Evitar una crisis de seguridad por el COVID-19 en África

Algunos han descrito a la crisis COVID-19 como la “gran igualadora”. Al fin y al cabo, ha invadido las economías más ricas del mundo, y el virus ha infectado a algunas de sus figuras públicas más prominentes, que van desde políticos, como el primer ministro británico Boris Johnson, hasta miembros de la realeza de Hollywood, como el actor Tom Hanks. Sin embargo, los países en vías de desarrollo, especialmente los pobres que viven dentro de ellos, siguen siendo mucho más vulnerables que sus homólogos en los países desarrollados, no sólo frente a las consecuencias sanitarias de la pandemia, sino también frente a la inseguridad – y la inestabilidad – derivadas de la respuesta.

Hasta ahora, las medidas más eficaces para limitar la propagación de COVID-19 son las restricciones de viaje, las normas de distanciamiento físico y la cuarentena total, cuando corresponde aplicarla. Sin embargo, la rápida implementación es esencial.

Hemos visto esto en algunos países africanos, como por ejemplo Ruanda, donde el gobierno suspendió todos los vuelos de pasajeros durante 30 días tras la confirmación de apenas 11 casos del virus, y posteriormente puso a todo el país en confinamiento durante 28 días. La vecina Uganda pronto siguió ese ejemplo, junto con Nigeria, Sudáfrica y Etiopía, entre otros países.

Pero las respuestas en otros lugares han sido fragmentadas y débiles. Dada la escala de la interconexión mundial, esto debería preocupar a todos.

Los países desarrollados tienen sistemas de atención sanitaria más sólidos, pero siguen siendo profundamente vulnerables: Estados Unidos informó recientemente más de 1.800 muertes relacionadas con COVID-19 en un sólo día. Imagínese los efectos de un brote similar en África. Hay menos de 500 respiradores en Nigeria, un país con una población de 200 millones de personas, es decir aproximadamente dos tercios de la población de Estados Unidos, país que tiene 172.000 respiradores. Y, mientras el virus continúe propagándose en un país, cada país corre el riesgo de contraer nuevas oleadas de infecciones.

Pero el peligro se extiende mucho más allá del propio virus. En muchos países en vías de desarrollo, la gran mayoría de los trabajadores dependen de modestos salarios diarios, y no pueden trabajar a distancia. Por lo tanto, las medidas de distanciamiento social amenazan su propia supervivencia. Sólo mediante un liderazgo fuerte y una toma de decisiones informadas pueden los gobiernos africanos proteger a estos grupos vulnerables.

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Una vez más, algunos países están dando un ejemplo positivo. El gobierno de Ruanda ha anunciado planes para entregar alimentos a más de 20.000 hogares vulnerables en la capital, Kigali, y proporcionar servicios esenciales, como lo son el agua y la electricidad, de forma gratuita. Pero, en general, las protecciones sociales no llegan a ser, ni de lejos, adecuadas para salvaguardar a los pobres de África durante los confinamientos.

Para un continente cuya historia reciente ha incluido muchos conflictos violentos, esta es una receta para el desastre. El estrés económico genera frustración, especialmente con las autoridades, lo que aumenta los riesgos de disturbios, guerras civiles renovadas, y golpes militares. Como John Nkengasong, director de los Centros Africanos para el Control y la Prevención de Enfermedades, advirtió: la pandemia podría ser una “crisis de seguridad nacional en primer lugar, una crisis económica en segundo lugar, y una crisis sanitaria en tercer lugar”.

La comunidad internacional no está haciendo lo suficiente para ayudar a que los países africanos mitiguen la amenaza COVID-19. Esto es en parte un tema vinculado a las limitaciones de recursos: en una pandemia, el financiamiento proveniente de instituciones multilaterales, como el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de la Salud y el Banco Mundial, debe compartirse entre muchos países, y los gobiernos están centrando sus recursos en las necesidades internas

Los recursos públicos son tan limitados que muchos países ahora dependen de la ayuda filantrópica. Por ejemplo, el multimillonario chino Jack Ma donó 1,1 millones de kits de prueba, seis millones de máscaras quirúrgicas y 60.000 trajes protectores y escudos faciales a África. (También donó un millón de máscaras faciales y 500,000 kits de prueba a Estados Unidos – algo que habría sido impensable hace sólo unos meses atrás). Las corporaciones y los multimillonarios estadounidenses también han realizado grandes donaciones.

Pero no podemos confiar en la benevolencia de los filántropos y las corporaciones para ganar esta batalla. Necesitamos una respuesta mundial unificada – incluyendo coordinación de medidas – como por ejemplo las restricciones de viaje y las normas para cuarentenas – mediante un liderazgo eficaz. Y, necesitamos que los gobiernos de los países ricos y las organizaciones multilaterales acrecienten el apoyo a los países de bajos ingresos, sin aumentar su deuda internacional.

Los recursos – desde equipos de protección personal hasta kits de prueba y respiradores – deben asignarse según las necesidades. Ahora que el Director General de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus ha realizado una advertencia sobre una “alarmante aceleración” de la transmisión del virus en África, se puede afirmar que la necesidad de recursos del continente está claramente en crecimiento.

Sin embargo, contener el COVID-19 no es suficiente. Los países deben fortalecer urgentemente sus sistemas sanitarios para protegerse de futuros brotes. Esto requiere inversiones no sólo en equipos e infraestructura, sino también en personal, enfatizando que los profesionales médicos sean capacitados para pensar holísticamente. En la University of Global Health Equity en Ruanda, desde el principio enseñamos a nuestros estudiantes a que miren más allá de la realidad clínica inmediata para tener en cuenta los factores sociales, económicos, históricos y políticos relevantes.

La crisis de COVID-19 ha demostrado cuán rápido una nueva enfermedad puede cercar a todo el mundo, causando muertes y sufrimientos generalizados. En lugar de esperar a que estalle el próximo brote, y luego volver a ponerse al día, todos los países deberían estar trabajando para aplicar las lecciones de esta pandemia con el propósito de reforzar la preparación y la prevención.

Aunque el COVID-19 no afecta a todos por igual, ciertamente confirma el axioma que indica que en el mundo interconectado de hoy los desafíos mundiales requieren soluciones mundiales. La única forma de construir un mundo post-COVID más seguro es garantizar que África no se quede atrás.

Abebe Bekele is Founding Dean and Deputy Vice Chancellor of Academic and Research Affairs at the University of Global Health Equity, a professor of surgery at Addis Ababa University’s School of Medicine, and a fellow of the College of Surgeons of East, Central, and Southern Africa and of the American College of Surgeons. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

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