Familiares que educan

Una vez más, como viene sucediendo desde hace unos años, diversos estudios e informes nos recuerdan que nuestro sistema educativo atraviesa una grave crisis. Y lo que es más preocupante, que la situación tiende a empeorar, sin que se observen cambios significativos en las políticas públicas orientadas a reducir el fracaso escolar. Ha llegado ya la hora de pasar de los diagnósticos a las soluciones. Pero para hablar de soluciones conviene recordar que estas no pueden venir solo de la reforma del propio sistema educativo. Una mayor inversión, cambios en la formación inicial y permanente del profesorado, mayor autonomía de los centros, cambios curriculares, etcétera son sin duda necesarios. Pero el sistema educativo forma parte de un sistema social más amplio, donde se integran otras instituciones, como la familia o los medios de comunicación.

Ya en el año 1998, cuando impulsamos el Proyecto Educativo de Barcelona, se puso de manifiesto que la escuela no puede asumir en solitario toda la responsabilidad de educar a las nuevas generaciones. Una educación de calidad exige una mayor corresponsabilidad social y políticas sociales de amplio espectro. Pero sobre todo políticas de ayuda y apoyo a las familias, ya que estas juegan un papel determinante en el éxito o fracaso escolar de sus hijos.

No se suele mencionar, a pesar de estar bien acreditada científicamente, la estrecha relación que existe entre pobreza familiar e infantil y fracaso escolar. Los países con índices más bajos de fracaso escolar, como Finlandia, tienen también los índices más bajos de pobreza infantil (5%) y viceversa. En España, un 13'3% de los niños vive bajo el umbral de la pobreza y este índice no cesa de incrementarse. En Catalunya la tasa global de graduación al finalizar la ESO es del 69'6%, pero mientras en la escuela pública se gradúa solo un 61% del alumnado, en la escuela privada subvencionada el porcentaje sube al 82%. La dualización social entre el sector público y el privado subvencionado es un hecho conocido y denunciado desde hace años, pero no por ello deja de crecer. Y no es que la escuela pública sea peor o tenga peores profesores. Es que soporta una mayor carga social, ya que en ella se acumulan las rentas más bajas y la mayor parte de la población de origen inmigrante. Las familias con rentas más altas no solo tienen mayor capacidad para movilizar recursos educativos extras (ordenadores, actividades extraescolares, cursos en el extranjero...) sino también una mayor familiaridad con los hábitos y valores que propician el éxito educativo.

El Panel de Familias e Infancia, que realiza el Institut d'Infància y Mon Urbà (CIIMU) por encargo de la Conselleria de Acció Social i Ciutadania, es una macro-encuesta para conocer y seguir las condiciones de vida y prácticas sociales de 3.000 adolescentes y sus familias durante cuatro años consecutivos. Los resultados del primer año muestran datos contundentes: en las familias donde hay diálogo entre padres e hijos sobre la escuela y los profesores y existe un seguimiento alto de las actividades escolares de los hijos, estos obtienen mejores resultados escolares. Al contrario, cuando existe poca comunicación y un seguimiento familiar bajo de las actividades escolares, la proporción de jóvenes que suspende es del 27% en las familias con más recursos y del 39% en las más desfavorecidas. Pero cuando el seguimiento familiar es alto, estos porcentajes descienden hasta un 7% y un 20%, respectivamente.

De la misma manera, la proporción de jóvenes que obtiene calificaciones de notable o excelente o que tiene buenas expectativas educativas de futuro, se incrementa notablemente cuando el nivel de seguimiento familiar aumenta. Los datos del panel muestran también que existe una estrecha relación entre el grado de permisividad familiar, es decir, la capacidad para poner límites y regulaciones en horarios de estudio, de vuelta a casa, hora de irse a dormir, uso de la televisión, pautas de alimentación, etcétera y la mayoría de comportamientos de riesgo y tendencias asociales de los jóvenes. A mayor permisividad, mayor la proclividad a este tipo de acciones.

En resumen, las familias que combinan niveles altos de comunicación y confianza mutua entre padres e hijos e implicación y seguimiento del estudio y las actividades escolares de sus hijos contribuyen de forma decisiva a prevenir el fracaso escolar. Los estilos y prácticas educativas de padres y madres son determinantes para el desarrollo individual y social de los jóvenes. Pero educar requiere tiempo, un tiempo compartido y de calidad, que muchas veces las nuevas condiciones sociales, familiares y laborales no permiten. El panel pone en evidencia que en los hogares catalanes con hijos entre 12 y 16 años el 84% de los padres y el 78% de las madres trabajan fuera de casa, con jornadas laborales de 35 o 40 horas semanales. Entre muchas familias crece la sensación de malestar e incertidumbre, acompañada de un cierto sentimiento de culpabilidad y de pérdida de control en la educación de sus hijos.

Las familias no pueden seguir afrontando el reto en solitario. Mientras que los países que tienen bajos niveles de fracaso escolar y de pobreza familiar e infantil dedican un 4% del PIB a políticas de apoyo a las familias, España se sitúa una vez más a la cola de Europa, con menos de un 2%. Los cambios legislativos en materia educativa y social son importantes. Pero mientras no se incrementen las políticas efectivas de ayuda a las familias, con más prestaciones y servicios, y reduzcamos los niveles de pobreza, volveremos a hablar de fracaso escolar.

Carmen Gómez-Granell, directora del CIIMU.