Farsa electoral en Venezuela

El expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero acaba de declarar a la prensa que las elecciones que tendrán lugar en Venezuela el domingo “son muy importantes para mí”. Le asisten para ello buenas razones, toda vez que desde hace años viene comportándose como distinguido correveidile del tirano que gobierna el país. Sin embargo, para su desgracia, el resultado de los comicios no será reconocido por la Unión Europea ni la Organización de Estados Americanos. Ambos organismos han puesto de relieve que el régimen chavista no garantiza las condiciones “para un proceso electoral transparente, inclusivo, libre y equitativo”. Eso después de que un informe de Naciones Unidas estableciera que las medidas de Maduro “tienen como objetivo neutralizar, reprimir y criminalizar” a la oposición política. Y es que aunque Zapatero asegura que hay pluralidad en las elecciones, los principales partidos de la oposición no concurren a ellas, sus líderes han sido perseguidos y encarcelados y solo algunos antiguos disidentes y pequeños grupos de oportunistas son candidatos, en un inútil intento de blanquear a la dictadura.

Farsa electoral en VenezuelaVenezuela es un estado fallido. Después de que hace medio siglo fuera considerado el país más rico de América Latina hoy es uno de los más pobres, con una renta per capita que solo supera a la de Haití y que algunos observadores consideran incluso más baja. El desabastecimiento, el hambre y el aumento de la violencia han llevado a más de seis millones de venezolanos a abandonar su patria, la inflación escala múltiplos nunca vistos en ningún otro lugar, y la inseguridad ciudadana solo es superada por la jurídica. Si el régimen es capaz de resistir se debe sobre todo al amparo intelectual de Cuba y al apoyo estratégico que Irán, Rusia y Turquía le prestan por razones que solo tienen que ver con la relación bilateral entre dichos países y Estados Unidos, y los particulares desafíos geopolíticos que cada uno de ellos enfrenta. China, en su día balón de oxígeno del chavismo, ya no es su principal financiador y se muestra principalmente interesada en la recuperación de sus préstamos. Estos son los socios de la ensoñación esperanzada de Rodríguez Zapatero. Al fin y al cabo todas las dictaduras que en el mundo han sido han celebrado elecciones, todas las han amañado, y todas han pretendido autolegitimarse con ellas, gracias a la complicidad de lo que algunos llaman tontos útiles y que, en realidad, solo son unos espabilados.

Los comicios venezolanos plantean incógnitas severas sobre la función política en nuestros días, la juridicidad en las democracias y las raíces históricas del conflicto. Todos los críticos del régimen de Maduro, deseosos de implantar una democracia, coinciden en que no hay solución que no pase por un acuerdo entre los dirigentes de la dictadura y los de la oposición. Esta es la opinión de los asesores de Biden, de muchos integrantes de la nomenclatura chavista, de las democracias europeas y de los propios opositores al régimen. Así lo ha puesto de relieve incluso Leopoldo López, preso en una cárcel militar durante cuatro años, torturado, vejado y vilipendiado por sus verdugos, y hoy felizmente libre tras haber gozado de la protección de la embajada española en Caracas. Pero un obstáculo fundamental para esa negociación es la presencia de Nicolás Maduro. Transiciones pacíficas de una dictadura a una democracia ha habido varias: Chile, Polonia y España son algunos ejemplos. Pero en ninguna de ellas se negoció con el dictador, aunque sí con sus cómplices y herederos. La posterior detención de Pinochet en Londres, acusado por el juez Baltasar Garzón de delitos de lesa humanidad, marcó un precedente sin embargo, del que con toda seguridad guarda viva memoria Maduro. Qué hacer con él es uno de los problemas que se plantean los partidarios del diálogo, incluidos los chavistas. Mientras unos quieren sentarle en el banquillo ante la Corte Penal Internacional, otros gustarían de encontrarle, con su connivencia, una residencia segura y suficientemente tranquila fuera de su país. Pérez Jiménez, Batista o Perón gozaron de la hospitalidad madrileña bajo el franquismo, pero hoy corren malos tiempos para los tiranos. Junto a las acusaciones de torturas y asesinatos se suman las de corrupción, evasión y blanqueo de capitales. En definitiva, Maduro mantiene encerrados a más de 300 presos políticos, mientras celebra unas elecciones que, a pesar de todo lo dicho, Zapatero considera democráticas. La resolución de semejantes escollos políticos pasa inevitablemente por La Habana.

Existen esperanzas de que la Administración de Biden retorne a la senda de acercamiento y reconocimiento de Cuba que Obama impulsó. Este lo hizo bajo la inspiración del papa Francisco, que le explicó las dificultades para restaurar el prestigio norteamericano en el subcontinente si no se resolvía el contencioso cubano. Pero la América Latina de hoy es muy distinta a la que Biden conoció como vicepresidente. La Casa Blanca ha descuidado además su política latinoamericana, lo mismo que los últimos Gobiernos españoles, en beneficio de la presencia china y de otros agentes exógenos. Por eso, junto al necesario protagonismo cubano en la resolución del conflicto en Venezuela, Rusia e Irán tienen algo que decir. Y también Turquía, socio de Washington y los países europeos en la OTAN.

En el terreno jurídico, las elecciones del domingo suscitan serios interrogantes, que la Asociación Mundial de Juristas (World Jurist Association) ha puesto de relieve. La Asamblea Nacional legítima elegida hace cinco años y que designó a Juan Guaidó como “presidente encargado de la República”, reconocido por más de 50 países, entre ellos España, debe cesar en sus funciones el próximo 5 de enero según la Constitución Bolivariana. De ser así los esfuerzos de la comunidad internacional por resolver pacíficamente el conflicto sufrirían un grave descalabro. Expertos jurídicos señalan no obstante que, al haber sido violada la Constitución por el propio Maduro con una convocatoria electoral que no reúne los requisitos mínimos, la Asamblea puede y debe prolongarse en la titularidad del poder legislativo. En cualquier caso, para establecer negociaciones que alumbren un regreso de la democracia a Venezuela es importante preservar la figura de Juan Guaidó como aglutinante de la oposición democrática, representante legítimo elegido por los ciudadanos de Venezuela. Él y sus representantes diplomáticos son merecedores de la protección necesaria para el ejercicio de sus funciones frente a la arbitrariedad y despotismo del régimen.

Por lo demás, la presencia de un individuo como Maduro al frente del Gobierno de Caracas debe estar removiendo en su tumba a Simón Bolívar. La independencia de Hispanoamérica empezó en Roma, según narrara Salvador de Madariaga. Un joven Bolívar, de viaje por Europa, tras haberse formado y estudiado en la corte española y empaparse de los autores de la Ilustración, juró en el Aventino no dar “descanso a mi brazo ni reposo a mi alma” hasta romper las cadenas del poder español. Le inspiraron en el intento grandes pensadores y políticos como Andrés Bello o Francisco Miranda. Chávez cometió el abuso de pretender apoderarse del mito bolivariano, que nada tenía que ver con su educación cuartelera. Arturo Uslar Pietri, el intelectual venezolano más relevante del pasado siglo, le tachó de ignorante, y le acusó de no decir más que disparates. Uslar tuvo la fortuna de morir antes de padecer las estupideces de Nicolás Maduro, y fue un pionero denunciante de los males por los que atravesaba el país. En 1936, en un famoso artículo titulado Sembrar petróleo, avisaba sobre los riesgos que la fabulosa lluvia de oro negro derramada sobre Venezuela podría suponer si no se aplicaban bien los recursos. Previó la debacle que sucedería cuando estos desaparecieran, como ahora. Y nos legó en su última entrevista (2001) un diagnóstico angustioso: “Este es un país muy infortunado… lleno de inestabilidad, de golpes de Estado… Yo no tengo esperanzas, estoy como en el infierno de Dante… Este es el país de Bolívar y Bello, pero de eso no queda nada”. Se equivocaba. Hay una Venezuela posible, la Venezuela de sus padres fundadores, que hoy aspira nuevamente a estar en manos de quienes luchan por la libertad y la democracia. Merece nuestro apoyo.

Juan Luis Cebrián

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