Euskadi ciudadana, Euskadi partidaria

De nuevo se acerca la fecha. De nuevo muchos ciudadanos en Euskadi y en el conjunto de España, especialmente los dedicados a los medios de comunicación, estarán expectantes: ¿qué saldrá de la reunión del 20 de Mayo entre Rodríguez Zapatero e Ibarretxe? Porque cada visita del lendakari a la Moncloa es como la renovación de la esperanza en el milagro para unos y la certificación de un fracaso anunciado para otros.
Más de un medio ha afirmado en la antesala de esa reunión que el lendakari ha rebajado algo su planteamiento y que ofrece a Zapatero un acuerdo sobre lo que las tres partes que importan en Euskadi hablaron, y casi acordaron, en las conversaciones de Loiola tratando de evitar en el último momento el fracaso del llamado proceso de paz. Y esas tres partes que importan son el PNV, el PSE y ETA-Batasuna.

Debiera llamar la atención que ni se cite al PP. Porque si las tres partes que importan en Euskadi son esas, será porque el PP vasco no pertenece a Euskadi, o porque se da por hecho que no hay un PP vasco, o porque el que existe no importa. Claro que, en este último caso, se debería hacer un mínimo esfuerzo por explicar por qué ETA-Batasuna sí importa, aunque ni en sus mejores tiempos tuviera el caudal electoral del PP, un suelo que se sitúa entre el 18% y el 20% del electorado, y que en momentos superó el caudal electoral del PSE.

Uno no es tan inocente como para no saber que la importancia de ETA-Batasuna no radica exclusivamente en su poder electoral. Pero no alcanza a ver que se pueda pensar que es posible hablar del futuro de Euskadi excluyendo a quienes representan casi el 20% de los votantes. A no ser que se piense que el PP está representado por el PSE, cuyo máximo esfuerzo consiste en distanciarse del PP que supuestamente representa como sensibilidad no nacionalista.

Valga la reflexión que antecede no para reclamar simplemente la presencia del PP en cualquier negociación entre partidos respecto al futuro político de la sociedad vasca, algo evidente aunque algunos no lo quieran ver, sino para plantear algunas cuestiones fundamentales en torno a la política vasca. Esta lleva años, demasiados, girando en torno a dos cuestiones que impiden que surja cualquier otro horizonte político: la violencia de ETA y la voluntad o el deseo del resto de nacionalistas de cambiar de marco jurídico, haciendo que el pacto estatutario pase a mejor vida.

El insistencialismo de ETA es conocido, se cifra en cientos de asesinados, se calcula en daños materiales, y sobre todo se valora en los daños morales causados en la sociedad vasca: miedo, ocultación, distorsión de lo que se siente, se piensa y manifiesta, extorsión, camuflaje, pérdida de nervio moral, cobardía ética y otras cosas. Y el insistencialismo de Ibarretxe también es conocido: el mismo caramelo envenenado, aunque se le cambie de vez en cuando el papel, la propuesta de que sean solo los nacionalistas, porque supuestamente son mayoría --aunque solo sea por un voto-- los que decidan el futuro político de la sociedad vasca, dejando a los no nacionalistas el premio de consolación de que esa Euskadi nacionalista buscará unas buenas, inmejorables, relaciones con la vecina España.

Nadie se molesta, porque el insistencialismo de Ibarretxe da sus frutos, en preguntarse dos cosas básicas: ¿cómo puede el representante institucional de la sociedad vasca convertirse en agente comercial, en Madrid y en otros lugares más internacionales, de una propuesta de parte, de partido, de un sector de la ciudadanía vasca, renunciando hasta al esfuerzo de pretender representar al conjunto de la sociedad? Pero, sobre todo: ¿por qué hemos olvidado que toda la historia de la necesidad de superar el marco estatutario tiene su comienzo en la convicción a la que llegan algunos nacionalistas de que de otro modo, es decir, sin cambio radical del marco estatutario, no hay solución para la violencia de ETA? En todos los papeles cambiantes del caramelo envenenado de Ibarretxe siempre hay un color --obsceno-- que permanece: el valor que su plan tiene para conseguir la paz.

En algún momento los partidos vascos podrán o tendrán que sentarse a negociar la reforma del Estatuto, no la anulación del pacto estatutario. Pero deberán saber que luego se lo tendrán que presentar a los ciudadanos. Puede suceder que una grandísima mayoría de partidos logren un acuerdo cuyo refrendo por parte de la ciudadanía sea todo menos exuberante. Y ejemplos cercanos en el tiempo los ha habido. Cada voto a un partido no significa que ese ciudadano hipoteque su voz del todo y para siempre con ese partido. Existe una Euskadi de partidos y existe una Euskadi de ciudadanos. Están relacionadas. Pero no se corresponden al cien por cien.

Y, sobre todo: existe en Euskadi el ciudadano paradigmático, el instituido como tal por ETA al asesinarlo, y al asesinarlo en nombre de un proyecto político, al eliminarlo como obstáculo en el camino de la consecución de ese proyecto político. Y la memoria y el respeto por el significado político de cada asesinado --significado político enraizado en la intención política de quien lo mató-- es un grito recordando lo que no es posible como futuro político para Euskadi.

Joseba Arregi, presidente de la asociación cultural Aldaketa.