Familias numerosas, no necesitadas

El imaginario colectivo, lo que la sociedad piensa sobre los temas más importantes, se va construyendo como un inmenso mosaico a base de teselas de las más diferentes procedencias. Por ejemplo, en una cuestión tan polémica como el vientre de alquiler, a lo que digan juristas y expertos de reconocido prestigio, se suma, sin duda lo que haga Miguel Bosé con sus hijos o lo que pensemos de Ana Obregón, madre a los 68 años, según nos desvela la prensa del corazón.

El imaginario colectivo siempre juega con el lenguaje. A veces lo perfecciona –ya no osaríamos utilizar términos como «subnormal» para referirnos a una persona con una discapacidad intelectual como un Síndrome de Down–, pero también puede esconder juegos torticeros –no osamos herir con el lenguaje a una persona con Síndrome de Down y llamarlo «subnormal», pero nuestra sociedad no tiene reparo en quitarle la vida y considerar esa potestad de la madre como un derecho–. Innegables avances coexisten con sangrantes retrocesos. Según el momento vital concreto, el Síndrome de Down puede determinar una «persona con discapacidad» o «una discapacidad sin persona».

El imaginario colectivo tiene asociadas ideas a las palabras. Esos conceptos fluctúan con un sinfín de vaivenes que van desde la ideología política a la cultura de la cancelación, o los cambios de los usos y costumbres y la incorporación de nuevos elementos a nuestra forma de ser. La palabra «bocata» puede tener un origen de lo más carcelario, pero todos hemos pensado en uno de aquellos maravillosos bocatas de nuestros recreos infantiles y nuestro cerebro se ha puesto de inmediato a funcionar para devolvernos imágenes muy gratificantes.

Una de las palabras que está siendo sometida a más fuerzas opuestas para ir transformando la percepción colectiva es «familia». Si nos preguntan a bocajarro por nuestra imagen más inmediata, nuestra reacción natural frente a este término, lo más probable es que rememoremos cálidos recuerdos de nuestro hogar, salvo quien haya tenido la desgracia de vivir en un entorno muy complicado. Familia es seguridad, confianza, amor, cercanía, protección, infancia, felicidad, cuidado…

Pero hay una campaña real, a veces orquestada, a veces comparsa de la orquestada, que se esfuerza enormemente por envilecer ese concepto. «Familia» ya no es sinónimo de amor generoso sino prácticamente una losa económica inasumible, «familia» está pasando a ser sinónimo de pobreza, cuando no hay mayor riqueza que tener el apoyo de la familia, «familia» suena a «pérdida de libertad», cuando en ningún lugar somos más libres que en nuestra casa. Y la guinda del pastel es que quieren que «familia» sea una unidad con la expresión «necesidades de apoyo a la crianza», necesidades que, además, son «mayores» si la familia es numerosa.

En el imaginario colectivo, el Gobierno autor de esta norma, con la cuota podemita inspiradora, está logrando que ahora «familia» se relacione con pobreza, con necesidad, con necesidad especial, con incapaz e insolvente realidad social que solo vive gracias a la gentileza y generosidad de «papá Estado», casi un lastre, un capricho de unos locos procreadores que tenemos que pagar entre todos.

Con este imaginario colectivo, no me extraña nada nuestra pirámide inversa de población. A ver quién es el valiente que se anima a tener familia (o el macarra que se come un bocata).

María Solano Altaba es decana de la Facultad de Humanidades y CC. Comunicación de la Universidad CEU San Pablo.

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