Exámenes patrióticos

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid (EL PAIS, 09/08/04).

Durante los años en que fui profesor en la UNED, tuve ocasión de ir a examinar varias veces a alumnos reclusos en diversas cárceles españolas. De hecho, cuando pude, me ofrecí voluntario para ese encargo: después de todo, es lógico que quienes hemos estado en prisión guardemos de por vida un especial compromiso con las personas temporalmente privadas de libertad. Entre los presos que examiné en ese periodo había también, claro, condenados por terrorismo y pertenencia a ETA. De modo que jamás se me ha ocurrido dudar del derecho de cualquier penado a cursar estudios universitarios. Tampoco dudé de ese derecho después, durante la década larga en que fui profesor de la UPV. Me extrañaba, sin embargo, el procedimiento docente y el control de estudios que se seguía con los presos que cursaban nuestras asignaturas. A comienzo de curso, un alumno "encargado de los presos" me preguntaba el temario que iba a desarrollar; después, a fin de curso, me traía un trabajo realizado ignoro en qué condiciones y más o menos relacionado con mi materia, que yo debía calificar. Y aquí paz y después gloria.

Admito que me plegué a tal sistema académico sin especiales protestas. Todo el mundo hacía lo mismo, por lo que yo veía, y bastantes problemas teníamos con los etarras sueltos como para buscarnos más con los encarcelados... y sobre todo con quienes hablaban en su nombre. En contra de lo que dicen ingenuos bienintencionados, jamás he tenido vocación de héroe, ni muchísimo menos de mártir. Además, nada de malo hay en estudiar y quizá esos afanes universitarios indicasen finalmente un deseo de normalizar vidas deformadas por la violencia. Siempre he sentido y siento como un fracaso personal en tanto educador que jóvenes perfectamente dotados para desempeñar tareas útiles en la sociedad democrática, por críticos que fuesen con ella, languidezcan embrutecidos o emponzoñados por crímenes cuyo horror y superfluidad quizá descubran demasiado tarde. De modo que cedí y entré en el juego, a la espera de que fuese finalmente para bien. Por ello no puedo por menos ahora de sentir cierto indignado sobresalto al oír a algunos clérigos sermonearnos que todos debemos ceder "un poco" para que el enfrentamiento vasco finalmente se resuelva. Como si, por lo menos desde una de las partes, esa vía no hubiera sido nunca intentada...

Recientemente el Parlamento vasco ha aprobado una proposición no de ley declarando "el derecho de los alumnos y alumnas presos a cursar estudios" universitarios, a la cual han venido a sumarse declaraciones de la directora de Instituciones Penitenciarias indicando que se firmarán acuerdos con todas las universidades españolas para que los presos que lo deseen puedan estudiar cualquier carrera universitaria y no sólo las ofertadas hoy por la UNED. Pues bien, ¡claro que los presos tienen derecho a cursar carreras universitarias! Pero, como es lógico, dentro de las limitaciones que impone su reclusión. Las clases universitarias son mayoritariamente presenciales: para ayudar a quienes por cualquier causa laboral, doméstica, de salud, penal o lo que fuere no pueden asistir a ellas de ningún modo se inventó la UNED y su método específico de enseñanza. Es cierto que no todas las carreras pueden hacerse por este medio y que es tan imposible convertirse en un buen cirujano sin hacer prácticas como llegar a dominar los secretos del vuelo sin motor por correspondencia. Provenga de la causa que fuere, éste es un problema que afecta a muchos ciudadanos que desean estudiar, no sólo a los presos, ni mucho menos sólo a los presos etarras. En cierta medida, puede en algunos casos paliarse reforzando los medios e instrumentos docentes de la UNED, por ejemplo, en lo tocante a estudiar cada carrera en las diversas lenguas oficiales del Estado. Pero no creo que la solución sea pasar por encima de tales dificultades como si se debieran sólo a la mala voluntad de algunos y crear en cada centro universitario una especie de pequeña UNED de urgencia, improvisada para satisfacer a quienes no desean acudir a la entidad académica común precisamente diseñada a tal efecto... y en la cual hasta lo imposible será posible voluntariosamente.

Creo que no es exceso de suspicacia suponer que las modificaciones que se proponen ahora con alcance general tienen como principal objetivo permitir a los etarras que cumplen condena volver a matricularse en la UPV. Es de esperar que no se recaiga en el sistema del pasado que algunos conocimos, cuando se hacían "exámenes patrióticos" que se aprobaban más por méritos de guerra que por demostrar suficientes conocimientos, lo mismo que en aquellas infaustas "oposiciones patrióticas" de los primeros años del régimen franquista en las que la cátedra era siempre para quien se presentaba al concurso luciendo correajes y camisa azul. En cualquier caso, se va a crear una situación difícil a muchos profesores que han sufrido directamente amenazas de ETA o de sus servicios auxiliares universitarios y que quizá tengan que elegir entre su exigencia académica y su integridad física. No conviene olvidar que en la UPV hay profesores que conservan su plaza, pero no pueden dar normalmente sus clases por falta de seguridad, por no hablar de los que ya han buscado puestos docentes en lugares menos conflictivos. Aunque hayan sido sustituidos por otros profesoresmenos conflictivos de cuya competencia no dudo, esta situación lesiona evidentemente sus derechos y los de los alumnos que se pierden su enseñanza. ¿O es que no tienen derecho los alumnos de la UPV a estudiar más que con los profesores que no se han creado problemas con la banda terrorista... salvo que se atrevan cada mañana a jugarse la vida y a soportar amenazas para asistir a clase? Los derechos a la normalidad académica y a la libertad de cátedra conculcados en el País Vasco no son los de los presos etarras, sino los de alumnos y profesores que padecen el clima de intimidación creado por las fechorías de ésos que están en la cárcel, de los que aún andan sueltos y de quienes en el ámbito universitario siguen empecinados en legitimarles y enaltecerles con su trato de favor.

Para colmo, se da pábulo frecuentemente entre quienes pretenden a toda costa caer simpáticos al infundio de que los que llaman a las cosas por su nombre y plantean las cuestiones de principio sin rodeos son poco menos que culpables de los males que denuncian. O por lo menos que se benefician inconfesablemente con la podrida situación actual y quieren perpetuarla. Así les ha ocurrido a los profesores que han dado la alerta sobre este asunto de los presos y la UPV, todos los cuales se juegan bastante más haciendo pública su discrepancia que quienes les contradicen. Y no sólo ellos. Hace poco, en un debate en el Fórum de Barcelona entre periodistas vascos, Josemari Calleja le recordó al ex director de Egunkaria Martxelo Otamendi que quienes como él pertenecían a ETA podían hablar en Euskadi con un desparpajo del que carecían los amenazados por la banda criminal, como él mismo. Otamendi no le puso una querella por tal afirmación (días más tarde otro procesado por el asunto de Egunkaria, al ser puesto en libertad bajo fianza, comentó en una de las numerosas entrevistas en prime time que le dedicó ETB que uno de los consuelos de su cautiverio había sido la excelencia moral de los presos vascos que encontró en las cárceles, de modo que ustedes me dirán), pero la televisión autonómica convirtió el asunto en cuestión de relevancia trascendental. Incluso organizó un debate entre sus adictos habituales para condenar la tropelía de Calleja. En este tribunal popular, una señora que ha sustituido el manipulador sectarismo de sus tiempos al frente de los informativos de TVE por un "¡viva mi dueño!" como opinadora del PNV, proclamó que Josemari y otros como él se lucran económica y políticamente con el mantenimiento del tenebroso enfrentamiento vasco. O sea, que nos quejamos de vicio o por interés y que callados estaremos más guapos. Buena ocasión para volver a recordar al clásico castellano y su "arrojar la cara importa / que el espejo no hay por qué".