Extirpemos el pericardio a los atletas

La principal misión del control de alcoholemia es proteger a los conductores. Pero también protege a los que no beben y a los acompañantes que pudieren viajar con un conductor ebrio al volante. Al principio se hacían pocos controles de alcoholemia y las consecuencias de una alcoholemia elevada eran irrisorias, banales. Había muertos por doquier y no parecía importar. Sin embargo, al endurecerse las leyes y sobre todo al aplicarlas, de repente bajan de forma espectacular los accidentes, especialmente de gente joven. Por lo tanto, está claro que los controles de alcoholemia salvan vidas.

Algo parecido pasa con el control antidopaje.

Se ha argüido, y es verdad, que la principal misión del control antidopaje es preservar la salud de los deportistas. Pero no menos importante es evitar que algunos deportistas a través de procedimientos artificiales que podrían llegar a extremos impensables pudieran batir a otros que no tuvieran acceso a esa tecnología. Les pondré un ejemplo de intervención extrema.

Hace casi 30 años Stray-Gundersen y colaboradores demostraron que se puede aumentar la capacidad de rendimiento en perros si se les opera y se le extirpa el pericardio, una membrana que envuelve el corazón y que limita su capacidad de llenado y, en consecuencia, la capacidad máxima de bombeo de sangre en el esfuerzo máximo. ¿Y qué pasa si aumenta la capacidad máxima de bombeo de sangre del corazón? Pues eso tiene un efecto espectacular en la capacidad de esfuerzo. De hecho uno de los principales efectos por los que el entrenamiento de resistencia (el que realizan por ejemplo los corredores de maratón o los ciclistas) permite mejorar el rendimiento es a través de aumentar ligeramente la capacidad máxima de bombeo de sangre del corazón. Al bombear más sangre, el corazón suministra más oxígeno a los músculos, eso permite retrasar la fatiga durante el esfuerzo prolongado.

Se ha aducido que aquellas sustancias poco perjudiciales para la salud no deberían ser prohibidas. O bien, que si el atleta está dispuesto a asumir el riesgo, en pro del espectáculo no habría que prohibir estas prácticas. Desgraciadamente la biología no es tan simple. Prácticas aparentemente inocuas pueden desembocar en gravísimas enfermedades o en cambios irreversibles, cuyas manifestaciones se producen muchos años después. Hace unos meses un cardiólogo danés me comentaba que en el último año habían ingresado en la unidad coronaria dos chicos jóvenes con una miocardiopatía causada por anabolizantes esteroides. Su corazón estaba tan deteriorado que los médicos no creían que pudieran superar el mes de vida de no recibir un trasplante. Los esteroides anabolizantes también se han asociado al cáncer de hígado.

Se podría argumentar que es muy infrecuente que alguien desarrolle una cardiomiopatía por anabolizantes o un cáncer de hígado, y por tanto si quiere asumir el riesgo, ¿por qué no permitir que los atletas que lo deseen usen anabolizantes a discreción? Bueno, resulta que los anabolizantes pueden producir también arritmias cardiacas y estas pueden ser causa de muerte súbita. Más todavía, estudios recientes demuestran que a dosis altas los anabolizantes pueden provocar alteraciones cromosómicas en múltiples tejidos. Los esteroides pueden aumentar el riego de sufrir lesiones musculotendinosas que pueden llegar a truncar la carrera de un deportista. Incluso es probable que el uso prolongado de anabolizantes acorte la expectativa de vida.

Bueno, pues olvidémonos de los anabolizantes y usemos otros productos menos peligrosos o simplemente propongamos a nuestro deportista que se extirpe el pericardio. ¿Alguien sabe qué le pasaría a un deportista si se extirpara el pericardio? ¿Cuánto podría mejorar su rendimiento? Algunos estudios con animales de experimentación sugieren que el consumo máximo de oxígeno (o VO2max) podría aumentar un 20% o 30%. El VO2max de un ciclista de élite, de los mejores ronda los 85 ml/kg/min. Si un ciclista (un gregario) con un VO2max de por ejemplo 70 ml/kg.min aumentara artificialmente su VO2max hasta por ejemplo 96 ml/kg.min, sería imbatible. Pasaría de ser un ciclista anónimo a ser el supercampeón. ¿Se pueden imaginar el espectáculo que llegaría a generar? ¿Pero, qué pasaría si un ciclista se hiciera esta cirugía? Bueno si se produjeran en el ser humano los mismos efectos descritos en perros y cerdos, al poco tiempo ningún ciclista podría aspirar a competir sin practicarse una pericardiectomía. Pero tal vez, al cabo de unos meses o unos años sufrirían un deterioro de su corazón por excesiva dilatación... Tal vez algunos tendrían arritmias fulminantes en las competiciones. Mejor no saberlo.

Tarde o temprano existirá la posibilidad de manipular algunos genes implicados en el rendimiento: ¿se debería permitir esta práctica en pro del espectáculo?

Reconozco que estos son ejemplos extremos. Y los partidarios de la barra libre podrían proponer que se adopte una legislación más permisiva, o sea, que permitamos conducir con un poquito más de alcohol en sangre y que baje el precio de las multas... me temo que aumentarían de nuevo los accidentes de tráfico especialmente de jóvenes. Además, múltiples estudios epidemiológicos han puesto de manifiesto que muchos de los deportistas que se dopan usan simultáneamente múltiples sustancias. Muchas veces en combinaciones cuyos efectos secundarios para la salud son desconocidos. Al amante del espectáculo a cualquier precio le encantaría ver correr a un ciclista que inteligentemente combinara varios métodos liberalizados por esta nueva corriente permisivista: por ejemplo una pericardiectomía con una transfusión. ¿Cuánto podría aumentar el VO2max si se combinarán estos dos métodos? Si se eliminara de nuevo el límite de hematocrito y se permitiera volver a la época dorada del abuso de eritropoyetina (una hormona que aumenta la cantidad de hemoglobina en la sangre) ¡se podría incrementar la capacidad de transporte de oxígeno en más de un 20%, a sumar al efecto de la pericardiectomía! Pero tal vez los músculos no serían capaces de usar tanto oxígeno...

En cualquier caso, está claro que ciertas sustancias y prácticas tienen que estar prohibidas; y que todas las sustancias potencialmente peligrosas y todas las prácticas que impliquen la modificación de las estructuras anatómicas con la única finalidad de aumentar el rendimiento deportivo deben estar prohibidas. Aunque solo sea para evitar que alguien pudiera presionar al deportista que no se dopa.

La lucha contra el dopaje es muy compleja pero marcha bien, yo diría que muy bien. Es imprescindible para preservar el juego limpio, la igualdad de oportunidades y la salud de los deportistas en todas las categorías y, especialmente de los más jóvenes. No se pueden banalizar prácticas como las autotransfusiones. Las autotransfusiones clandestinas son peligrosísimas. Imagínense qué pasaría si el dopador clandestino se equivoca de bolsa y le transfunde a un deportista sangre de otro que tiene sida o simplemente otra persona de diferente grupo sanguíneo. O bien, si se pierde la cadena de frío. En los hospitales se toman medidas especiales de seguridad para evitar estos riesgos.

El Comité Olímpico Internacional hace muy bien en perseguir el dopaje. La eficacia de los sistemas de detección es cada vez mejor. La aplicación de las sanciones debe ser racional y justa. Los márgenes de seguridad con los que se trabaja son muy altos. ¿Se podrían incrementar? Sí, por ejemplo, se podría determinar que para ciertas sustancias el positivo tiene que ser reiterado en el tiempo (por ejemplo, el caso de las pequeñas dosis de clembuterol). Sería bueno aumentar el número de controles aleatorios de orina, pero para evitar sobrecostes habría que mantener muestras congeladas sin analizar. Los deportistas no sabrían si su muestra va a ser analizada ni cuándo.

La lucha contra el dopaje es imprescindible y los deportistas de élite son los primeros interesados en que los controles sean eficaces aun a costa de la pérdida de libertades y pequeños sacrificios. Sería bueno que los procedimientos judiciales fueran más rápidos y eficientes, y sobre todo que los jueces fueran capaces de mantener los secretos sumariales, sentenciar rápido y hacer cumplir las sentencias. Dejen que los médicos y científicos decidan lo que es peligroso y lo que no lo es.

Por José Antonio López Calbet, médico, fisiólogo y catedrático de la Universidad de Las Palmas de Gran Canarias.

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