Por Joseba Arregi, ex militante del PNV y portavoz del Gobierno vasco con el lehendakari Ardanza (EL MUNDO, 06/10/05):
En un artículo publicado hace algunas semanas y firmado por el presidente de la Generalitat de Cataluña, Pasqual Maragall, se afirmaba entre líneas que la verdadera finalidad de la renovación del Estatuto de Cataluña, del nuevo Estatuto catalán, se vinculaba a la solución del problema vasco, del problema del terrorismo.No es la primera vez que Maragall expresa su opinión sobre el modo y la manera de resolver el llamado conflicto vasco.
En las semanas previas a la aprobación del Estatuto catalán se pudo leer en algunos medios de Internet -y luego se ha demostrado cierto- que fuentes de Moncloa apostaban por su aprobación, aun cuando luego hubiera de ser enmendado en el Congreso. El objetivo sería establecer así una línea de defensa mucho más alta para el autogobierno que si el texto se rechazara en Cataluña, lo que permitiría abordar con mayor tranquilidad y en mejores condiciones el problema vasco.
Al hilo de estas reflexiones, que contradicen claramente el supuesto compartido de que lo que al Estado realmente le preocupa es el tema catalán y no el vasco, se pueden leer consideraciones de que es mejor aprobar ahora un nuevo Estatuto para Cataluña, aunque sea con fórceps y desquiciando los límites de la Constitución, evitando la radicalización nacionalista, para que no se repita la experiencia de Euskadi, donde por no entrar a debatir el plan Ardanza, el nacionalismo desembocó, casi a la fuerza, en el plan Ibarretxe.
Esa forma de pensar recoge un argumento difícilmente admisible -si no consigo lo que quiero ahora, mañana voy a pedir más; si no se accede a mis peticiones de ahora, la radicalización será la consecuencia-. Y digo que es inadmisible porque de valer el argumento debe serlo en ambas direcciones, y no como todo lo que afecta a la renovación de los estatutos y de reforma de la Constitución, de vía única, en una única dirección. Conviene recordar que el plan Ardanza fue un plan presentado a última hora por el lehendakari Ardanza ante la perspectiva de la implosión del Pacto de Ajuria Enea. Pero así como este pacto sí fue asumido por el PNV, aunque bien pronto se sintió incómodo en su seno, el plan Ardanza nunca fue asumido por el nacionalismo.
Es más: chocaba frontalmente con la decisión ya asumida por la dirección del PNV de aprovechar no sólo la creciente incomodidad también del Partido Popular en el Pacto de Ajuria Enea y así ayudar a su implosión sino de orientarse hacia la negociación con Batasuna y, a través de ésta, con ETA. En esa decisión ya interiorizada por la dirección del PNV, el plan Ardanza no tenía sitio alguno, no encajaba de ninguna forma.
Llama la atención cómo determinados actores históricos, actores que reclaman para sí mismos toda la capacidad de ser ejes estructurantes y líderes exclusivos en sus propias sociedades, como son los nacionalismos y como lo es el nacionalismo vasco, son degradados cuando conviene a meros comparsas de la Historia que no tienen más remedio que reaccionar ante las decisiones adoptadas por los verdaderos actores de la Historia, Felipe V, Franco, Aznar o, en cualquier caso, Madrid y lo que simboliza.
En unos momentos en los que está en juego la conformación de la España plural más allá de lo desarrollado hasta ahora a partir de la Constitución del 78, y en los que está en juego también el final de ETA, eso que se llama erróneamente pacificación.Conviene no hacerse trampas en el solitario olvidando realidades históricas bastante evidentes.
El nacionalismo vasco, dejando de lado el Pacto de Ajuria Enea, aprovechando la incomodidad que también el PP por otras razones sentía en su seno, se embarca en la radicalización de sus planteamientos buscando la unidad de todos los nacionalistas por encima de la unidad de los demócratas -aventura que culmina en el acuerdo de Estella, del cual el PNV todavía no ha renegado formalmente- de forma autónoma: era la primera legislatura del PP en el Gobierno, apoyado por el PNV. El PP había accedido a prorrogar indefinidamente el Concierto Económico, todavía no había caído en formas y comportamientos inaceptables como en la segunda legislatura -aunque en ésta todavía fue capaz, junto al PSOE, de renovar la Ley del Concierto Económico sin límite temporal y en las mejores condiciones técnicas jamás soñadas por los nacionalistas-.
La radicalización del PNV no se debió ni al incumplimiento del Estatuto, cosa conocida de sobra con mucha anterioridad, ni a los comportamientos indefendibles de Aznar. La razón de la radicalización era otra, y doble: la creciente apropiación de la ortodoxia nacionalista por parte de ETA-Batasuna y la convicción de que para acabar con ETA no había más remedio que aceptar sus premisas básicas: territorialidad y autodeterminación; es decir, la radicalización.El PNV se radicaliza porque cree que es la única forma de conseguir la paz. Miel sobre hojuelas si además ello se correspondía si no con lo mejor de la tradición nacionalista sí con la radicalidad del mensaje inicial sabiniano. Pero esa radicalización tenía motivos endógenos. No necesitaba de ningún hostigamiento exterior.Este no ha dejado de ser una excusa bienvenida.
El miedo a que si sale adelante el Estatuto catalán se pueda producir una radicalización nacionalista puede ser real o no.En cualquier caso sería bueno que la cuestión del Estatuto catalán se decida por sus propios méritos y por lo que suponga para que el Estado español, España como nación política, se consolide: como España autonómica avanzada, como España federal, como España plural, como España plurinacional o como se le quiera llamar, pero un Estado sólido y no al albur de ocurrencias permanentes, no en permanente estado constituyente.
La solución del terrorismo, el fin de ETA, si de algo requiere es precisamente de un Estado de Derecho consolidado. Del enemigo el consejo, se suele decir. ¿Cuál ha sido y es la pretensión explícita de ETA? No sólo acabar con el Estado español en Euskadi sino acabar con el sistema de estados, simple y llanamente. Si ETA quiere acabar con la fórmula Estado, si Arnaldo Otegi dice que aboga por la desaparición de todas las violencias, la de ETA y la del Estado, ha llegado la hora de decir que para que ETA desaparezca lo primero que se necesita es la defensa del Estado, la consolidación del Estado de Derecho, y no su permanente puesta en duda.
No me caben dudas de que muchos se cierran a cualquier cambio, estatutario o constitucional, desde una posición de nacionalismo español. Pero se equivocan quienes afirman que toda crítica al proceso de renovación del Estatuto catalán, o dudas razonadas acerca de la conveniencia de cualquier reforma de la Constitución, venga o no a cuento, proviene de un rancio nacionalismo español, o no son más que estruendosos tambores de la vieja España, exabruptos provenientes de la caverna mesetaria.
Pueden provenir de la preocupación de que el Estado de Derecho consolidado pueda salir debilitado no a causa de un proceso probablemente más que necesario, sino de la forma de abordarlo y de las metas que algunos quieren alcanzar a través de ese proceso. Y un Estado de Derecho debilitado es lo que menos nos podemos permitir si relamente queremos acabar con ETA. Y hablamos de poder acabar con ETA precisamente porque durante los últimos años el Estado ha decidido actuar con todos sus poderes legítimos contra ETA.No lo olvidemos.