El peligro más inquietante que recorre Europa no es lo que pueda derivarse de las elecciones griegas y las exigencias del nuevo Gobierno de Alexis Tsipras respecto al rechazo de la austeridad impulsada por Angela Merkel. Las deudas alemanas derivadas de tratados internacionales han sido condonadas total o parcialmente varias veces en los últimos cien años. Francia no llegó a pagar del todo la deuda contraída con Alemania como consecuencia de la guerra francoprusiana de 1870. Entre otras razones, porque la Gran Guerra de 1914 la convirtió en acreedora de los destrozos alemanes.
Ernest Renan vivió la humillación francesa tras la victoria de Bismarck, que se permitió proclamar la primera unidad alemana en el Palacio de Versalles. Renan teorizó sobre el concepto de nación definiéndola como un plebiscito de cada día y por “haber hecho grandes cosas juntos y con el propósito de seguir haciendo muchas más”. Era una idea alejada de los criterios románticos de Herder y Fichte que concebían la nación desde la raza, la lengua y la cultura.
Renan conocía bien a los alemanes. Decía que no había nada mejor en el mundo que el alemán moral pero que lo peor que podía darse era un alemán desmoralizado. Aunque la comparación es poco rigurosa, existe el riesgo que Europa en su conjunto entre en un periodo de inestabilidad, desmoralización y convulsiones sociales.
Lo más relevante de la victoria de Syriza no es el replanteamiento de la deuda que asciende a un 175% del PIB, con unos 240.000 millones de euros prestados por la troika, formada por el Banco Central Europeo, la CE y el FMI. Son cifras astronómicas que se pueden negociar sin necesidad de conceder una quita inmediata. Grecia ha obtenido ya cuatro quitas y los intereses que ha obtenido de la troika son mínimos.
Que el nuevo Gobierno afloje el cinturón de la austeridad, aumente el salario mínimo, detenga las privatizaciones y readmita los funcionarios despedidos por las medidas de recortes, es lo que había avanzado en su programa electoral. Aunque suponga un aumento del gasto en 20.000 millones de euros que tendrán que salir de alguna parte.
Puede que la victoria de Syriza cree modificaciones en los mecanismos europeos sobre cómo se han efectuado los rescates de la troika. Puede incluso que la troika misma quede aparcada como instrumento para prestar los euros de los rescates nacionales.
Pero los peligros que se ciernen sobre esta Europa que ha sido uno de los éxitos políticos y económicos más relevantes de los últimos sesenta años, es caer en el desorden, en la vuelta a los nacionalismos de los estados, en pensar que para defender lo propio hay que deshacer lo que se ha construido conjuntamente, con todas las dificultades imaginables y saltándose airosamente todas las crisis económicas y sociales. Recordaba Javier Solana en la presentación del libro póstumo de Javier Batalla que somos 500 millones de habitantes, generamos un cuarto del producto bruto mundial, somos la primera potencia comercial, representamos la mitad de la ayuda al desarrollo. A pesar de todos estos datos objetivos existe la tentación de caer en el desánimo y, lo que sería más lamentable, establecer divisiones entre europeos del sur, del norte o del este.
Una cuarta parte de los diputados en el Parlamento Europeo representan a partidos antieuropeos o antisistema. Unos militan en la izquierda extrema y otros en la extrema derecha. Las declaraciones de Marine Le Pen al conocerse los resultados de Grecia son elocuentes. Dijo estar satisfecha por la bofetada democrática de los griegos a la Unión Europea.
Europa no puede ser vista como un problema para una cuarta parte de los votantes de 28 países. No es un problema sino una solución para no quedarnos fuera de los circuitos del poder que se mueve en Washington, Moscú, Pekín, Nueva Delhi y el gran espacio latinoamericano que va desde México hasta la Tierra de Fuego.
Es preciso evitar una rotura europea que nos devolvería a los naturales conflictos continentales que han pasado por guerras económicas, étnicas, religiosas y culturales. Alemania, España, Gran Bretaña y Suecia invocan inflexibilidad ante las peticiones de Atenas. Desde luego, no se pueden condonar deudas porque un partido ha ganado unas elecciones en un país de la Unión. Pero sí que se puede intentar llegar a puntos de encuentro y hallar soluciones, posiblemente a muy largo plazo, que permitan a los griegos respirar con una cierta tranquilidad.
Alexis Tsipras podría verse forzado a abandonar la zona euro. Pero no quiere salir de la Unión Europea. En estos primeros tanteos entre el Gobierno de Syriza, apoyado por un partido xenófobo, antiturco y euroescéptico, y las instituciones europeas habrá bastantes sobresaltos. Alemania debe entender que también estuvo cinco años superando el límite del 3% de déficit público, después de la instauración del euro. Francia, también.
Los problemas europeos no son de deuda únicamente. Tampoco son de carácter económico exclusivamente. La amenaza para el prodigioso éxito de la UE son las ideas desgarradoras que han crecido en su seno y que amenazan la convivencia.
Lluís Foix