Fantasmas del pasado

Por Francesc de Carreras (LA VANGUARDIA, 05/02/04):

Desde el "affaire" Carod-Rovira la tensión política y mediática no sólo no ha cesado, sino que no ha dejado de aumentar. Y si bien durante la primera semana existía un amplio acuerdo en censurar con dureza la actuación del líder de Esquerra, en los últimos días buena parte de la opinión pública en Catalunya ha virado en una nueva dirección: Carod se equivocó, dicen muchos, pero, en definitiva, es uno de los nuestros. Y concluyen: pasemos, pues, al contraataque.

¿Cómo? Con el victimismo habitual. Es decir, hay que echar la culpa a los de siempre y para demostrarlo debemos seguir utilizando los mitos de siempre. Es decir, "¿izquierdas? ¿derechas? ¡Catalunya!" y "no nos quieren, no nos comprenden". Así pues, leña al fuego. Los ejemplos acerca de esta reacción de políticos, columnistas y habituales de las tertulias de radio y televisión podrían ser muchos. Escogeremos dos: un programa de TV3 y una declaración de Maragall.

El programa lo emitió la televisión pública catalana el domingo por la noche en su espacio "30 minuts" bajo el curioso título "Catalunya en la boca de España". Se trataba, por lo visto, de saber qué opinaba España de Catalunya. El planteamiento en sí ya es descabellado: España y Catalunya son territorios en los que habitan multitud de personas que piensan de maneras muy distintas. Pero España y Catalunya no hablan ni oyen porque no tienen ni boca ni oídos. Quienes hablan son las personas, los españoles, los catalanes. Ahora bien, captar las distintas opiniones individuales, con todos sus matices, es complicado. Quizás un buen estudio sociológico podría llegar a ciertas conclusiones razonablemente significativas. Difícilmente puede llegar a conclusiones mínimamente serias un programa televisivo de 30 minutos de duración.

El punto de partida, por tanto, hacía ya temer lo peor. Pero su contenido excedió lo imaginable. La opinión de "España" se expresó a través de intervenciones, convenientemente seleccionadas, de Jaime Capmany y Alfonso Ussía, de Federico Jiménez Losantos y de Luis M.ª Anson, además de un conjunto de personas anónimas previamente escogidas, la mayoría de ellas procedentes de las zonas a las que presuntamente puede beneficiar el trasvase del Ebro, trasvase que, como es sabido, se opone el nuevo Gobierno catalán. En el inicio del reportaje intervino brevemente Iñaki Gabilondo, para que no se diga. La manipulación, pues, apenas se había intentado disimular.

Como era de esperar, en el reportaje aparecieron reiteradamente los más manidos tópicos negativos sobre los catalanes: que van a lo suyo, que sólo les interesa el dinero, que son insolidarios, etcétera. Se consiguió así transmitir el mensaje que convenía para la finalidad perseguida: que España no nos comprende ni nos quiere, exactamente lo que se quería demostrar. Pura propaganda, pues, disfrazada de la aparente realidad que da la filmación en directo.

Que ello suceda en una televisión pública y en los momentos iniciales de un nuevo Gobierno es un pésimo augurio, lamentablemente quizás un indicio de lo que se nos viene encima. Porque ¿es inocente reducir la opinión de los españoles a la de ciertos articulistas muy significados de "ABC", "La Razón" o los programas de la Cope? ¿Alguien cree razonablemente que ésta es la opinión del español medio? ¿Tendría algo que ver con la Catalunya real un reportaje de Televisión Española que pretendiera recoger la opinión que los catalanes tienen de España y en la que intervinieran sólo los miembros de las tertulias nocturnas o de sobremesa –la inefable "Postres de músic"– de Catalunya Ràdio o las bromas sectarias de los componentes del equipo de "Una pregunta més", de la misma emisora, o una selección de frases sueltas de ciertos colaboradores habituales del "Avui" o "El Punt Diari"? ¿Se corresponde con la ecuanimidad propia de una televisión pública emitir un reportaje tan sectario como el del domingo pasado? ¿No es insensato ir echando leña al fuego, falsear la realidad en temas tan sensibles, en peligrosas materias que afectan a fibras íntimas fácilmente inflamables? Alguien –el CAC, el nuevo director del ente televisivo catalán, el conseller correspondiente– debería pedir responsabilidades.

Ahora bien, pocas responsabilidades pueden pedirse si quienes deberían dar ejemplo no lo dan. Nuestro flamante presidente de la Generalitat ya metió la pata hace varias semanas al decir que si no se atendían las demanadas de su Gobierno "el drama estaba servido". Ahora ha vuelto a retomar este conminatorio tono al declarar en la Ser que si se avanza en el sentido de su propuesta de una España plural, "será maravilloso, pero, si no, fracasaremos de nuevo como país y volveremos atrás, al 36 o a principios de siglo XX". ¡Buen punto de partida para un diálogo! Hacer referencias amenazantes a tan trágica fecha es un disparate, además de desconocer la historia: estamos en situaciones no comparables. Maragall ha sido imprudente en el tono y desmesurado en el contenido. No vamos bien.

En medio de este desbarajuste mental colectivo, las declaraciones a "La Vanguardia" de Giuliano Amato, aparecidas en "la contra" del pasado martes, son reconfortantes: apela a la razón frente a las emociones. "Yo pido al ciudadano –dice– que vote con su cerebro, no con sus emociones". Me conformaría con menos: que nuestros políticos, cargos públicos y columnistas varios opinen con el cerebro, no con las emociones. Y, sobre todo, que no profieran retóricas amenazas de una vuelta a los viejos fantasmas de nuestro peor pasado.