Fake news

Arthur Gregg Sulzberger, editor de «The New York Times», uno de los periódicos a los que Trump dirige sus dardos, insistía recientemente en el Semanal de ABC en la necesidad de la verificación de datos en un periodismo de calidad. Asistimos, desde la irresponsabilidad y el descaro, a un desistimiento en la comprobación de las fuentes. Ocurre singularmente en las redes sociales, esa vía que ha convertido a cada ciudadano en un emisor o transmisor de opiniones, multiplicando hasta el vértigo la supuesta condición de autores e informadores. Me refiero a las llamadas fake news.

Su antecedente inmediato es la posverdad, voz recogida ya en el Diccionario de la RAE, que define: «Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales». En realidad es un sustantivo que ya tenía carta de naturaleza, con más o menos atavío y campanillas, en la voz mentira. Pienso en aquel bulo de julio de 1834 de achacar la epidemia de cólera al envenenamiento de las fuentes de Madrid por frailes y monjas, que provocó asaltos a conventos y el asesinato de un centenar de religiosos, y en otro bulo, cien años más tarde, en mayo de 1936, de acusar a frailes y miembros de asociaciones piadosas de la muerte de niños por repartir caramelos envenenados en barrios humildes.

Las fake news, desde un contenido supuestamente periodístico, producen a través de prensa, radio, televisión y sobre todo en redes sociales una desinformación premeditada destinada a conseguir determinado efecto a menudo político. Una manipulación de la verdad para desprestigiar o ensalzar a personas o instituciones en lo que supone un ataque a la credibilidad de los medios de comunicación y de los periodistas. La utilización de bulos no es nueva. Su historia es muy amplia y desde luego ya se producía mucho antes de la aparición de la prensa escrita, pero el desarrollo de las tecnologías de la información y la generalización de la autoría de los mensajes tanto como su utilización política han llevado a considerar las fake news un problema preocupante del que nadie puede considerarse a salvo.

La relevancia del riesgo no precisa insistencia: los usuarios de internet alcanzan la mitad de la población mundial. Según Reuters Institute, en el marco de la Unión Europea el 58% de los españoles utilizan las redes sociales como principal fuente de información, superados solo por los portugueses con un 62%. Las fake news por su apariencia de veracidad son un grave peligro. Según un estudio sobre su impacto en España, realizado con la colaboración de la Universidad Complutense, sólo un 14% de los españoles se cree capaz de distinguir una fake news de una información cierta. La credibilidad de estas falsas noticias llega al 92% en usuarios mayores de 55 años y sólo un 5,8% manifiesta que trata de contrastar la veracidad de la información que recibe. El tiempo de la comunicación global es el del mayor ataque a la información veraz.

Las fake news resultan singularmente dañinas en periodos electorales. La Comisión Europea ha diseñado una campaña contra la desinformación en las redes implantando fórmulas para atajar la plaga de manipulaciones que se multiplicarán en vísperas de las elecciones al Parlamento Europeo que en España coinciden con los comicios municipales y autonómicos. Se detectaron campañas masivas de fake news en relación con las elecciones norteamericanas y francesas, el referéndum del Brexit y, sobre todo, en España, en las vísperas y tras la celebración del referéndum ilegal del 1 de octubre en Cataluña. Un estudio de la Universidad George Washington recoge que de las más de cinco millones de publicaciones en las redes sociales sobre el proceso catalán entre el 29 de septiembre y el 5 de octubre, solamente el 3% provenían de perfiles reales.

Ha habido fake news que han cambiado el paso a una nación forzando el sentido de unas elecciones. Me detengo, pues es un caso interesadamente utilizado en España, en el repetido bulo de que nuestras Fuerzas Armadas participaron en la Segunda Guerra de Irak, la de 2003, y lo cierto es que cuando llegaron la guerra había concluido. Las condiciones impuestas tras la conclusión de la Primera Guerra, la de 1991, estaban vigentes y Sadam Husein no las había cumplido. La intervención internacional en Irak estaba amparada por medio centenar de resoluciones de la ONU. La 1483 y la 1511 pinchan la colosal fake news que se repite cuando la izquierda cree que le conviene, no por ignorancia, ya que la realidad figura en la documentación de la ONU, sino por demagogia e interés partidista.

Tras el derrocamiento de Sadam Husein, la ONU dio por terminada la segunda guerra de Irak mediante la Resolución 1483 del Consejo de Seguridad, de 22 de mayo de 2003. La Resolución 1511, de 16 de octubre de 2003, amplía y detalla la 1483. Considera las acciones violentas tras el derrocamiento de Sadam Husein como «terroristas» y no como «acciones de guerra», y decide que «proporcionar estabilidad y seguridad es esencial» para llegar a una «nueva Constitución para Irak» y, buscando este objetivo, la ONU pide a los Estados miembros su presencia en Irak «incluyendo fuerzas militares». Esas fuerzas ya no estarían en «misión de guerra» sino para lograr «la estabilidad y seguridad de Irak». El 11 de julio de 2003 el Consejo de Ministros dispuso la participación militar en la misión estabilizadora de Irak, un país que formalmente ya no estaba en guerra, siguiendo la solicitud de la ONU.

Los salvajes atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, que luego se supo habían comenzado a prepararse antes de la falsa participación de España en la guerra de Irak, fueron utilizados para avivar aquella fake news y cargar contra el partido entonces gobernante, aupando el propósito, en la jornada de reflexión, con asaltos a sus sedes y desde una eficaz campaña de mensajes a móviles de la que años después se declaró inductor Pablo Iglesias. La consecuencia fue un cambio en el resultado electoral que habían pronosticado todos los sondeos. Es una de las más graves fake news que ha padecido España, y desde luego la mayor desde la recuperación de la democracia.

Yo mismo, humilde y errante, he sido víctima hace poco de una fake news. Un periodista, de cuyo nombre no quiero acordarme, me achacó una manifiesta falsedad en relación con una intervención parlamentaria, pese a que había escuchado mis palabras que, además, estaban grabadas. Otros medios rectificaron ante la evidencia. La radio del periodista innombrable no rectificó; él tampoco. Olvidó el consejo de Arthur Gregg Sulzberger.

Ya lo dejó escrito Mark Twain: «Es más fácil engañar a las gentes que demostrarles que han sido engañados». Y en mi caso, lo que desembocó en la fake news estaba grabado. Era fácil no engañar y no dejarse engañar. Pero cierto periodismo ha perdido su sentido último: informar desde la verdad. Es el triunfo de las fake news.

Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *