Facebook, el capitalismo inmoral

El único fin de la empresa capitalista, escribía el economista Milton Friedman hace cincuenta años, es obtener ganancias en beneficio de sus accionistas. Luego corresponde al Estado distribuir el exceso de ganancias por medio de impuestos con fines sociales. Las palabras de Friedman, citadas sin cesar, siguen siendo indiscutibles: una empresa sin ánimo de lucro desaparece y, si es inútil, corresponde a los consumidores el no volver a recurrir a ella. En cambio, el papel del Estado, asumiendo que, en esencia, es más moral que el de la empresa, se ve debilitado por la globalización de las ganancias de empresas como Facebook, que evitan pagar impuestos al desviar sus beneficios a países con una fiscalidad baja o inexistente. El reciente compromiso de todos los países desarrollados, Irlanda en particular, de dejar de ser paraísos fiscales y gravar los beneficios de las multinacionales con al menos un 15 por ciento, podría restablecer algo de equilibrio entre el beneficio privado y el bien público; pero será lento y no hay garantías de que los excedentes recaudados por los Estados se redistribuyan adecuadamente, ya que el impuesto sigue siendo nacional y no existe una democracia mundial. Por lo tanto, nunca habrá un equilibrio perfecto entre el bien público y el privado, pero persistirá una tensión, que es la naturaleza misma de la economía de mercado; esa tensión siempre será mejor que el socialismo, que no sirve al bien privado y solo redistribuye a los aparatchiks.

Esta imperfección del capitalismo, de momento, ha salido a la luz por la demanda interpuesta por el Congreso de Estados Unidos contra Facebook, con el apoyo de una antigua empleada de la compañía, que ha adoptado el estatus jurídico de ‘informante’, lo que le permite denunciar los métodos de su exjefe, Mark Zuckerberg. Él siempre ha afirmado que Facebook conciliaba las ganancias y el bien común, superando el dilema de Friedman. Facebook no tendría otro fin que el de facilitar a sus usuarios, de forma gratuita, las relaciones sociales entre familiares y amigos. Esto es cierto para los miles de millones de abonados de Facebook, siempre que exista un acuerdo sobre lo que significa gratis. En realidad, Facebook, sin que sus usuarios lo sepan, vende su ‘perfil’, que los anunciantes publicitarios explotan. Así es como la publicidad dirigida que reciben a través de Internet ha sustituido casi por completo a la publicidad para todos los públicos que mantuvo viva a la prensa escrita. Vemos que la moral no tiene relación directa con Facebook.

Convertida en una empresa capitalista como cualquier otra, Zuckerberg, aunque afirmaba lo contrario, dio en 2016 un gran giro para mejorar sus beneficios, alargando la duración de las visitas a Facebook: cuanto más tiempo pasen pegados a su pantalla, más atractivos serán para los anunciantes. Los ingenieros de Facebook descubrieron que los comentarios y opiniones de los internautas atraían su atención durante más tiempo que las ‘publicaciones’. Se comprobó y midió que la virulencia de los comentarios aumentaba la atención de los usuarios de Internet. De modo que la empresa, a raíz de estos estudios internos, revelados por la informante, modificó la presentación de sus páginas para destacar los comentarios más virulentos. Facebook no creó a Donald Trump, pero el trumpismo ayudó a Facebook a prosperar y viceversa, una alianza objetiva. Zuckerberg lo sabía. También se desprende de los estudios internos de Facebook que la creciente virulencia del sitio perturbaba la mente de los suscriptores, incitándolos a volverse violentos a su vez o a sentirse frustrados por dejar de pertenecer a este nuevo mundo de comentarios agresivos.

Aún más inquietante es el impacto psíquico de las imágenes de Instagram, filial de Facebook, en los adolescentes, ya que se les instiga a compararse con estrellas a las que nunca se parecerán; una vez más, las ganancias están antes que la moral. Facebook se defiende torpemente afirmando lo contrario y sostiene que la empresa emplea a miles de censores que eliminan los comentarios más violentos y falsos, lo que es cierto, pero después de que se hayan publicado; no se puede censurar por adelantado.

Si tuviera que defender a Zuckerberg (a quien nunca consulto), preferiría argumentar que Facebook es el reflejo de una sociedad que cambia tanto como él cambia a la sociedad. Hecho este diagnóstico, ¿podemos reequilibrar el beneficio y la moralidad? La solución habitual de la economía de libre mercado sería romper el monopolio de Facebook; no será fácil, porque la entrada de un competidor en el mercado requeriría una revolución técnica que, de momento, es impredecible.

Mientras tanto, la ley podría cuestionar el uso gratuito de los datos de los abonados. Pero entonces sería necesario que estos abonados pagaran, renunciando al servicio gratuito. Sin duda, se podría hacer a Facebook penalmente responsable de las insensateces que publica y considerarlo no ya como una plataforma, sino como un medio. También existe una solución típicamente estadounidense: la filantropía. John Rockefeller y Andrew Carnegie, en su época, y Bill Gates, hoy en día, han conseguido que se les perdone por su éxito financiero donando a causas morales (hospitales, museos, ayuda al desarrollo) una parte significativa de sus ganancias. Gates, tan odiado hace veinte años por su monopolio del software (Microsoft) como hoy Zuckerberg, se ha vuelto casi respetable gracias a su Fundación. Zuckerberg podría tomar este camino en lugar de sermonearnos. En Estados Unidos, tradicionalmente, la filantropía salva el alma y la reputación del capitalismo. Pero no en Europa, donde los ricos, prácticamente, ignoran la filantropía.

Guy Sorman

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