Faltaron ellos

La de ayer fue, episodios aislados al margen, una manifestación impecable. Lo fue por la respuesta masiva de la ciudadanía a una convocatoria que, planteada inicialmente como una mera demostración de apoyo al presidente del Gobierno -eso era lo que decían los primeros SMS - se convirtió en una expresión de indignación firme y democrática contra ETA.

Puede que ayer se escucharan gritos en favor de Zapatero, puede. Puede que también se profirieran en contra del PP, puede. Y es verdad que algunos grupos de ecuatorianos presentes en la manifestación se dolieron a su término de que los gritos que ellos coreaban en recuerdo de sus compatriotas asesinados no fueran seguidos por la multitud que les rodeaba que, sin embargo, sí gritaba con frecuencia «¡Zapatero, no estás solo!», mensaje por otra parte muy frecuente cuando las manifestaciones eran conjuntas y los participantes se dirigían al gobierno de turno. Pero las cadenas que retransmitieron el acontecimiento no registraron ninguno de esos elementos como determinantes, ni siquiera como representativos, de lo que ayer ocurrió en Madrid.

Lo que resultó definitivo para calibrar el sentido y alcance de esta convocatoria fue el texto del comunicado final leído al alimón por una mujer española, Almudena Grandes, y una ecuatoriana, Lucía Rosero. Un texto inobjetable, si de lo que estamos hablando es de la posición de la ciudadanía contra la banda terrorista y no de cuál ha de ser la estrategia que el Gobierno ha de seguir para lograr la derrota de la banda. Derrota por la que, por cierto, se clamó a voces desde la tribuna de la Puerta de Alcalá, sin el menor asomo de duda ni segundas intenciones.

Por lo tanto, allí faltaban ellos. Faltaba el Partido Popular como tal, y no estamos hablando ahora de las caras conocidas sino del compromiso del principal partido de la oposición de salir a la calle con todos los demás, con sus contrincantes políticos, a decir lo que allí se dijo. Faltaba la Asociación de Víctimas del Terrorismo para arropar con su memoria la memoria de las comunidades de ecuatorianos que acaban de inscribir a dos de los suyos en la lista de víctimas de los asesinos de aquí. Y faltaba el Foro de Ermua, que no podrá sostener hoy que algo de lo que se dijo ayer en Madrid ofendía sus planteamientos.

Así que, por encima de excesos obvios como el hostigamiento a los periodistas de Telemadrid, lo visto ayer empuja a formular un recordatorio sumarísimo: en una manifestación para clamar contra el asesinato de dos personas a manos de unos terroristas hay que estar. Siempre hay que estar.

Cierto que la concentración de ayer en Madrid, la más numerosa de las producidas en toda España, estaba cuajada de carteles con la palabra Paz y resultaba algo más difícil leer algún mensaje escrito en el que se apelara a la derrota de ETA, aunque sí había multitud de textos con el lema «Contra el terrorismo». Pero tampoco era fácil encontrar pronunciamientos a favor del Gobierno ni apoyos explícitos al modo en que ha intentado alcanzar el final del chantaje del terror. Alguna intervención en solitario en la televisión a cargo de una manifestante que apostaba explícitamente por la negociación no puede ser considerada de ninguna manera como la línea dominante de los mensajes que ayer se transmitieron desde el paseo de la Castellana.

No valen, pues, las razones esgrimidas por el PP para no acudir a esta convocatoria bajo una sucesión de pretextos varios. El primero de ellos fue que no se incluía la palabra Libertad en la pancarta de cabecera. Se incluyó y dio lo mismo. O, peor: no dio lo mismo porque se comprobó que aquello era una triquiñuela para justificar su ausencia. Pero, si realmente el Partido Popular y la AVT no estaban dispuestos a sumarse a la convocatoria ciudadana, mejor hubieran hecho anunciando su negativa a asistir antes de empezar a reclamar, porque se arriesgaban a que les hicieran caso, como al final les han hecho, y entonces quedara al descubierto, como al final ha quedado, que la suya no era sino una estratagema para el disimulo.

Es más: si realmente hubieran tenido alguna voluntad de sumarse a esta convocatoria, con todos los defectos de origen que se quieran, pero una convocatoria a la ciudadanía al fin y al cabo, podían haber reclamado no solamente la inclusión de la palabra Libertad sino también la negociación del texto del comunicado final e incluso el nombre de la persona que habría de leerlo. Nada de eso hicieron. Existió desde el primer momento una desconfianza paralizante, justificada en principio, sobre los motivos, orígenes y consecuencias de esta convocatoria. Los dirigentes del PP olvidaron, sin embargo, que «baza mayor quita menor» y que lo importante en este caso era salir a la calle para que los ciudadanos de izquierdas y de derechas volvieran a demostrar su apoyo y su recuerdo a las personas asesinadas y su rotundo enfrentamiento a la banda terrorista. Esa era la baza mayor.

Baza menor era todo lo demás, incluido el último pretexto esgrimido por el líder del PP, según el cual no acudiría a la manifestación porque que en ella ni se apostaba por la derrota de la banda terrorista ni se negaba la vía a cualquier diálogo o negociación con ETA. Tampoco eso era sostenible, ni siquiera antes de haber visto como han discurrido las cosas, porque ninguno de esos aspectos son asuntos que se deban dirimir en el kilómetro y medio que separa la plaza de Colón de la Puerta de Alcalá sino precisamente en los 50 metros lineales que abrazan el hemiciclo del Congreso de los Diputados. Será ahí, entre los escaños del Parlamento, donde el señor Rajoy deberá ajustarle las clavijas al señor Zapatero y éste a su vez explicar de una vez por todas, -porque ya han pasado 15 días desde el atentado- cuál es su posición, auténtica y no disfrazada, frente a la organización asesina, de modo que los españoles sepamos por fin si alguien nos dirige con pulso firme en la batalla contra el terror o si, como muchos temen, estamos ante un boxeador sonado que se agarra a las cuerdas del ring suplicando al Altísimo que los segundos pasen como el rayo mientras trata de coger aire para no terminar cayendo noqueado sobre la lona.

Estaba también el explicable temor de los responsables del PP a que la presencia de algunos de ellos entre la multitud fuera aprovechada por una parte de los asistentes para insultarles y someterles a una presión insoportable y pública. Pero ni siquiera eso justifica su ausencia porque, incluso en términos de rentabilidad política, ese hipotético papel de víctimas acosadas en la calle por la izquierda militante les habría resultado rentable para el debate de mañana lunes en el Congreso.

Ayer fue un día en el que el Partido Popular cometió, en mucha mayor medida que las organizaciones cívicas que no asistieron a la convocatoria, un error de los de reglamento que le va a llevar en los próximos días a ser protagonista de un asunto en el que hasta ahora era un mero espectador. Y que le va a obligar a dar algunas explicaciones públicas cuando hasta ayer estaba claro que quien debía darlas era el presidente del Gobierno. Y no porque los españoles tengan que pasarle cuentas por haber fracasado en una apuesta en la que otros fracasaron antes, sino por el modo temeroso y melifluo en el que ha respondido públicamente ante el desafío de la banda terrorista y por las incertidumbres que ha provocado sobre por dónde nos piensa llevar de aquí en adelante y en busca de qué.

Es posible, como se comentaba ayer, que haya sido precisamente la ausencia anunciada del Partido Popular la que haya animado definitivamente a los organizadores de la manifestación a blanquear minuciosamente todos los aspectos que pudieran resultar irritantes a los ojos de los votantes del centro y de la derecha, de modo que la negativa del PP quedara aún más en evidencia.

Quizá sea eso lo que explique la sustitución, en el último momento, de Rosa Regás como lectora del comunicado y la retirada de una mención a Víctor Jara, todo un mito para la izquierda española y latinoamericana, en el texto de la alocución final. Pero ésas son hipótesis y no tienen fuerza para oponerse a los hechos. Y los hechos son que cientos de miles de personas salieron a la calle a clamar por la paz y contra el terrorismo y que el Partido Popular se negó a sumarse a ellos.

Seguro que en la calle de Génova se ha elaborado ya un ciento de argumentos que apuntalen la posición adoptada, pero va a resultarles difícil a los asesores del PP extraer del acto de ayer alguna justificación convincente que haga comprender a los ciudadanos el por qué de su ausencia. Hay veces, y ésta ha sido una de ellas, en que las explicaciones están de más y en que, si uno se da cuenta de que necesita adjuntar un folleto explicativo a lo que uno ha hecho para que los demás le comprendan a uno, es que uno no ha atinado. Que uno lo ha hecho mal.

A pesar de todo, lo sucedido ayer no va a determinar la vida de los españoles en su batalla contra ETA. Lo que la va a determinar es la estrategia que el presidente del Gobierno tenga diseñada para combatir a la banda en todos los frentes, incluido el de las reuniones «informales», las sugerencias de recuperación del diálogo y las posibles nuevas ofertas de acuerdo. Eso es lo que él habrá de explicar mañana en el Congreso con la claridad que le ha faltado hasta ahora y que apenas ha dejado entrever en sus charlas de corrillo con los periodistas. Mañana es el día de Zapatero. Ayer pudo haber sido también el de Rajoy.

Victoria Prego