Euskadi: otra vez elecciones

Cada vez que se anuncian elecciones se suele decir que se trata de ejecutar un acto de democracia, lo cual es cierto. La democracia vive, entre otras cosas, de que los ciudadanos puedan manifestar su opinión, que en las elecciones se convierte en poder. Pero también es cierto que las elecciones democráticas se pueden convertir en una trampa: porque facilitan la táctica sobre la estrategia, lo urgente frente a lo importante, el corto plazo sobre la actuación a largo plazo.

Para poder analizar las claves a tener en cuenta en las elecciones, mínimamente anticipadas, para conformar un nuevo Parlamento vasco, es preciso tener en cuenta esa trampa y tratar de discernir entre lo urgente en la política vasca y lo importante. Por ello es preciso comenzar indicando tres elementos importantes que probablemente no van a ser decisorios en estos comicios, pero que son vitales a largo plazo para la sociedad y la política vascas. El primero de ellos es que, conseguido lo que parecía imposible, la derrota de ETA, hemos perdido, de momento, la batalla que parecía posible ganar: la batalla de la memoria, la batalla de la narrativa, la batalla de la democracia y de la ciudadanía. Hemos perdido esa batalla no simplemente porque ETA/Batasuna van a poder presentarse a estos comicios como partido o coalición legal, sino porque los partidos democráticos no han sido capaces de mantener la exigencia de que no todo lo legal es legítimamente democrático -a pesar del fundamentalismo positivista de algunos catedráticos-, porque no hemos sabido trazar las líneas rojas donde debían haber estado -no en el perdón, sino en la condena de la historia de terror de ETA, no en la reconciliación sino en la aceptación del Estado de Derecho-.

En segundo lugar, el fin de ETA era la gran oportunidad para abrir definitivamente el debate sobre la calidad democrática del nacionalismo en su conjunto, de debatir si puede existir democracia si no se acepta con todas sus consecuencias políticas el pluralismo estructural de la sociedad vasca. Pero los llamados partidos constitucionalistas, por falta de cultura democrática y por intereses cortoplacistas, no han sido capaces ni siquiera de abrir el debate con seriedad y profundidad.

En tercer lugar, esos comicios se convocan por un Gobierno elegido por una mayoría parlamentaria que hace meses que dejó de existir, por un Gobierno que tenía toda la legitimidad democrática cuando fue elegido, pero que la perdió cuando quiso continuar gobernando sin la mayoría parlamentaria que le dio vida: no fue elegido para presentar un modelo social vasco, sino para defender los principios constitucionales de ciudadanía sobre los principios nacionalistas de identidad.

Y al continuar tratando de gobernar sin legitimidad, se ha dado continuidad a la tradición, poco democrática, de gobernar en minoría, sin comprometerse a la búsqueda y conformación de mayorías parlamentarias estables como requiere un gobierno democrático, como lo hiciera durante demasiados años Ibarretxe, como lo hiciera, alardeando de ello, el presidente Zapatero, como lo hacen actualmente, entre otros el alcalde de Bildu en San Sebastián y el Diputado General de Guipúzcoa, también de Bildu.

Dicho todo esto, muchos en España, y no pocos en la propia Euskadi, temen que el resultado de estas elecciones sea un gobierno nacionalista formado por PNV y Bildu, con la única duda de quién saldrá como la lista más votada de las urnas. Si como resultado de las elecciones de ese día Euskadi se despertara con gobierno nacionalista PNV/Bildu, o Bildu/PNV, es cierto que dos de los grandes temas pendientes de la política vasca que definirán el futuro de la sociedad vasca -la memoria y la narrativa del terror de ETA y las víctimas que provocó, y el debate sobre la calidad democrática del nacionalismo en su conjunto- serán enterrados por varias generaciones.

Esto puede suceder en cualquier caso, aunque la formación de un gobierno exclusivamente nacionalista no se produzca. Y es difícil que se produzca. Para ello sería necesario que el PNV, especialmente lo que se denomina la tradición del PNV vizcaíno, perdiera lo que le ha caracterizado siempre: su convicción de que una alianza con ETA/Batasuna significaría el comienzo del fin del nacionalismo tradicional del PNV. Y no solamente en el caso de que Bildu fuera la lista más votada: en cualquier caso. Porque el radicalismo siempre marca la ortodoxia, y frente a ésta la ambigüedad tiene siempre las de perder.

El lehendakari socialista y candidato del PSE ya ha descartado cualquier posible coalición con Bildu, con lo que las apuestas de Eguiguren o Odón Elorza quedan confinadas al baúl de los sueños fantásticos. Bildu necesitaría, pues, de una mayoría absoluta para poder gobernar Euskadi. Y las mayorías absolutas han sido imposibles hasta ahora en Euskadi desde las primeras elecciones de 1980.

En esta situación no es de extrañar que en los medios de comunicación haya hecho su aparición un término que para no pocos es mágico: la transversalidad. Es decir: se empieza a propagar la idea de que el mejor gobierno tras las próximas elecciones autonómicas sería un gobierno de coalición de nacionalistas y no nacionalistas, un gobierno transversal que represente ambas sensibilidades, como se acostumbra a decir.

Como los tiempos no se han normalizado aún lo suficiente en la política vasca, parece difícil, si no imposible, que la transversalidad se constituya entre el PNV y el PP. Lo más probable es que se vuelva a constituir entre el PNV y el PSE, aunque esta posibilidad cuente con algunas fuertes razones en contra. La primera es que, aunque el discurso oficial dentro del PSE consiste en cantar las bondades de los gobiernos de coalición PNV/PSE, no olvida el PSE que electoralmente aquellos gobiernos fueron un desastre para los socialistas. Y la segunda razón es que ni el PNV olvida lo que considera robo del gobierno por parte del PSE pactando con el PP, ni el PSE olvida la acusación de ilegitimidad que ha mantenido el PNV a lo largo de estos tres años largos. A ambos les costará superar todo esto.

Existe otra salida posible para la formación de gobierno tras el 21 de octubre: un gobierno monocolor del PNV, especialmente si fuera el partido más votado, con pactos puntuales, la famosa geometría variable, y quizá con algún entendimiento de base, sin llegar a pacto, con el PP en busca de cierta estabilidad parlamentaria. Es una posibilidad que no se puede descartar y que creo que en la mente de los principales líderes del PNV cuenta con muchos favores.

Ninguno de los resultados apuntados en la formación de gobierno augura que los temas importantes vayan a estar en la agenda de la política vasca en los próximos cuatro años: los nacionalistas no están realmente interesados en la memoria, en la condena de la historia de terror de ETA, en afrontar las consecuencias de esa historia -véase lo que está sucediendo con el derecho a voto de los exiliados por la amenaza de ETA-, y mucho menos en un debate sobre la legitimidad democrática del nacionalismo, del vasco y de cualquier otro.

Tampoco van a ser cuatro años en los que se aborden, a pesar de la crisis, los recortes, la necesidad de la austeridad, la caída de ingresos, los problemas de financiación del Estado de Bienestar, cuestiones fundamentales que condicionan la política vasca y la situación política vasca. Aunque no tenga gran relevancia en los medios de comunicación, es conocido que el gasto público por habitante en Euskadi supera en más del 60% la media del gasto público en España, siendo además una de las primeras comunidades en el ranking de renta per cápita.

Y nadie incidirá en que la verdadera transversalidad es la que encuentran todas las sociedades democráticas en sus textos fundacionales, sus constituciones, y no en la necesidad de tener que formar siempre gobiernos transversales porque somos incapaces de asumir la transversalidad que nos constituye como sociedad política, que es la que está inscrita en el Estatuto de Gernika.

Joseba Arregi fue consejero del Gobierno vasco.

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