Europandemia

No hay ninguna duda en este punto ya de que el shock de la Covid-19 va a causar una disrupción a la economía europea comparable a la del shock de 2008-2009. La única incógnita es cuánto va a durar la recesión. La duración y profundidad de la misma van a depender de dos variables que en estos momentos desconocemos.

La primera es sobre la propia naturaleza y evolución del virus. ¿En qué medida estamos infraestimando el número de contagiados? ¿Cómo va evolucionar la curva de contagios en diferentes países? La segunda es cuál va a ser la reacción de los Gobiernos e instituciones a lo que viene. ¿Serán capaces de cooperar para ofrecer respuestas efectivas y coordinadas al enorme reto económico que viene?

Respecto a la primera incógnita, The New York Times contaba el pasado sábado algunos de los escenarios que están considerando los epidemiólogos del U.S. Center for Disease Control and Prevention. En el peor escenario, las estimaciones son chocantes: “Entre 160 millones y 214 millones de personas en Estados Unidos podrían infectarse en el tiempo que dure la epidemia y (…) entre 200.000 y 1,7 millones de personas podrían morir a causa del virus.”

Esas estimaciones son coherentes con las declaraciones de Merkel sobre el contagio del 70% de la población alemana y con los resultados de otras proyecciones, como las del epidemiólogo de Harvard, Mark Lipsich, que estima que más de la mitad de la población mundial podría contagiarse en un solo año.

¿Qué significan esos números para la economía? En gran parte depende de la respuesta de los Gobiernos.

En un escenario bueno, el shock de oferta y demanda al que nos enfrentamos en Europa es equivalente a un paro respiratorio de, pongamos, dos o tres meses en el que los Estados y los bancos centrales van a tener que asumir las nóminas de una parte muy significativa de la población, mantener vivas con inyecciones de liquidez a empresas y sectores enteros y al mismo tiempo mantener vivos a los bancos. ¿Por qué?

En un mundo completamente interconectado, las grandes empresas dependen de suministros y productos intermedios para producir. Si las baterías no llegan de China, la fábrica de coches alemana se para. Si no se vende no entran ingresos y no hay dinero para pagar sueldos, ni impuestos, ni deudas a bancos o proveedores. De forma inmediata, el problema se traslada al resto de la economía y al sistema financiero.

A eso añádanle que durante los próximos dos o tres meses, no solo en Europa entera sino también en EE UU, el Reino Unido o en la India, una parte significativa de la población no va a poder ir a trabajar y va a reducir drásticamente su consumo como consecuencia directa de la infección o, indirecta, por las medidas drásticas necesarias para la contención del virus. El freno en la actividad redundará a su vez en la demanda y en las cadenas de producción internacional.

En Wuhan el aislamiento forzado en los hogares duró más de un mes. Dos meses después de las primeras medidas tomadas, los nuevos contagios han caído drásticamente, pero la región entera de Hubei permanece muy por debajo de su actividad. Nada asegura que en Europa sea sostenible ese tipo de medidas tan drásticas. Y tampoco que no pueda haber un nuevo rebrote cuando los niños vuelvan a las escuelas. La carga económica para los Estados y bancos centrales va a ser colosal.

Aquí es donde viene la segunda gran incógnita. Sobre el papel, “meter la economía en el congelador unos meses” puede funcionar. Simplemente coordinas a todos los Estados, bancos centrales e instituciones para que hagan lo que hizo el viernes pasado Alemania y digan que van a estar ahí, con el bazuka, todo el tiempo que sea necesario. En cuanto la epidemia se controle se recuperará la actividad en forma de V, puesto que las heridas en la economía productiva serán poco profundas.

Sin embargo, ese escenario se enfrenta a un problema político de primera magnitud para la eurozona. Si en los primeros días, con apenas unos cientos de contagiados, los Estados miembros no han sido capaces de coordinarse y ser solidarios para garantizar el suministro de productos sanitarios de primera necesidad…, ¿cómo se van a comportar cuando tengan decenas de miles de infectados, sus empresas estén colapsando y su población permanezca confinada durante semanas? Hay un riesgo no menor de que los Estados decidan que cada palo aguante su vela.

Tras las señales confusas del BCE, la Comisión y los Estados miembros de esta semana, ese riesgo de no coordinación se ha hecho palpable, activando el pánico en los mercados. Los países que tienen espacio fiscal y una economía fuerte, como Alemania, posiblemente pueden aguantar solos el shock. ¿Pero qué pasa con Italia con un 135% de deuda sobre el PIB?

Desde Manías, pánicos y cracs (1978), de Charles Kindleberger, conocemos el riesgo de las profecías autocumplidas en los mercados financieros: el miedo a que un escenario malo pueda suceder hace que termine convirtiéndose en realidad. En este caso, si los inversores exigen una prima más alta a Italia, disparando la carga su carga de intereses, el reto efectivamente puede hacerse insostenible. Algunos, como el execonomista jefe del Tesoro Italiano, Lorenzo Codogno, están pidiendo ya un rescate.

La crisis a la que nos enfrentamos no tiene precedentes. Y, por tanto, son necesarias medidas extraordinarias. Como apunta el ex economista jefe del FMI Olivier Blanchard, en política monetaria eso implica tomar medidas extraordinarias como, por ejemplo, relajar radicalmente las restricciones a la compra directa de bonos soberanos por parte del Banco Central Europeo. En el ámbito fiscal se abre una oportunidad única para acabar de construir un mecanismo fiscal solidario, que, con la garantía de toda la eurozona, pueda endeudarse para ofrecer inyecciones fiscales temporales a los países que lo necesiten.

El tiempo se está acabando. Sin un compromiso rápido, unitario y sostenido de Gobiernos, instituciones europeas (e idealmente del G20) de sostener por la vía monetaria y fiscal la economía durante todo el tiempo que dure la pandemia, el coste para todos será mucho mayor.

Toni Roldán es director de EsadeEcPol, Centre for Economic Policy and Political Economy.

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