigración sin solidaridad, pero tampoco hay desarrollo sin inmigración e integración.