Euskera, derecho y no deber

Vaya por delante que considero al euskera como un bien cultural merecedor de los mejores esfuerzos para su conservación y para un mayor conocimiento y uso. Si no fuera así, me habría rebelado hace ya tiempo ante los excesos que en pro de este objetivo se han venido cometiendo y que, como muchísimos ciudadanos, he disculpado y minimizado en la confianza de que no se pretendía afectar a la más elemental libertad de los vascos para elegir la lengua en la que comunicarse y adquirir y transmitir sus conocimientos. Así, por ejemplo, he callado ante una aplicación de la política lingüística que ha permitido y permite que auténticos mediocres, cuyo único mérito frente a los demás es tener el euskera como lengua materna o haber aprendido en la mayoría de los casos a chapurrearlo, hayan copado las más altas magistraturas de nuestras instituciones, cátedras, cargos públicos, institutos, escuelas y medios de comunicación. He callado ante el despilfarro de recursos provenientes de los impuestos que pagan todos los ciudadanos que ha devenido en un suculento negocio para 'aprovechateguis' que están viviendo muy bien del euskera y dudosamente, a juzgar por los resultados, por el euskera. He callado, y de esto sí me acuso y me arrepiento, ante una política que ha expulsado a muchos hombres y mujeres de sus plazas de docentes, que ha discriminado a muchos a la hora de acceder a un puesto de trabajo, y que en definitiva ha generado sufrimiento, ansiedad y frustración en muchos ciudadanos. Todo sea por el euskera. Pero todo tiene un límite, y llega un momento en el que plantarse. Un consejero, designado por un minúsculo partido, pretende ir más allá y desde su ideología nacionalista radical quiere hacer efectivo ese sueño de convertir al euskera en la lengua que defina quién es vasco y quién no lo es, y que certifique que la existencia de ese elemento natural y cultural, como toda lengua, que es el euskera demuestra la existencia de una nación vasca originaria y plenamente independiente. Ya sospechábamos que muchos nacionalistas, cuando hablan de despolitizar el euskera, pretenden narcotizarnos para acabar imponiéndolo, y que cuando defienden el bilingüismo, lo que en realidad buscan es que el euskera sea la lengua predominante y común de su nación vasca, y el castellano una lengua ajena a la identidad de lo vasco, como el inglés, el francés o el chino.

Quienes participamos en la redacción del Estatuto de Autonomía de Gernika cometimos un error básico. Cuando en el artículo 6º definíamos al euskera como «lengua propia» del Pueblo Vasco -por cierto, ahora contemplo con horror lo aficionados que éramos y somos a las mayúsculas-, además de inventarnos un concepto confuso en el plano teórico, incurríamos en una gran falsedad: omitir que también el castellano, además de 'lengua común', es 'lengua propia' de los ciudadanos vascos o de ese Pueblo Vasco desde el momento en que es la lengua materna, desde hace siglos, de una abrumadora mayoría de vascos. Menos mal que tuvimos un rasgo de prudencia y hasta de pragmatismo cuando ni siquiera se intentó imponer el deber de conocer el euskera y sólo se estableció el derecho a conocerlo y a usarlo. De esa manera, la grave omisión inicial parecía quedar subsanada en la práctica, ya que nadie en su sano juicio pensaba entonces que fuera lógico y viable, en 1979 o en 2010, imponer el deber de conocer el euskera. Pero esa distinción errónea e incierta entre el euskera como lengua propia y el castellano como lengua oficial, impuesta y ajena a los vascos, es, en mi opinión, la coartada de esa locura a la que el nacionalismo y el Gobierno vasco nos quieren hoy llevar con planteamientos falsos y con tácticas tanto más intolerables cuanto que se producen utilizando el dinero de los contribuyentes.

Creo que no hay nadie tan incauto o ingenuo como para ignorar que, bajo la bandera del bilingüismo y de la integración, se oculta la pretensión nacionalista de utilizar el euskera como factor de una identidad y de la existencia de una supuesta nación, olvidando algo tan elemental como que las lenguas son un fenómeno exclusivamente natural y cultural, para comunicarse y transmitir conocimientos. Algo va mal cuando se quiere conectar de modo indisoluble un elemento natural a una creación artificial y discutible como la de nación. Cuando por vías indirectas, pero no por ello menos claras, se quiere que el euskera sea la lengua que marque la diferencia entre el que es vasco y el que no, entre el ciudadano de primera y el alemán de Mallorca, es un sarcasmo que se nos hable de integración, de tolerancia, de pluralismo, de voluntad de construir una comunidad de ciudadanos libres y del derecho a decidir.

Al fin y al cabo cada uno está en su papel, y de un nacionalista radical sólo se puede esperar que, antes o después, termine perjudicando los derechos y libertades de los ciudadanos que no son nacionalistas o que, quizás demasiado ingenuos, creíamos que otro nacionalismo integrador y respetuoso de la pluralidad es posible. En la batalla que los padres de la Plataforma para la Libertad de Elección Lingüística están librando frente al insensato proyecto del consejero de Educación del Gobierno vasco y frente al conformismo de unos centros educativos literalmente sometidos a la coacción económica, se plantea algo que afecta al núcleo esencial de la libertad, hoy a la de los padres, mañana a la de los profesionales, a la de los comerciantes, a la de los empresarios y trabajadores y en definitiva a la de todos los ciudadanos vascos. Somos nosotros, las personas, quienes tenemos el inalienable derecho a elegir la lengua en la que queremos comunicarnos y educar a nuestros hijos y nietos. La lengua es un mero instrumento a nuestra disposición, y no un sujeto de no se sabe qué derechos que puedan llegar a condicionar las más elementales, personales e íntimas decisiones de cada ciudadano.

Ya está bien de callar o de tener miedo a expresar públicamente lo que en privado muchos pensamos. El euskera es un idioma de muy difícil aprendizaje y de un escaso, por no decir nulo, valor funcional en el mundo actual de la ciencia, de la economía, de la comunicación. Tiene un valor evidente como bien cultural, pero también ocurre con la txalaparta y sin embargo a nadie se le ocurre -al menos por ahora- que este instrumento tenga en nuestros conservatorios un papel vehicular para aprender música superior al del piano.

Es de una estupidez supina violentar las más elementales normas y recomendaciones sobre la lengua vehicular educativa, que es y será siempre la lengua materna, cuando disponemos de una lengua común que es tan propia de este pueblo como el euskera, el txistu, el txakoli o el arrastre de piedra. Si no fuera porque esa estupidez cada vez es más asfixiante, sería para reírse: en un país donde desde las reuniones del propio Gobierno vasco, las de los 'ebebés' de turno y las asambleas de los partidos se desarrollan en castellano -y menos mal, porque si ya hoy su nivel es mediocre, imaginen cuál sería si todos debieran usar en todo momento el euskera-, donde hasta los que enseñan en euskera acuden al castellano cuando les toca ser evaluados, llegan los 'tontontxus' para obligar a nuestros hijos y nietos a tener que pasar por lo que ellos no pasan, contra toda lógica y contra la libertad de cada uno para utilizar la lengua que prefiera de entre todas las que estén a su disposición. Si cualquier lengua, y por supuesto el euskera, tiene que mantenerse sobre el sufrimiento, la imposición, la ansiedad y la discriminación de una mayoría de ciudadanos, más vale que muera. Porque sólo puede y merece vivir aquello que nos sirve, y no aquello que nos limita, que nos coarta, que nos desazona y que se nos impone.

Vuelvo al principio. El euskera es del todo inocente, como cualquier lengua, y merece ser respetado y apreciado. No lo son los que se aprovechan del euskera, los que se sirven del mismo para medrar y para conseguir sus objetivos sectarios y partidistas. Contra esta gente, que es la culpable de que el euskera sea un factor de división, es contra la que me rebelo y de la que abomino. No contra el euskera. Me parece correcto que las instituciones vascas garanticen el derecho a conocer y usar el euskera de aquellos ciudadanos que así lo decidan. Aplaudo que protejan el euskera, el patrimonio histórico, el arquitectónico y en general todo aquello que integra nuestro acervo cultural. Comprendo que procuren fomentar, pero sin imposiciones ni excesos y atendiendo a las características del euskera y a la realidad social, el llamado bilingüismo. Pero porque asumo todo ello, exijo que se garantice también mi derecho a elegir y a usar en todos los ámbitos el castellano como lo que es y con todo lo que ello supone: mi lengua materna, común y propia de todos los vascos. Y si deseo ser monolingüe, o aprender el chino en vez del euskera, que se respete esta decisión, porque conocer y usar el euskera es sólo un derecho y no un deber, tal y como literalmente señala nuestro Estatuto de Autonomía.

Emilio Guervara Saleta