Euskadi, una polarización asimétrica

Javier Elzo es catedrático de Sociología de la Universidad de Deusto (EL PAIS, 10/04/05).

Hay datos incuestionables, pues vienen de sensibilidades políticas diferentes, que permiten afirmar que los vascos hoy están más contentos con su vida cotidiana que hace, digamos, 10 años. Solamente daré una serie que tomo del Euskobarómetro, nada sospechoso de tendencia filonacionalista: el año 1995 el 51% de vascos decía que su situación personal era muy buena o buena. En la primavera de 2001 (en plena campaña electoral) esta cifra había subido al 68% y en noviembre de 2004 llegaba hasta el 77%. Pero he hecho mucha investigación empírica para saber que, en el estrecho marco de un artículo de opinión, es muy fácil encontrar datos que vengan a avalar tesis que uno previamente tiene asumidas. Basta ocultar los datos que exigen matizar los aportados (por ejemplo, en este caso, el elevado índice de inseguridad ciudadana en relación a otros enclaves europeos). Pero los datos arriba presentados son suficientemente explícitos que difícilmente se pueden rebatir.

En Euskadi hoy la mayoría de los vascos viven bien, algunos llegan a decir que vergonzosamente bien, como si hubiera una anestesia moral que no quiere mirar a sus compatriotas que deben vivir escoltados. Personalmente siempre he dicho que hay, en efecto, una autoanestesia colectiva, motivada porque los escoltados no llegamos a 1.500, por la excesiva ideologización política que ha llegado al hartazgo de la población (la próximas elecciones se jugarán en los restos según quién haya movilizado más votantes), por la utilización partidista de las víctimas (ya divididas en sensibilidades políticas) que hace que tengan un efecto concienciador menor y, todo ello, en un clima de bienestar (viajes, estudios de los hijos, calidad de las ciudades, servicios, etc.) como nunca ha conocido la sociedad vasca.

Hay un acuerdo generalizado entre nosotros, corroborado en encuestas también, de que la crispación evidente en la clase política no tiene afortunadamente su traslado mimético a la sociedad civil. Con esto quiero decir dos cosas. En primer lugar que la sociedad vasca no está, en absoluto, tan dividida como la clase política. Pero, en segundo lugar, es también cierto que la crispación política, también ha calado, aunque afortunadamente de nuevo, en mucha menor medida en la sociedad vasca. Creo que algo ya olvidado, quizás muy profundo (por oculto) y peligroso (por su trascendencia), puede estar sucediendo en el inconsciente colectivo de no pocos vascos. Me refiero al riesgo de las dos comunidades, no en el conjunto de la población vasca, afortunadamente por tercera vez, pero sí en los sectores más polarizados en la escala subjetiva de identidad vasca versus española. Lo mostré en septiembre pasado en el Congreso Español de Sociología en Alicante. En base a una escala construida con nueve indicadores muy claros en la polaridad vasquista/españolista encuentro un 25% de vascos con una "muy alta identidad subjetiva vasca" (acuerdo con 7 a 9 indicadores en el polo de la vasquidad y 0 a 2 en el de la españolidad) frente a un escaso 3,1% con "muy alta identidad subjetiva española". Así hasta 8 colectivos que sería prolijo exponer aquí. Sólo añadiré que en más del 25% de la población, con muchos jóvenes entre ellos, encuentro una nula o escasa identidad, tanto vasca como española (acuerdo con 4 o menos indicadores en ambas polaridades). Pues bien, yo creo que la "crispación", "quiebra", "ruptura" etc., puede darse, si no se ha dado ya, entre ese 25% de vascos con "muy alta identidad vasca" y ese 3% de vascos con "muy alta identidad española", aunque tampoco en todos, menos aún en el conjunto de la sociedad vasca, al menos al día de hoy.

Para el 25% de vascos con "muy alta identidad subjetiva vasca" la urgencia primera viene de que lo que entienden como pueblo vasco corre el riesgo de diluirse en la globalización general y en el peso de España y de sus instituciones. Vienen a pensar de que "al final, digamos lo que digamos, quedará siempre la Carrera de San Jerónimo". Es el sentimiento agónico de la desaparición como pueblo lo que invade a este colectivo. Es lo que explica también su menor sensibilidad ante las víctimas del terrorismo, aunque sería del todo injusto decir que prefieren a los verdugos que a las víctimas.

En el escaso 3% de vascos con "muy alta identidad subjetiva española" las cosas son muy distintas. Es entre ellos donde se sitúa la mayor parte de los escoltados, de las víctimas por intencionalidad política. Muchos viven en un clima de miedo, de terror incluso, lo que se acentúa aún más por su escaso número y ser la proa principal de ETA. El sentimiento agónico entre ellos es más personal: es el de su desaparición física. Esto hace también que vean en España y sus instituciones la tabla de salvación a su situación y al Gobierno vasco y al conjunto del nacionalismo con desconfianza, por decirlo suavemente.

Si mi análisis es correcto la disyuntiva, mirando al futuro, es clara. La polarización, hoy en proporciones importantes pero muy minoritarias, se extiende cual mancha de aceite, mediante políticas centrípetas y, entonces sí, el riesgo de las dos comunidades sería real; o bien, mediante políticas centrífugas (deseadas por la inmensa mayoría de la sociedad vasca, sean del color político que sean) el grueso de la sociedad vasca acaba controlando las polaridades extremas. Para lograr este empeño hace falta inteligencia y buena voluntad y, al menos una actitud a desterrar: sostener que el culpable es el otro, solamente el otro, pues esa actitud apuntala y magnifica las polaridades extremas.

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