Évole se olvidó media entrevista en Madrid y dejó escapar con vida a Maduro

Las preguntas más interesantes de la entrevista de Jordi Évole a Nicolás Maduro fueron las que no le hizo. No le preguntó Évole por los torturados en La Tumba y El Helicoide, los dos centros de tortura que el régimen bolivariano tiene en Caracas. Tampoco por la falta de alimentos, de medicinas o de otros bienes de primera necesidad. Tampoco por las imágenes de policías y matones paramilitares asesinando en las calles a los opositores al régimen o transportando cadáveres en sus furgonetas a plena luz del día. Sí le preguntó Évole por el matrimonio homosexual, por la inflación o por las pensiones de los emigrantes venezolanos. Évole parecía estar entrevistando a un primer ministro sueco lamentable más que a un dictador venezolano especialmente eficiente en su aplicación del socialismo.

Hay más preguntas. ¿Habría aceptado Jordi Évole entrevistar a Jorge Rafael Videla, Augusto Pinochet o Alfredo Stroessner? ¿Cómo habría gestionado Évole, en la soledad de su habitación en un hotel de lujo de Buenos Aires, Santiago de Chile o Asunción, la posibilidad de que esa entrevista pudiera insuflarle aire al Torturador en Jefe de un régimen autoritario moribundo? Y la más importante de todas ellas. ¿Le habría concedido Nicolás Maduro esa entrevista a Cayetana Álvarez de Toledo? ¿A Oriana Fallaci, caso de seguir viva? ¿A Lilian Tintori? ¿Se la habría concedido a ABC? ¿A El Mundo? ¿A EL ESPAÑOL?

Si las preguntas más interesantes de la entrevista son las que no le hizo el entrevistador, sus momentos más interesantes fueron aquellos que no se emitieron. Especialmente ese en el que el mismo Évole, o quizá un productor del programa, le pide a Nicolás Maduro un último minuto de su tiempo para un vídeo promocional de la entrevista. "Vuelvo el domingo a Salvados. Segundo interrogatorio que me hace Jordi. Salió bastante bien. Se lo recomiendo" dice en el vídeo Maduro, campechano y hasta simpático. Si la entrevista lo había noqueado, el dictador se repuso con la rapidez de un boxeador profesional.

Niego la mayor. El problema de la entrevista de Jordi Évole al dictador no es su vídeo promocional, sino lo que este evidencia: que la propaganda que Nicolás Maduro hizo del programa de Évole fue sólo una pequeña contraprestación por la propaganda que el programa de Évole ha hecho del régimen de Nicolás Maduro.

Que las preguntas fueran más o menos incisivas era en realidad lo de menos, como sabe cualquier buen conocedor de los mecanismos de la propaganda contemporánea. Y a la cabeza de todos ellos Donald Trump, acostumbrado a desayunarse cada día media docena de andanadas bastante más virulentas que cualquiera de las que Évole le lanzó ayer a Maduro. Pero si es eso lo que le preocupa al respetable, ahí va la prueba del nueve: tan exigentes fueron las preguntas de la entrevista que hasta Nicolás Maduro le recomendó a sus seguidores que no se la perdieran.

Durante la entrevista, que empezó con un "muchas gracias, presidente Maduro", el dictador atacó y/o amenazó a la oposición, a las redes sociales, a la "coalición Bush-Aznar", al mismo Jordi Évole, a Pablo Iglesias, a los venezolanos, a los Estados Unidos y a Pedro Sánchez. Por atacar, Maduro atacó hasta a la Unión Europea.

En el terreno de los reconocimientos, uno brilló por encima de todos los demás. El que le dedicó Maduro a José Luis Rodríguez Zapatero: "Nosotros somos, como dice Rodríguez Zapatero, como los vietnamitas: luchamos hasta con las uñas". Qué cosas tan bonitas le dicen los socialistas a sus dictadores. Es de suponer que a Zapatero le habrá agradado verse incluido en el mismo grupo que Putin y Erdogan.

"No aceptamos ultimátums de nadie. Es como si yo le dijera a la UE: 'Le doy siete días para reconocer la República de Cataluña, o si no vamos a tomar medidas" dijo Maduro durante la entrevista. Y luego añadió: "Pedro Sánchez es un farsante. Es él el que no ha sido electo por nadie. Yo he sido electo y reelecto por votos populares. Hemos ganado veintitrés elecciones en veinte años, de veinticinco. Y Pedro Sánchez debería ser el que convoque elecciones para que el pueblo español elija quién es su presidente".

El momento esperpéntico llegó cuando Évole quiso llamar a Juan Guaidó a media entrevista para que un Nicolás Maduro instalado en un irredentismo bolivariano que ya sonaba viejo en 1968 dialogara con él. Resulta difícil imaginar mayor frivolidad. También resulta difícil saber si Évole buscaba un enfrentamiento entre Guaidó y Maduro que aumentará su audiencia o si realmente creía estar contribuyendo, como un Bono de los programas de entretenimiento, a romper el hielo entre la dictadura y la oposición. Ninguna de las dos posibilidades dice mucho del presentador de La Sexta ni sobre su conocimiento de lo que está ocurriendo realmente en Venezuela.

Tampoco dice mucho de él que una de sus mayores preocupaciones durante la entrevista fuera el impacto que el fracaso de Maduro puede tener "sobre la izquierda mundial". Ya conocen el clásico: si la izquierda fracasa no es jamás por un fallo intrínseco de la ideología socialista, sino porque esta ha sido mal aplicada o ha caído en manos de patanes.

"Esta noche, Évole se hará pasar por periodista para que Maduro pueda hacerse pasar por Gandhi. Évole, un individuo que ha contribuido decisivamente a la degradación del ecosistema mediático y político español. Un hombre que no pierde ocasión de hacer caja a costa de la verdad y la democracia. Un vendedor de publicidad. En este caso, a mayor gloria de un sujeto que hace beato a Franco" escribió ayer Cayetana Álvarez de Toledo en el El Mundo. Algo muy similar dijo Ana Laya, venezolana y editora del digital The Objective, en su cuenta de Twitter.

¿Habría entrevistado yo a Adolf Hitler el 29 de abril de 1945? Hombre, por supuesto. Lo que no habría hecho es prestarme a actuar como personaje secundario con frase en un anuncio publicitario de su régimen. O a no preguntarle por los campos de exterminio. "Periodismo es todo aquello que alguien quiere censurar. Todo lo demás es publicidad" dijo el periodista irlandés Alfred Harmsworth. Es una frase sobre la que Jordi Évole debería reflexionar.

Cristian Campos

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