Euskadi: la recta final

Por Manuel Ángel Marín (ABC, 11/04/05):

A seis días de las elecciones vascas no es de prever ningún anuncio o acontecimiento importante que haga variar la hoy prevista y muy congelada estructura de distribución de votos en Euskadi. O sí, que diría Rajoy. La más reciente experiencia electoral nos enseña que en la recta final se pueden producir algunas sorpresas y que hasta que no se cruce la línea de meta -foto «finish» incluida- nadie puede dar por ganada la carrera. Incluso después, pactos e interpretaciones partidistas enturbiarán y complicarán los análisis. Sin aludir a la posibilidad de acontecimientos dramáticos que nadie desea y Dios no permita, lo cierto es que no sería imposible que los competidores hubieran guardado para el final algunas bazas que hicieran decisivos estos últimos días. Si no es así, y lo que ofrecen es más de lo mismo, no es difícil aventurar incógnitas y certezas. Donde vayan -voto en blanco, listas ocultas, nacionalistas- los votos de los radicales abertzales tendrían una importancia decisiva en la eventual mayoría absoluta del PNV-EA, pero sin duda mucho menos sobre la repetición del «tripartito» con IU-EB, con lo que las fases de desarrollo del Plan Ibarretxe seguirían según lo previsto y declarado hasta ahora por el Gobierno vasco. Si por antinatural se descarta que se pueda -lo permitan los resultados- y se quiera -se acepten las consecuencias políticas en Euskadi y en el resto de España- una alianza de Estado entre PP y PSOE, lo que queda es la, tan iportuna para el PSOE, sugerencia de Maragall de un pacto entre PNV y socialistas vascos, lo que daría en un híbrido de planes Ibarretxe y López, que a estas alturas tanto da. En mi opinión, la salida única de este laberinto vasco conduce a un lugar donde el actual llamado modelo de Estado se tambalea, y la Constitución y el Estatuto de Guernica quedan obsoletos.

Ninguna utilidad, salvo el desahogo, tiene ahora llorar sobre la leche derramada, ni nadie va a dudar de la legitimidad de los resultados electorales, porque la historia es la que es, la hiciera quien la hiciera, pero la interpretación de los hechos exige recordar cómo se ha llegado a esta situación. Años de fomento y construcción de una conciencia abertzale excluyente y soberanista, y de un mito étnico de fuerte contenido emocional; años en los que la persuasión y la más cruel violencia fueron utilizadas según y como convenía, han propiciado el modelado de un tejido social que sólo puede responder electoralmente de una manera independentista, que, reveladoramente, agrupa a burgueses y revolucionarios bajo el mismo paraguas separatista. Con estos antecedentes y en este ambiente es en el que se realizan estas elecciones democráticas. Lo grave del plan Ibarretxe es que, siendo inadmisible constitucionalmente, es fácilmente comprensible, no oculta sus intenciones últimas, es ilusionante -Ortega o Renan ¡qué actuales!- para buena parte de la sociedad vasca, va ganando a los puntos y el gobierno de Zapatero a lo más que aspira es a buscarle un sucedáneo aparente, envuelto en consenso y talante. Cuando en España se han perseguido y desterrado por anticuadas las ideas de patria, de heroísmo y sacrificio, de símbolos y banderas, de independencia o de raza, los separatistas se constituyen en unidad de destino en lo universal y recuperan con notorio provecho todo eso que en los españoles se veía como lacra que debía ser eliminada. Además, son inmunes a las amenazas de repercusiones económicas y a las incompatibilidades europeas. La democracia trabaja ahora a su favor, y también los inevitables complejos de la progresía. Ante esto, ahora, sólo cabe aferrarse sin miedo a los principios e instrumentos de la democracia y del Estado de Derecho, y ahí es mucha la responsabilidad del Gobierno. El millón ochocientos mil electores vascos debe apreciar la trascendencia de su voto para Euskadi y para España. Yo me permito recordárselo, como donostiarra en la diáspora, como español y como europeo.