Evitar otro 'procés'

La pasada semana 50 personalidades internacionales firmaron un penoso manifiesto promovido por Òmnium Cultural que el Washington Post y 3 se prestaron a publicar como inserción publicitaria. En él, la entidad independentista reclama «el fin de la represión» en Cataluña, la «amnistía» para los condenados por el procés y «el derecho de Cataluña a decidir su futuro político». Reivindicaciones estas apoyadas en las mismas mentiras y tergiversaciones que, con el silencio imprudente del Gobierno de Rajoy y con la inestimable colaboración de la prensa internacional, calaron en la opinión pública extranjera durante los años del procés.

Se refiere el manifiesto a la voluntad de la mayoría del pueblo de Cataluña, a supuestas violaciones de derechos humanos cometidas por el Estado español, al derecho a votar como máxima expresión de la democracia y a la necesidad de diálogo. Apuntes de brocha gorda fácilmente identificables por una audiencia extranjera mayormente ignorante de la realidad catalana, pero todos falsos en el contexto catalán. Nunca han sido mayoría, España es reconocida internacionalmente como una democracia plena, el respeto a la ley (y no la coartada del voto para incumplirla) es la piedra angular del sistema y su apelación al diálogo es otro engaño que en verdad persigue la claudicación del constitucionalismo.

Evitar otro procésQue la principal evidencia del manifiesto sea la raquítica opinión del Grupo de Trabajo sobre Detención Arbitraria (GTDA) de la ONU, que considera arbitraria la prisión de los condenados y reclama su libertad, demuestra que no andan sobrados de munición. No sólo es una opinión no vinculante y un despropósito jurídico, sino que ocultan que el procedimiento lo inició Ben Emmerson, que formó parte del equipo jurídico de los políticos catalanes, por encargo de Òmnium Cultural. También que la Asamblea Nacional Catalana movió los hilos de la campaña y que la Generalitat financió al menos en dos ocasiones a la oficina de la ONU encargada de promover estos casos. Y, por supuesto, que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos avala la actuación de la justicia española y ha dado un varapalo tras otro al independentismo.

Pero, para quienes no entran en el fondo de las cosas, el informe del GTDA, el manifiesto de Òmnium y, en general, toda la propaganda separatista desprenden una lírica y una melodía muy seductoras. Se entiende así que un nacionalismo supremacista e hispanófobo como el catalán siga teniendo en el extranjero su público, entre ellas las 50 personalidades que se adhirieron al manifiesto de Òmnium. Nadie especialmente elocuente: abundan los militantes del izquierdismo más sectario y personajes que están para partido de homenaje. Más revelador es que son mayoría quienes nunca tuvieron un vínculo tan estrecho con España como para suponer que sus ofensivas diatribas estén basadas en una comprensión sólida de nuestro país.

Destacan, por el contrario, los firmantes que se sumaron a la causa luego de ser captados –con nuestro dinero– por el engranaje de agit-prop separatista, ya fuese Diplocat, Òmnium, la ANC o las embajadas catalanas. Entre ellos, el propio Ben Emmerson, activo en el frente de la ONU; o Jody Williams, activista y Nobel de la Paz, invitada a asistir al «juicio político» del Supremo, tras lo cual tildó a la Guardia Civil de «títeres» y acusó a la policía de «mentir». En Barcelona le hicieron el paseíllo: recepción con Torra y Colau, comparecencia en el Parlament y entrevista en Catalunya Ràdio. También Colm Tóibín, escritor irlandés ganador del Premio Joan B. Cendrós de Òmnium, dotado con 3.000 euros, por publicar un único artículo tras la prohibición de los toros en Cataluña. En él afirmó que las corridas eran vistas allí como algo «oscuro, extranjero e ibérico» y como parte del «mundo impuesto por Franco». O el esloveno Ivo Vajgl, que fue por vez primera a Cataluña en 2017, presidió una plataforma de exaltación nacionalista en el Parlamento Europeo y desfiló por Lledoners y los medios públicos catalanes.

Es importante entender que es erróneo considerar a todos esos extranjeros que apoyaron el procés y que frivolizaron con la destrucción de España como meras víctimas de la intoxicación separatista. Con distintas motivaciones, muchos se dejaron seducir por la propaganda a sabiendas, no contrastaron la mercancía y suplieron su desconocimiento sobre España con todos los prejuicios de la leyenda negra antiespañola, con Franco a la cabeza, y con toda la hispanofobia inoculada por quienes se los habían trabajado. Varios de los que entrevisté para La Telaraña ni siquiera eran conocedores del bochorno acontecido el 6 y el 7 de septiembre de 2017 en el Parlamento catalán, cuando abolieron la legalidad española. Ellos fueron responsables de difundir en sus países un relato mentiroso que convenció a parte de la opinión pública.

Lo mismo puede decirse de algunos de los principales medios de comunicación internacionales, empezando por los dos periódicos que no han tenido reparo en publicar el anuncio de Òmnium. En un ejemplo de deformación digno de estudio en las facultades de Periodismo, el Guardian relató los hechos de aquellos días de septiembre dando prioridad a la reacción «furiosa» de Madrid y no al atropello democrático independentista. El Washington Post despachó la afrenta al sacrosanto rule of law en un breve firmado por Reuters. Y el New York Times, el más tendencioso en su cobertura del procés de entre los medios importantes, publicó una sola frase en un breve el día 7 y en una crónica del día después ni siquiera lo mencionó. Un olvido clamoroso. Pero mencionar a un dictador que murió en la cama en 1975 no se les olvidó nunca.

Tanto ese día como más adelante, birlaron a sus audiencias un episodio clave para que entendiera la crisis, o para dar contexto al 1-O. Se tragaron también sin anestesia, porque no lo verificaron, el dato de heridos dado ese día por la Generalitat. Pero, más relevante, es que fracasaron en su obligación de presentar los hechos con objetividad y distancia, para lo cual habría sido menester relatar con la misma rotundidad con la que difundieron el relato independentista la discriminación a los castellanohablantes en Cataluña, la persecución al español, la hispanofobia institucional o el adoctrinamiento en las aulas. El procés no fue, como en definitiva se planteó en la prensa extranjera, una pelea de bar multitudinaria en la que poco importaba quién dio el primer puñetazo. Fue un conflict-by-design, un conflicto incubado durante décadas por las élites catalanas a partir de un proyecto de catalanización por la fuerza impulsado por Pujol llamado Plan 2000. Y esto está aún por escribir en la prensa internacional.

Lo que el panfleto de Òmnium pone de manifiesto es algo que ya sabemos, que es que el mundo independentista y la Cataluña oficial no han tirado la toalla y que volverán a intentarlo, consecuencia de un procés cerrado en falso por la aplicación pusilánime del 155 y tras una sentencia del Supremo que, con todo a favor, acabó en fiasco. También nos dice que el independentismo mantiene intactos todos sus recursos y estructuras y que, en un escenario post pandemia propicio, antes o después volverá a la carga. Imaginen ahora que en las próximas elecciones catalanas el independentismo, pase lo que pase siempre movilizado, obtiene más del 50% de apoyo popular.

En ese contexto, con un Gobierno de España decidido a no intervenir para atajar las ofensas a España y mucho menos para neutralizar lo que está por venir, sólo un voto constitucionalista fuerte el 14-F puede frenar lo que hoy parece inevitable, ya sea un enjuague político por las buenas entre la izquierda y el nacionalismo o una nueva intentona golpista por las malas. Es por ello que, por muy desencantado que esté y por muy traicionado que se sienta, es imperativo que el votante constitucionalista evite la tentación de abstenerse y mande con su movilización y voto masivos el mensaje, nítido, de que el constitucionalismo no pierde fuelle, que España nos importa, que no claudicamos y que vamos a plantar cara. El peligro es real y sólo puede pararse en las urnas.

Juan Pablo Cardenal es periodista y escritor, su último libro es La Telaraña: la trama exterior del procés (Ariel, 2020).

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