Faltan ofertas políticas diferenciadas

El filólogo norteamericano George Lakoff, catedrático de prestigio en Berkeley (California) desde 1972, se dio a conocer en los 80 con sus estudios de lingüística cognoscitiva sobre las metáforas --no son artificios para el embellecimiento retórico, sino una parte del lenguaje cotidiano que afecta al modo cómo percibimos, pensamos y actuamos--, adquirió notoriedad en los 90, cuando publicó un libro académico --Moral Politics: How Liberals and Conservatives Think (moral política: cómo piensan liberales y conservadores)-- en el que analizaba las "visiones del mundo" de los republicanos y los demócratas, y se ha hecho famoso en España por un librillo reciente, No pienses en un elefante (Editorial Complutense, Madrid, 2007), que, aunque escrito para el público norteamericano con ocasión de las elecciones estadounidenses del 2004 --el elefante es el símbolo del Partido Republicano--, ha hecho furor ahora entre los progresistas españoles. Hasta el punto de que Zapatero ha invitado a Lakoff a formar parte de su cohorte de asesores áulicos.

Las tesis de Lakoff aplicadas a la política consisten, sintéticamente, en considerar que una construcción ideológica vinculada a un partido político es ante todo un marco de referencia, un conjunto léxico de criterios y tópicos que forman una estructura mental orgánica que expresa una determinada forma de ver el mundo. Así, por ejemplo, los conservadores norteamericanos, partiendo de una determinada concepción jerárquica y disciplinada de la unidad familiar, han construido unos códigos prestigiosos que incluyen numerosos principios: baja intervención pública, hostilidad a los impuestos y a los servicios públicos universales, no al aborto, sí a la pena de muerte, Estado de reducidas dimensiones, aunque fuertemente introspectivo y cerrado al exterior, etcétera. Una vez reconocida la existencia de este marco conservador, el éxito de los progresistas consiste no tanto en enzarzarse en una controversia con la derecha para disuadir a los ciudadanos de votarla, cuanto en engendrar un marco nuevo, alternativo, genuinamente progresista, en el que pueda desenvolverse con comodidad su propio electorado, que tiene, o que ha de adquirir, una visión del mundo diferente. De hecho, Lakoff es el inspirador de un think tank progresista, implicado en una empresa de cambio de marco: el instituto Rockridge, que reúne a científicos y lingüistas cognitivos y a científicos sociales para enmarcar toda la gama de políticas públicas desde una perspectiva progresista.

La aplicación práctica de tales teorías por los partidos puede dar lugar a estrategias a largo plazo, como las que efectivamente se desarrollan en el ámbito norteamericano. Pero aquí, y en estas inminencias electorales, lo que se desprende de la llamada de Lakoff es una cierta apelación a la coherencia interna de los partidos, que deberían procurar ofrecer un proyecto enmarcado en una estructura mental, en una visión del mundo, y no un conjunto de propuestas aisladas y descabaladas, generalmente arrebatadas al adversario en sucesivos raptos de falta de originalidad.

Hay ejemplos a mano: carece, por ejemplo, de sentido que la izquierda socialdemócrata quiera arrebatar a la derecha liberal el banderín de enganche de la bajada de impuestos, cuando con toda probabilidad quien vota a aquella no busca esta ventaja económica inmediata, sino una oferta más compleja de conciliación de la economía de mercado con el Estado social. Hay, o debería haber, una construcción ideológica, abierta y no dogmática, en la que todo un hemisferio de la sociedad civil otorgara más énfasis a la igualdad que a la libertad, dispuesta a competir con otra estructura simétrica más empeñada en la libertad que en la igualdad.

El hecho de que tales cosmogonías políticas e intelectuales no existan, o estén apenas articuladas dentro de lindes difusas, debe ser fruto de la bisoñez democrática de este país y de la inanidad de los liderazgos ideológicos que ejercen los partidos. Así las cosas, lo que Lakoff podría aportar al presente español, tan cuarteado por la enemistad política que se ha desarrollado hasta más allá de lo razonable a lo largo de la legislatura, no es un conjunto de recetas para la izquierda, sino una pauta de densidad y congruencia interna para el sistema de partidos.

Los mensajes electorales, en definitiva, deberían abandonar la demagogia cortoplacista y responder, si no a los diversos modelos de sociedad --conceptos anacrónicos que han sido arrasados por la nivelación ideológica de las últimas décadas--, sí a dos --o más-- visiones del mundo antitéticas que, aunque coincidentes en muchos aspectos y dispuestas como es lógico a convivir pacíficamente, expresasen la rica pluralidad intelectual de nuestras sociedades abiertas y materializasen la libertad de elegir en que se basan nuestros pletóricos, pero rudimentarios sistemas democráticos.

Lakoff representa, en fin, una llamada de calidad a la política vulgar que se está desarrollando en nuestro país y en la mayoría de los de nuestro contexto. Y una incitación al debate político de altura como el que, pese al antiamericanismo primario que nos embarga, hay que reconocer que sí se produce en Estados Unidos. Aunque no impida, lamentablemente, liderazgos patéticos como el actual.

Antonio Papell, periodista.