Europa y presidencia española

España acaba de acceder, por turno, y por cuarta vez, a la presidencia rotatoria de la Unión Europea. Pero lo hace en un contexto nuevo.

Primero, porque es ya de aplicación el tratado de Lisboa, tildado, no sin justicia, de minitratado, al surgir del rotundo fracaso de la non nata Constitución europea, muerta por diversos motivos.

Entre ellos, una cierta soberbia intelectual con la que se aborda el proceso y que se personifica en quien preside los trabajos de la convención encargada de su redacción: Valéry Giscard d´Estaing, personaje fatuo y elitista. Pero también, porque se había agotado un modelo de construcción europea que, hasta entonces y no sin altibajos, había dado suficientemente de sí: los progresivos avances se habían delegado en los gobernantes, en un alejamiento permanente del debate en las opiniones públicas europeas, pero desde la convicción de que ese proceso era, en todo caso, positivo. Sin embargo, el paso más ambicioso que acomete la clase política europea - nada menos que una Constitución, aunque fuera, en realidad, un tratado-es visto con aprensión y con rechazo por varias opiniones públicas, por razones de política interna, por una parte, pero también por la reacción frente a un proceso de pérdida de soberanía mal explicado y, sobre todo, ante el desconcierto producido por una ampliación de la Unión, decidida políticamente, pero mal ejecutada en lo económico y en lo institucional y cuyas consecuencias seguimos padeciendo.

En todo caso, al final, y de manera "razonable", se reconduce ese fracaso y, después de "convencer" a irlandeses y checos, se pone en marcha el tratado de Lisboa.

Y el tratado, entre otras cosas, cambia el esquema institucional de la Unión y reformula los procesos de toma de decisiones en su seno. Lo más relevante a nuestros efectos de hoy es que, más allá del refuerzo del Parlamento Europeo (por cierto, ninguneado incomprensiblemente en los fastos conmemorativos de la presidencia española en Madrid), se crean dos nuevas figuras con carácter permanente: un presidente del Consejo, que preside y dirige los debates del mismo - y no el presidente o el primer ministro de turno-;y un alto representante de la Política Exterior que, al tiempo, es vicepresidente de la Comisión y asume las funciones - y los recursos-no sólo del antiguo Mister PESC sino también de la antigua Comisaría de Relaciones Exteriores, y que, lo más relevante ahora, preside y dirige los consejos de ministros de Asuntos Exteriores.

Dicho en corto: ni el presidente Zapatero va a presidir nada ni el ministro Moratinos va a orientar, desde la presidencia del Consejo, la política exterior común. Y bien está, porque así lo hemos decidido los europeos de cara al futuro y eso vale para todos, aunque a España, por turno, le ha tocado ser la primera. ¿Significa eso que nuestro papel va a ser irrelevante? En absoluto. Las políticas de la Unión se articulan, pacientemente, en el día a día y a través del impulso de los consejos de ministros sectoriales y, por supuesto, de los comisarios correspondientes. Y luego con las aportaciones del Parlamento y con el juego de equilibrios consustancial a la historia de la Unión. Y ahí, el papel de las presidencias rotatorias es clave porque asumen la responsabilidad de dirigir políticamente los debates sectoriales y la eventual toma de decisiones. Yno tengo la menor duda: España lo hará bien. Siempre lo hizo y para ello contamos con diplomáticos, funcionarios y técnicos de gran nivel. Esa fue mi experiencia personal, la de mis antecesores en el Ministerio de Asuntos Exteriores y esa, sin duda, va a ser la experiencia de este semestre.

Pero las caras visibles van a ser otras. Por eso, me parecen injustas las críticas que, sobre todo desde medios anglosajones, pero no sólo, se han hecho a la presidencia española, y de las que se ha hecho eco, recientemente, La Vanguardia.Y comparto con el presidente Zapatero que parezca "insólito" que se cuestione la capacidad de España para hacer bien su labor. La hará y la hará bien. Pero sí que es cierto que ahora "pagamos" ciertas arrogancias innecesarias, como en su día, algunos nos quisieron pasar factura por ocupar un lugar entre "los grandes", durante los mandatos del presidente Aznar.

Y por eso decía, al principio de este artículo, que nuestra presidencia se produce en un contexto distinto a los anteriores y no sólo por razones institucionales.

Y el contexto es el económico. En las anteriores ocasiones, con todos los matices que se quieran, las presidencias españolas iban asociadas a éxitos internos. Y eso, qué duda cabe, da credibilidad y fuerza a las propuestas que se hagan.

Pero, lamentablemente, hoy sucede justo lo contrario. Y los medios anglosajones y continentales nos lo recuerdan con inusual crudeza, sobre todo después de haber sacado pecho imprudentemente (¿recuerdan los amables lectores los comentarios sobre Italia, o incluso, Francia, de nuestro presidente?).

Y, por ello, me ha parecido tragicómico que, en un alarde de osadía, el presidente de un Gobierno que posee récords inadmisibles de desempleo, de déficit, de crecimiento inusitado del endeudamiento, diga, sin capacidad ni autoridad alguna para ello, que va a proponer sanciones a aquellos países europeos que no cumplan con sus compromisos económicos y que no hagan sus deberes. Inaudito.

Incluso me haría gracia si no fuera porque esas sanciones las tendríamos que pagar los contribuyentes españoles. Eso sí que sería absolutamente insólito.

Josep Piqué, economista y ex ministro.