Evocar lo máximo con lo mínimo

El lenguaje científico y el lenguaje poético comparten una misma aspiración: evocar lo máximo con lo mínimo. Cuanto menor es la comprensión en relación a lo comprendido, mayor es también la emoción mental y el gozo intelectual que provocan. He aquí el sentido más noble del verbo reducir: prescindir de lo superfluo, separar el ruido de la información, destilar la esencia, liberar los matices... De aquí se infiere también un vicio difícilmente evitable en ciencia y en poesía: darle un bocado a la esencia, pelar con una monda demasiado gruesa, es decir, simplificar sacrificando parte de la complejidad que es propia de la comprensión. No llegar a la esencia es hacer ciencia o poesía mejorable, pero en este caso siempre se puede seguir puliendo. En cambio, pasarse de largo es violentar el límite de la racionalidad. Es el reduccionismo irreversible en el que toda posibilidad de seguir puliendo ha sido ya asesinada.

La física o la poesía son víctimas frecuentes de reducciones que, debidamente empaquetadas, cruzan impunemente todas las fronteras causando toda clase de estragos. Ahí van algunos topicazos poco menos que incurables de la física moderna: 1) como bien avisa la física relativista, todo es relativo; 2) como bien sugiere la física cuántica, la objetividad ha entrado en una crisis definitiva; 3) como bien aclara la teoría del caos, en el fondo todo es azar; 4) como bien anticipa la termodinámica, cualquier tiempo pasado fue mejor, etcétera.

Evocar lo máximo con lo mínimoSi la buena práctica es reducir hasta tocar esencia, seguir haciéndolo más allá es reduccionismo. Pero la creatividad humana se ve tentada también por otro vicio muy frecuente: sazonar con ruido todo lo que está demasiado claro. Consiste en confundir lo oscuro con lo profundo. O lo que es lo mismo: nada que se entienda demasiado se aleja de la banalidad. De ahí el oscurantismo. En cada siglo hay un científico o un poeta que complica la esencia para sugerir, solo con ello, trascendencia y profundidad. Quizá sea el fraude más difícil de desenmascarar, ya que cuenta con la complicidad silenciosa e inconfesa de todos los que quieren evitar el riesgo de pasar por anticuados o superficiales. De hecho, todo timo cuenta con unos gramos de ambición del timado. Grandes movimientos de la historia de la creatividad de la condición humana están marcados por alguna forma de oscurantismo.

Pero, atención, no todo es oscurantismo o reduccionismo. También existe una curiosa y paradójica combinación de ambas tendencias. Consiste en pasarse y no llegar al mismo tiempo. Consiste en provocar un defecto que sugiere un exceso. Consiste en mostrar bastante menos de lo que hay con la loca pretensión de sugerir que hay bastante más. Es el vicio de los aforistas malos. Nada más comprensible en principio, porque el aforista empuja como nadie en pos de la evocación máxima y la expresión mínima. Por ello su sueño es comprimir la expresión al tiempo que dilata lo expresado. Ciertos textos juegan con una rara mezcla explosiva de oscurantismo y reduccionismo, de modo que siempre es el lector el que no llega (en caso de que la acusación sea el oscurantismo) y siempre es el lector el que se pasa (en caso de que la acusación sea el reduccionismo). No se sabe bien quién da más miedo con uno de estos textos entre sus manos, si el que lee literalmente o el que lee ente líneas.

El filósofo Martin Heidegger dejó el mundo intelectual estupefacto en 1927 con la publicación de su libro Sein und Zeit (Ser y Tiempo). Considerado por (muchos) grandes filósofos como la obra más trascendente e influyente del siglo XX (de la que han mamado corrientes como el deconstructivismo o el existencialismo), otros (no muchos) lo ignoran por irracional, oscuro y charlatán ininteligible. El filósofo Mario Bunge, por ejemplo, considera a Heidegger como un pillo intelectual y se irrita con sus frases. ¿Cómo se puede definir el tiempo como la maduración de la temporalidad? ¿Cómo se puede nombrar el ser como aquello que es ello mismo? Mejor no preguntar, no sea que lo compactado se descompacte y nos aplaste contra la pared. Así ocurre por ejemplo en la página 87 de la 17ª edición de Sein und Zeit (traducción de Mario Bunge): «En su familiaridad con la significación, el ser es la condición óntica de la posibilidad de la descubribilidad del ser, que se encuentra en la manera de ser del estado en un mundo, y puede conocerse así en un en sí».

Como se ve, por esta vía la noble tarea científica y poética de evocar lo máximo con lo mínimo puede alcanzar sus dos horizontes y transformarse en una doble caricatura. ¿Qué gracia tiene acortar una frase si luego necesitas 200 páginas para explicarla? La cuestión no está en la complejidad de lo que se pretende comprender, ni en el método elegido para tratarla, sino más bien en la idoneidad del lenguaje disponible.

Jorge Wagensberg, Facultad de Física de la Universitat de Barcelona

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